Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

9/06/2008

CONSUMO CULTURAL

Los últimos datos disponibles sobre el consumo cultural, según un estudio realizado en 2007 y referido al año 2003 (1), en términos de aportación al PIB, indican que la industria de la cultura y el ocio constituye la sexta más contributiva, sólo por detrás de la construcción, las actividades inmobiliarias, la hostelería, el comercio al por menor y la intermediación financiera, representando en nuestra sociedad alrededor del 3,9 % del PIB, según el propio Ministerio de Cultura el 2,9 %, y contribuyendo con tasas en torno al 7,8 % al empleo. Esta aportación con respecto al PIB es superior a la de países como Francia, EEUU y Australia, y queda por debajo de otros como Canadá y Reino Unido.

Con respecto a esta cifra el consumo de libros y prensa constituyen el 43,9 %, mientras que radio y TV el 19,2 %.


Sin embargo las tasas de consumo de medios, según el Estudio General de Medios (EGM) a Mayo de 2008 son inversas a las que contribuyen al PIB, estando muy por encima la TV (88,7 %) a la prensa (42 %).


¿Cómo un país con tan elevadas tasas de consumo cultural es culturalmente tan paleto?.


Seguramente porque lo que representan estas tasas son valores que se corresponden con los outputs de esta industria, -mercancías producidas- y no con la calidad de las mismas o de los contenidos que los distintos soportes ofrecen, ni por supuesto tampoco con la equiparación entre la oferta y demanda cultural.


Cultura hoy es un término ambiguo que, según nuestro real diccionario de la lengua, se corresponde con esa acepción que la refiere como “el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época dada, o por un grupo social, etc.”, y que curiosamente se contrapone a otra acepción igualmente contenida en él mismo, y que reza como la de “aquél conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”.


Si hoy algo es evidente es que nuestra industria cultural no tiene como misión impulsar ese corpus de conocimientos que permitan desarrollar juicios críticos en el ámbito particular de las personas con respecto a todo aquello que acontezca en su vida cotidiana, sino por el contrario, su objeto sería más bien intentar inculcar en el mayor número de ellas los mismos valores de sumisión, y la adquisición mediante su consumo de los productos que como tal industria genera.


Quizá es que consumo y cultura sean términos antitéticos en su raíz operativa, y antagónicos en cuanto a su posible complementariedad significativa. Pero, por el contrario, su convivencia en este ardid denota al menos la connivencia que el poder ejerce sobre sus súbditos a través de los propios medios de dominio, que no son otros que los de la producción cultural, que no de cultura. De tal suerte que estos porcentajes pueden o deben pasar a considerarse como sumandos de aquellos otros que se determinan para evaluar el control social sobre las poblaciones y de sus habitantes.


Hoy, por tanto, lo cultural es un elemento de control, normalizado en productos y normativizado en archivos, museos, bibliotecas, pinacotecas, etc.…Por ello, más que nunca, el Ministerio de Cultura, como responsable de la política cultural, debería estar vinculado al Ministerio del Interior, con idéntica fórmula, pongamos por caso, a como se avecina la Cooperación Internacional al Desarrollo al Ministerio de Defensa, a través de aquellas misiones de nuestras tropas que se denominan como “de ayuda humanitaria”. De este modo, por ejemplo, se podría justificar el incremento presupuestario de lo que el Estado dedica a la “seguridad ciudadana” mediante la incorporación del gasto originado por el “control cultural” de la población; y también, al de la “cooperación al desarrollo” al de Defensa, que oculta la aportación económica en compromisos internacionales para el mantenimiento de determinadas estratégias geopolíticas en el marco de una alianza. De este modo, la concentración de competencias complementarias podría evitar un gasto presupuestario en estos momentos de "crisis", lo que no significa otra cosa que un reajuste hacia la concentración, optimizándose así los recursos en relación al propio mercado, que a fin de cuentas es el que manda.


Mientras tanto, la industria cultural continúa su expansión ampliando sus ofertas por la incorporación de nuevos productos y actividades, y para ello necesita de gestores, de administradores, animadores. De ahí también la relevancia significativa que cobra la acuñación de nuevos términos como “cultura del ladrillo”, “cultura de la especulación”, “cultura del pelotazo”, que corroboran la simbiosis existente entre los principales sectores de Inversión Improductiva de este país.


(1) García Gracia, M.ª Isabel y otros (2007). La dimensión económica de la industria de la cultura y el ocio en España.McGraw Hill/Fundación Autor. Madrid

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