Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

2/16/2007

UN DELIRIO PARADÓJICO

Releyendo un artículo que publicara Antonio Muñoz Molina en el periódico el País el pasado 27 de Enero, que pomposamente titulaba “ESTADO DE DELIRIO”, uno podía llegar a la conclusión de que efectivamente atravesamos un momento delirante en relación con la acción política y mediática. Todo son delirios: de un gobierno que pretende negociar, de una oposición que equivoca su estrategia, de una prensa que amplifica las opiniones delirantes de todos ellos, etc. Nada se libra de esta atmósfera en que nos encontramos. Claro que lo importante de su artículo es el Delirio en Sí, y su inestimable contribución a propagarlo allí dónde todavía no hubiera llegado. Porque, aún suponiendo que todo sea el producto de un delirio –yo no lo voy a poner en duda- si habría que matizar delirios y delirios. Pero para él no hay matiz: los excesos nacionalistas, el gasto suntuario de sus representaciones exteriores, el salvajismo y maltrato al que se ve sometida la lengua española, la insolidaridad económica entre comunidades, etc.…

Creo que como ex director de la poltrona del Instituto Cervantes en New York, este izquierdista de postín no quiere hacer ningún esfuerzo por distinguir y calificar a cada uno de esos delirios según el peso específico que poseen, su aparente “ecuánimidad”, disfazada de verosímilitud, encontrará muchas más adhesiones en el mentidero de la opinión pública. Pero también parece evidente que adoptando esta posición, por encima del bien y del mal, repartiendo por igual a diestro y siniestro, lo que el Sr. Molina hace, y él lo sabe, es dar un golpe bajo al que gobierna, al que arriesga en el juego político, a aquél que nos puede alejar un poco de la pesadilla si llegara a materializarse al menos en parte “su delirio”.

El Sr. Molina tiene la impronta de ese personaje de “la izquierda arribista” que, aupado en algún puesto en la administración o en el Estado, mantiene “libre” su conciencia para poder opinar sobre todo asunto por encima del bien y del mal, convirtiéndose si es necesario en matasanos, evacuando un diagnóstico falaz sobre la compleja realidad en la que vivimos. Es como todos aquellos menesterosos que ocupan un cargo y que, ante la impericia, la falta de criterio o incluso la posible incapacidad de sus superiores jerárquicos, escupen veleidades en cuanto pueden sobre la podredumbre que los rodea, queriendo obviar ante su interlocutor de turno que también están inmersos en ella por propia voluntad, y que si, a pesar de ello, aún dispusieran de un mínimo de dignidad deberían verse obligados a cesar en el mismo.

Así se nos presentan su delirio y su victimismo como lo que son: una cortina de humo para esconder su mezquindad.

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