Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

12/10/2008

LA SOCIEDAD DEL DESPRECIO

El modelo relacional de nuestra sociedad occidental se fundamenta en una dicotomía de roles poco diferenciada, en la que prevalece la indiferencia como respuesta ante el otro, pero también, formas gestuales vinculadas al desprecio por las que se establece un modelo de conducta estandarizado que nos contiene.

Si partimos del hecho de que los hombres civilizados son miserables por naturaleza, como ya constatara Leopardi, el desprecio es la forma más común en la que se representa la violencia en la interacción social. Esta habilidad, aceptada y promovida socialmente, constituye paradójicamente un elemento de cohesión social en la medida en que permite compensar el autodesprecio que uno se tiene a través del ejercicio del desprecio sobre lo ajeno. Siendo además, en la mayoría de las ocasiones, una forma sadomasoquista de baja intensidad, que permite que el individuo se acepte a sí mismo sólo en la medida en que sea integrado por un grupo concreto, pues con independencia de los diferentes roles establecidos en cada uno (líder, bufón…etc.), su característica común es la capacidad que se exige de soportar la vejación, y que sólo puede ser compensada por la licencia que su padecimiento otorga.

No es la custodia o supresión de la violencia de los comportamientos lo que prima en nuestro sistema de valores educativo, sino de qué forma se puede inculcar y materializar esa violencia para que sea socialmente aceptada. Así, desde la juventud, se instruye a los individuos en formas más o menos laxas de ejercer civilizadamente la violencia. Bajo la calumnia, por ejemplo, se desacredita a los demás cuando no están presentes, o mediante la mofa, o cuando se increpa en reto al otro en público, bajo constantes invectivas menospreciando su trabajo o actividad, y por que no, bajo esas otras formas de ninguneo en las relaciones de prestación de un servicio o de simple intercambio económico, etc.

Esta capacidad para ejercer el desprecio hacia lo ajeno se justifica desde que se aprende a asumir el desprecio que sobre cada individuo se ejerce, porque sólo en la medida en que se recibe y se es un Humillado se está legitimado para dar. Este es el axioma de la transferencia de la violencia en nuestro medio comunitario, y a ella le debemos en lo personal la vivencia como saludable de un profundo e inestable desequilibrio emocional y afectivo.

En una especie de redención por la culpa, o por la causa, en la medida en que se soporta el dolor es en la medida en que se puede producir. Esta perversión moral exonera siquiera de reprobación a estos comportamientos, produciendo aún más indefensión sobre aquellos individuos que, no asumiendo este papel, intentan escapar de él o desenmascararlo.

Llevado a su extremo este modus operandi se proyecta en magnas masacres, en las que nunca se ejerce sobre los demás el suficiente dolor para compensar el que uno, en su momento, tuvo que soportar. Ejemplos ajenos a esta desproporcionalidad sería infructuoso buscar en la historia de las matanzas de la especie… La venganza, al margen de la Ley es en dónde recae la soberanía de un pueblo, o mejor decir de su sátrapa, y a través de la cual se pueda ejercer el dominio sacrificando a sus víctimas. Este comportamiento, en ocasiones, llega también hasta el paroxismo cuando inclusive se justifica la renuncia para ayudar al otro por la deuda que por ese acto él podría contraer. Loable aproximación para comprender la máxima de La Rochefocauld de que “la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud”.

Al otro lado, en minoría, inadaptados, enajenados y absortos, hay aún individuos que no entran en lo posible en este juego, que no intentan esconder la mediocridad a la que sin duda están abocados, como elementos seriados que son de la cadena de producción de la sociedad de mercado, en donde toda diferenciación produce indiferencia, en la que los elementos para la competencia que impone la propia economía del poder, proyectada sobre cada comportamiento social, nos convierte, si no lo evitamos, en especuladores programados para el común desprecio.

1 comentario:

SurLaMer dijo...

Para nada son inútiles estos pensamientos.
Un saludo.