VICTIMISMO
Desde poco después de las últimas elecciones generales se viene produciendo en la vida política una creciente personificación de las denominadas "víctimas del terrorismo", y fundamentalmente un sector de ellas agrupado en una de las principales asociaciones promovidas para defender sus derechos.
Esta actitud beligerante, precisamente contra el Gobierno del Estado que vela por sus intereses, es cuanto menos paradójica. Ya desde el cuestionamiento del alto Comisionado nombrado por el propio Gobierno para intentar atender más eficazmente sus demandas, reconociendose con ello implícitamente un nuevo rango a este problema que cobró aún mayor dimensión si cabe con la masacre de Atocha, hasta la manifestación claramente beligerante en el mismo sentido celebrada hace unos meses, en la que además se intentó establecer una separación clara e irreconciliable entre las propias víctimas en función de su adscripción política, y en la que quedó patente, bajo el encubrimiento y la manipulación de la causa contra el terrorismo, la estrategia de enfrentamiento político con el gobierno legítimo de la nación ante su posible estrategia para conseguir la paz en el tema vasco, y también el reciente congreso en el que se ha constatado esta secesión, radicalizándose aún más las opciones de por sí encomntradas, a pesar de poseer ámbas una causa común y un mismo origen, y en el que se ha escenificado en lo particular hasta que punto la propia derecha está dispuesta a utilizar el tema del terrorismo y a sus víctimas como causa política para retomar el poder.
Pero lo que puede llegar a ser entendible en términos de hipocresía política, ese homenaje que el vicio rinde a la virtud, entre rivales del gremio, ya no lo es cuando ésta se aplica a personas individuales. No es ni entendible ni comprensible que las personas afectadas por las acciones terroristas ejerzan su condición de víctimas hasta el límite de querer imponer al resto de ciudadanos el odio, la venganza o la "victoria" como condición para llegar a una posible paz.
Es además una falta de visión importante no intentar mantenerse al margen del debate estrictamente político en los prolegómenos de este proceso, procurando por el contrario intervenir en el momento oportuno, ese en el que se expliciten claramente las propuestas de la negociación; porque negociar no es claudicar para ninguna de las partes aunque deba ser el resultado para ambas, de lo contrario no habría negociación, y es precisamente en ese momento cuando la fuerza de la contundencia de los hechos, la simple diferencia entre asesinos y víctimas, ha de contribuir a reforzar la posición de aquél Gobierno que pueda acabar con esta situación, sea este del color político que sea. De lo contrario, y como ahora estamos presenciando, las víctimas pueden convertirse en verdugos de un proceso que aún la gran mayoría de los ciudadanos quiere ver concluido con dignidad. Esa dignidad que exige finalizar una etapa de oscuridad que se ha cobrado ya demasiadas vidas.
¿O sería mejor, que la respuesta a esta actitud se enmarcara en la indiferencia ante la violencia, en una visión que contemporizara con lo contingente entre vida y muerte, en la incertidumbre y el azar, en la connivencia con el destino y los daños colaterales, en la convivencia con la violencia como un atractivo más de la oferta de sensaciones que nos ofrece nuestra hedonista sociedad de consumo?.
Pese a quien pese el reconocimiento de víctima lleva implícito el reconocimiento del terrorista. No querer ver la otra cara no significa que no exista. Si una desaparece también desaparecerá la otra. Ese será el precio que habrá que pagar realmente si queremos terminar de una vez con esta situación. Entonces la dignidad podrá ser fuerte y silenciosa.
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