Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

6/30/2008

VALOR Y PRECIO

En el mercado de la tierra prometida cada día se incorporan nuevos valores a las mercancías que en él se intercambian. Uno de los últimos es el de la "carga contaminante". Es decir la cantidad de contaminación que se produce para la fabricación, transporte y venta de un producto cualquiera.

Ya sabíamos que vivir mata y que en muchas ocasiones matar, destruir, es rentable. Qué es el progreso sino la destrucción rentable de un bien común. Hoy día, en el que la realidad es un eufemismo manejado por incrédulos creyentes, la rentabilidad de los procesos productivos se optimiza fundamentalmente a través de su eficiencia.

Es curioso como durante estos últimos veinte años, en nuestra sociedad occidental, ha ido creciendo la llamada "conciencia ecológica", una especie de placebo sustitutivo que se masifica una vez ha sido reconocida la muerte Dios y derribado alguno de los muros de la vergüenza sustentados por ideologías irracionalmente totalizadoras pero pragmáticamente reconvertidas en totalitarias.

Lo que no intuíamos es que esa nueva fe fuera a ser uno de los impulsos para que pudiéramos aceptar las novedades que exige nuestro modelo económico. Sí, hay una nueva moneda virtual de intercambio establecida que afecta a todos los países de nuestro entorno a través de la denominada "cuota por contaminación".

Esto no evita en ningún modo el descenso, o siquiera el estancamiento, del volumen de contaminantes generados por nuestro sistema productivo, ni por ello la degradación de nuestros ecosistemas. Por el contrario, lo que con ello se garantiza es un encarecimiento de los precios de producción, al verse repercutidos por esta cuota que se aplica en forma de tasa. En este sentido, los sistemas más progresistas ya han instaurado el nuevo canon en su propio corpus normativo con el famoso "quién contamina paga". Luego, ese coste se repercutirá en el precio de cada producto unidad, por lo que se socializa el pago del aumento de los costes a través del aumento del precio de venta. La destrucción se hace de esta manera más rentable, eficiente, distributiva.

Pronto veremos una nueva exigencia en el etiquetado de casi todos productos: la llamaremos "tasa de contaminación", que vendrá expresada en tantos por mil o por millón, y que deberá ser satisfecha por cada hijo de vecino. Este será un valor de referencia que irá, por un lado, asociado a cada producto justificando el incremento de su precio, y por otro, como un valor intangible pero vinculado al marketing de cada marca para hacer más atractivos los productos "menos" contaminantes en su producción.

Y qué pensar sobre la nueva industria de la descontaminación, aupada por Al Gore; o de los nuevos yacimientos económicos, como el del asilo de basuras, que Alemania viene practicando con Italia y los desperdicios acumulados por ciudades como Nápoles.

Claro que otros, como muchos piases africanos, reciben donaciones de material contaminado y altamente contaminante, y a cambio incluso pagan por este servicio.

En el nuevo desorden mundial la cultura ecológica es un valor en alza que nos va a costar un ojito de la cara, pero que también contribuye a mantener limpia la conciencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No hay "desorden mundial" (¡qué encantadora ingenuidad!). Todo está perfecta y convenientemente estabulado, ¿no es así?