¡SORPRENDERSE!
Quizá sea esa la primera condición para que la materia tome forma, para que la forma adquiera sentido, para que el sentido desvele... y extraiga, del absurdo, alguna mota de hilaridad.
La disponibilidad a que se produzca esa sorpresa a través de algún fenómeno, como el despertar de la materia que sueña en nosotros conformando cartografías para la memoria, o diseñando espacios en los que poder ubicarnos, es lo que nos permite el gesto que module el momento.
Sorprenderse es no saberse, no aferrarse a lo pormenorizado, no asegurarse en los automatismos gestuales, es mostrarse sin desvelarse.
Con respecto al sonido, es sorprendente aquella ejecución que no exige la interpretación, o cómo la técnica se deshace en la expresión, una palabra que se desdice al pronunciarse, el argumento que se pierde en lo espontáneo, lo incierto de un pulso que no permanece sujeto al compás de lo constante.
Porque lo que acontece proviene de la sorpresa. Lo que ocurre es rutina, memoria que ordena cada elemento en la misma secuencia, plano sobrepuesto: historia sin desenlace.
Sorprenderse es fugarse hacia la inocencia, prescindir de lo conocido para instruirse en el conocimiento, discurrir sin la tensión de cada elemento, ser el transcurso y no lo que transcurre, confluir hacia la indistinción en un espacio de sombra magnética.
La sorpresa prescinde del nombre de su objeto, no tiene miedo al espanto, irrumpe y nos indetermina por un instante, nos une sin vincularnos como el sin porqué de la desvergüenza.
Sorprenderse es lo impúdico de una condición que se traiciona consecuentemente.
La disponibilidad a que se produzca esa sorpresa a través de algún fenómeno, como el despertar de la materia que sueña en nosotros conformando cartografías para la memoria, o diseñando espacios en los que poder ubicarnos, es lo que nos permite el gesto que module el momento.
Sorprenderse es no saberse, no aferrarse a lo pormenorizado, no asegurarse en los automatismos gestuales, es mostrarse sin desvelarse.
Con respecto al sonido, es sorprendente aquella ejecución que no exige la interpretación, o cómo la técnica se deshace en la expresión, una palabra que se desdice al pronunciarse, el argumento que se pierde en lo espontáneo, lo incierto de un pulso que no permanece sujeto al compás de lo constante.
Porque lo que acontece proviene de la sorpresa. Lo que ocurre es rutina, memoria que ordena cada elemento en la misma secuencia, plano sobrepuesto: historia sin desenlace.
Sorprenderse es fugarse hacia la inocencia, prescindir de lo conocido para instruirse en el conocimiento, discurrir sin la tensión de cada elemento, ser el transcurso y no lo que transcurre, confluir hacia la indistinción en un espacio de sombra magnética.
La sorpresa prescinde del nombre de su objeto, no tiene miedo al espanto, irrumpe y nos indetermina por un instante, nos une sin vincularnos como el sin porqué de la desvergüenza.
Sorprenderse es lo impúdico de una condición que se traiciona consecuentemente.
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