Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

8/20/2007

EL CIELO PERTENECE A LOS VIOLENTOS

Desmitificar el mito de La Paz, he ahí una de las tareas pendientes para todos aquellos que no quieran continuar instalados en ese principio que permite inferir lo incomprensible de lo incomprendido. ¡!

La paz interior, el nirvana, el vacío no compartido, exclusivo, que el individuo forja en una especie de encapsulamiento protector, diferenciador, de exclusividad, que lo emancipa aún en su anonimato de la conflictividad relacional, de un contacto tegumental, del olor y del proceder de la cadena de las relaciones económicas de producción. Una liberación a través del cumplimiento de la condena a una singularidad obsolescente, taimada en la previsión del desengaño, o quizá...

Porque, ¿cómo poder evitar el cielo, ese paraíso prometido en ensueño morboso de violencia incontenida?.

Siempre fue así. Toda ascesis para evitar el paraíso partió de la conciencia de los métodos injustificables para conseguirlo: la liberación de las almas a través de lapidaciones para preparar su ascensión, la liberación de los pueblos de su paganismo pasados a cuchillo, la liberación de las “tierras santas” por los infieles suicidas, la muerte idolatrada como la única verdad que os hará libres. La fe ciega en unos métodos de liberación fundamentados en ritos de sangre. ¡El mayor espectáculo del mundo!.

Porque recibir o conceder la muerte como víctima o como verdugo es la condición más directa y eficaz para ganar el reino de La Paz: el cielo.

Hoy los ingenieros de la salvación ya no son individuos ensombrecidos en sotanas que dadivosamente conminaban a un intercambio de diezmos por promesas de felicidad. No, hoy la felicidad se encuentra en la imitación de una conducta violenta que destripa a los semejantes para conminar al arrepentimiento, único salvoconducto para la liberación. Porque, ¿de qué arrepentirse si no se ha cometido un crimen?, ¿cómo liberarse sino permanece uno encadenado por el delito?.

Es la liberación a través del propio suplicio exculpatorio. La paz por la mortificación.

Pero no debemos ponernos únicamente en estos casos tan extremos y ejemplificadores. Hay todo un aprendizaje que conduce a una violencia de baja intensidad que nos garantiza la Paz en términos de proximidad. Nos hemos de referir a la capacidad para sufrir la vejación, el sometimiento, el abuso que nuestros semejantes nos ofrecen en el ejercicio de su poder en las relaciones sociales. Ya que sin esas “torturas” difícilmente seremos capaces de conjurar hacia los otros semejantes ejercicios que nos facilitarán, por ende, la liberación de nuestro sometimiento.

Es el principio de lesa indignidad que concede lo recíproco vejatorio en su tendencia al reequilibrio emocional: pues sólo en la medida en que se es maltratado puede uno maltratar. Son estos ejercicios de violencia larvada, soterrada, los que estabilizan socialmente, los que permiten que la vida fluya por los destinos que rigen el camino de la salvación: esa tamizada bondad de nuestra iracunda especie.

De como de indignos y amorales seamos se nos garantiza la Paz, esa paz interior que busca el consuelo en el dolor de sus víctimas, que halla en nuestro dolor la fuerza para liberarnos, y que nos conmina como especie a exigir un trato de favor. Eso si, hagámoslo lentamente para que el placer sea eterno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Descanse en paz", dicen del que acaba de morir.

La vida es, pues, finitamente incompatible con la paz.

Ley de vida es la violencia: morir matando ad aeternitas.

TRANSIDO dijo...

Esa parece ser la consigna de la especie. El ideal que mueve a esta especie parásita que llamnamos Humanidad.