Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

3/22/2007

MANIFIESTO TRANSIDO

En el cielo los bienaventurados son gloriosos
(La Chanson de Roland, V 2899)

Una vez que se reconoce la singularidad, cuando el yo forjado en la sangre accede al dominio y escapa del anonimato, cuando los signos suplantan al sentido, surge el acercamiento entre inmortalidad y gloria. Entonces, la continuidad de la vida sólo es posible en el recuerdo.

Trascender la existencia es prolongarla en evocación colectiva. El "cielo" es la gloria y a ella se accede por nuestras obras. Ejercer y ejecutar esas acciones que nos inmortalicen antes de que la cronología se detenga, mientras la sucesión no se rompa. Registrar en la memoria colectiva nuestra presencia en un recuerdo permanente, líquido referencial, signo inequívoco de hechos, actos, obras.

Han ganado la gloria aquellos reconocidos públicamente tras su desaparición física. Son estrellas con luz propia de un firmamento físico-cuántico, allí en los confines de cada evocación, apóstoles de un nuevo credo ano-material, cuando la liturgia del sinsentido regurgite de entre los espectadores.

El otro estado, purgativo, y no por ello ajeno a la transcendencia, lo evocan aquellos otros que intentándolo no consiguen arrebatar su presencia al moribundo del que parten. No obstante, esperan que con el caminar de Cronos sean recuperados. Dios-masa podrá llamar entonces a su puerta y aliviarles del trance del "purgatorio": ese velador gaseoso de anónimos temporales.

En el "infierno", reducto del olvido interminable de lo común, se recogen los sin nombre, aquellos por los que de sus obras no son reconocidos; los sin rostro, transidos, que de ser recordados lo serán únicamente como goznes de una cadena ribonucleica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Comorrrr...? polagloriademimadre nomasuste pecadollr