Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

3/16/2007

IDENTIDAD

“Las naciones no existen. Existen los territorios y las poblaciones de distintas especies que viven en ellos, incluida la especie humana, pero los humanos que viven en cualquier territorio son siempre de distinta raza, de distinta lengua, y demás ”.
Jesús Mosterín.


La identidad ha sido un grave problema para determinados individuos, también para ciertos grupos, algunos llegan a sospechar que para algunas razas o incluso para la especie en su conjunto.

Quizá la identidad sea un canto a la diferencia, a la singularidad ante lo común o lo idéntico. Pero también puede ser la invocación al enfrentamiento sanguinario, al dominio y la imposición de una cultura sobre otra.

Puede que el problema de la identidad sea de origen divino. Fue Dios el que condenó a los humanos a no entenderse, obligándoles a hablar distintas lenguas. Y las distintas lenguas quizá no fueran otra cosa que distintas religiones. De ahí que el sentimiento de nacionalidad, como cuerpo precipitado de la identidad –su expresión ideológica- pueda ser, desde su origen, una cuestión próxima al dogmatismo e intolerancia religiosa.

En singular la identidad quizá fuera la primera prótesis que necesitó el ser al sentirse desvalido en aquél mundo de las semejanzas animistas. La consciencia de sí, de una incongruencia inentendible pudo ser un paso significativo en la disposición individual para abrazar un código, un maquillaje, un elemento de diferenciación.

También pudo ser como señala R. Argullol, el refugio o el camuflaje en contra de “un extranjero que habita en nuestro interior”, y al que nunca hemos dado asilo.

En este sentido la búsqueda de la identidad fue pareja al sentimiento de disociación que produjo en el hombre su separación del mundo, su dislocación y percepción a través de una mirada desde la exterioridad, el primer “brote”… de conciencia.

La Identidad tuvo que ver con una obsesión por recuperar en el ser humano aquello que ya no se sabe qué es, una contingencia que evite el vacío que nos rodea, una forma que nos contiene al nacer y que nos transciende al morir.

El “hombre salvaje” nunca se vio enfrentado a su semejanza pues no se sentía distinto de sí ni a sus semejantes. Pero para superar el estado de salvajismo hubo de transfigurar el marco de convivencia. De un modelo de colaboración para la subsistencia se pasó a otro de competencia. El des-orden colectivo “público” fue sustituido por un orden marcado por una incipiente intimidad privada. El nomadismo dio paso al asentamiento territorial, la defensa de este y su ampliación contribuyeron sin duda al embrión idenditario. La igualdad se trastocó en jerarquía, lo unificado en especializado, el mercadeo sustituyó al intercambio, el signo al símbolo, lo inútil a lo funcional, etc.

Ser alguien es estar inclinado, pues para sostenerse sólo puede uno apoyarse en esas inclinaciones. La inclinación es el ángulo que determina la creencia, la tendencia impuesta para no identificarse y no poder ser identificado, la distinción por el ocultamiento, pues nadie posee una identidad si no posee aparentemente un secreto.

Pero, en dónde reside la identidad. ¿En la historia para los pueblos?. ¿En el recuerdo para los individuos?.

La identidad es el conjunto de rasgos que conforman la patología común a la que son sometidos los individuos ubicados en un territorio.

La identidad no es causa sino efecto del lenguaje, es un concepto de campo que se despliega y protege oprimiendo, conformando una especie de verdad íntima de la vida: su falsedad. Es como una categoría que aspira a caracterizar un producto, la marca que representa lo que no existe: una nación.

Una de las grandes falacias de la identidad fue la de ser concebida como fuente de Derecho Público; cómo si la apariencia de similitud ejerciera el suficiente grado de cohesión para parcelar un espacio jurídico, de tal modo que el ejercicio del poder y la ley que lo encubre encuentran en ella el cuerpo en el que substanciarse; como si los signos idenditarios nos otorgasen la carta de ciudadanía en las condiciones que ellos mismos estipulasen. De ahí que La Marca cree a su Cliente.

La identidad mira al pasado buscando su semblante pero se reabsorbe en el presente en un cuerpo multiforme pero unívoco. ¿Es equiparable la cultura de un pueblo a su identidad cultural?.

Sin duda la modernidad quiso romper con la cultura tradicional y por ello hizo hincapié en no tener identidad, sustituyendo estructuras simbólicas de inmunidad por prestaciones técnicas de seguridad, aquél ideal de imitación por la doctrina del progreso. Pero su afianzamiento no ha llegado a socavar los cimientos idenditarios, sino que incluso ha contribuido efímeramente a actualizarlos, aunque como códigos intoxicantes y supeditados a lo emblemático y efímero de la moda, especialmente en la forma en como ésta aprehende la realidad: indiferenciándola

El postmodernismo, vinculado a lo espectacular como signo de identidad virtual, nos muestra el semblante de una época sin conciencia histórica, pero que lejos de favorecer la autonomía de los individuos y las colectividades, ha visto aumentar su dependencia, lo que se percibe a través de una atracción apasionada hacia la recuperación de símbolos sin contenido por la simple apariencia estética. Se nos traslada de la cultura de lo efímero (en la que todavía puede estar presente una aproximación crítica de la realidad) a una cultura de la banalidad, sin resistencia crítica alguna.

En el hipermodernismo, esa penúltima pirueta, se quiere encontrar el equilibrio para una convivencia en la dicotomía, se nos ofrece una polaridad paroxística en la que convergen los antagonistas en un proyecto de destrucción global. Aquí la identidad se inmola para vivificarse.

Da ahí que podamos concluir que toda identidad es uniformidad, y que la diferencia sólo se manifieste como una imposición violenta hacia esa uniformidad. La Identidad se reafirma y reconoce en la exclusión y rechazo del otro, en la disyunción radical, pues es el otro quien crea el contraste, sin el cual no hay posibilidad de diferencia, de identidad.

2 comentarios:

La Caverna de Rictus dijo...

A lo largo de la historia ha habido dos grandes corrientes que han afirmado la igualdad de todos los seres humanos: el cristianismo y la izquierda. Ambos han sido traicionados por sus respectivas iglesias y politburos. Hoy la ciencia ha dejado meridianamente claro que todos somos iguales, intercambiables, indistinguibles. A la luz de la genética es difícil encontrar una especie más heterogénea que la humana.
La artificialidad de las divisiones, las fronteras, los países, los himnos y las fronteras nunca ha sido gratuita. Todo ello es patrimonio exclusivo del mal, de la voluntad de enfrentarnos, del poder. Es, además, producto de la ignorancia, del miedo y de la mala fe. Es lo que está pudriendo a este mundo y a este país de banderas.

TRANSIDO dijo...

Si, parece que nuestra homogeneidad genética es la característica fundamental de la especie.

Pero a la vista de los acontecimientos el ansia de PODER, de dominio, que tan bién nos caracteriza ha marcado nuestra filogénesis. Siendo este el motor de las culturas, de las civilizaciones.

Pero el cristianismo más que considerarnos iguales entre nosotros, nos consideraba iguales ante los "ojos de Diós". Por su parte el socialismo real, considera la igualdad de los individuos frente al Estado.

Dios y Estado son los detentadores absolutos del PODER, precisamente por su intangibilidad. Los hombres sometidos a ese poder sólo pueden aspirar a usurparlo, a representarlo, a ejercerlo en su nombre.

A partir de ahí vienen las condiciones para tamaña empresa: como tú señalas "El miedo" y "la ignorancia". Y también las ténicas: manipulación, engaño, el engrandecimiento de toda esa fruslería que nos identifica: la lengua, la bandera, el país, la raza, etc, etc...