EL CIELO PERTENECE A LOS VIOLENTOS
La paz interior, el nirvana, el vacío no compartido, exclusivo, que el individuo forja en una especie de encapsulamiento protector, diferenciador, de exclusividad, que lo emancipa aún en su anonimato de la conflictividad relacional, de un contacto tegumental, del olor y del proceder de la cadena de las relaciones económicas de producción. Una liberación a través del cumplimiento de la condena a una singularidad obsolescente, taimada en la previsión del desengaño, o quizá...
Hoy los ingenieros de la salvación ya no son individuos ensombrecidos en sotanas que dadivosamente conminaban a un intercambio de diezmos por promesas de felicidad. No, hoy la felicidad se encuentra en la imitación de una conducta violenta que destripa a los semejantes para conminar al arrepentimiento, único salvoconducto para la liberación. Porque, ¿de qué arrepentirse si no se ha cometido un crimen?, ¿cómo liberarse sino permanece uno encadenado por el delito?.
Pero no debemos ponernos únicamente en estos casos tan extremos y ejemplificadores. Hay todo un aprendizaje que conduce a una violencia de baja intensidad que nos garantiza la Paz en términos de proximidad. Nos hemos de referir a la capacidad para sufrir la vejación, el sometimiento, el abuso que nuestros semejantes nos ofrecen en el ejercicio de su poder en las relaciones sociales. Ya que sin esas “torturas” difícilmente seremos capaces de conjurar hacia los otros semejantes ejercicios que nos facilitarán, por ende, la liberación de nuestro sometimiento.
Es el principio de lesa indignidad que concede lo recíproco vejatorio en su tendencia al reequilibrio emocional: pues sólo en la medida en que se es maltratado puede uno maltratar. Son estos ejercicios de violencia larvada, soterrada, los que estabilizan socialmente, los que permiten que la vida fluya por los destinos que rigen el camino de la salvación: esa tamizada bondad de nuestra iracunda especie.
De como de indignos y amorales seamos se nos garantiza la Paz, esa paz interior que busca el consuelo en el dolor de sus víctimas, que halla en nuestro dolor la fuerza para liberarnos, y que nos conmina como especie a exigir un trato de favor. Eso si, hagámoslo lentamente para que el placer sea eterno.
2 comentarios:
"Descanse en paz", dicen del que acaba de morir.
La vida es, pues, finitamente incompatible con la paz.
Ley de vida es la violencia: morir matando ad aeternitas.
Esa parece ser la consigna de la especie. El ideal que mueve a esta especie parásita que llamnamos Humanidad.
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