INFELIZMENTE SATISFECHOS
Todo viaje que se precie nace de alguna pregunta y busca alguna respuesta.
(R. ARGULLOL)
Una de las alternativas que se ofertan para “ocupar el tiempo libre” en nuestro orden social es “viajar”. Quizá sea esta la forma más codiciada de subvertir el orden que impone la rutina, y también de poder despertar de su letargo a nuestros sentidos, a través de la búsqueda de novedosas sensaciones o experiencias.
Pareciera como si una corriente de nuevo vitalismo nos hubiera imbuido de la frescura que la juventud da para ir en busca de alguna identidad, o quizá de la necesidad de comprobar cuáles son nuestros propios límites. Nada más alejado de lo constatable.
Viajar, en el sentido de aventura, ha sido sustituido por hacer turismo: ese desplazamiento por placer, programado y dirigido, limitado en su duración y enmarcado en el consumo del ocio planificado en las sociedades industriales.
El turista es el modelo de sujeto/objeto al que se acomoda, como la pana al maniquí, la gran mayoría de los ciudadanos. Ser un turista es una forma de representar y dilapidar “placenteramente” el excedente acumulado por el trabajo o por las rentas de capital, aunque también constituye, a su vez, ser parte de un importante sector productivo del engranaje económico. El turista es un ser que produce y genera riqueza, un eslabón más de la cadena, lo que representa en nuestro país alrededor del 11 % neto de la aportación al PIB.
Esto que en teoría es aséptico no lo es, tanto en cuanto, lo consideremos además un elemento modelador y ordenador del medio ambiente. En nuestro caso podemos hablar de una elevada tasa de “contaminación turística”, sobrevenida por la modificación de la mayor parte del paisaje costero del litoral mediterráneo, dispuesto para que se produzca la recepción masiva de este cúmulo de infelicidad satisfecha.
Porque quizá sea esta la clave de todo el emporio montado en torno a este fenómeno social: la posibilidad de satisfacer por unos instantes tanta infelicidad. La infelicidad satisfecha es una muestra de la opulencia de nuestras sociedades, la recompensa a la insatisfacción de tanta rutina, el sueño que atraviesa toda la mediocridad de la gran clase media.
Hoy se confunde el traslado por medios mecánicos por un Viaje, la visita guiada con alguna escaramuza programada y anecdótica con la Aventura, el paseo por el parque temático creado al efecto por un Descubrimiento… El turista es un modelo inorgánico trasplantado en una simulación del mundo real, y que una vez trepanado, culmina el viejo sueño del hombre de habitar una naturaleza dominada, un mundo por fin a su semejanza.
Claro que también hay el denominado “turismo sexual”, esa concupiscente forma de ejercer el dominio colonial sobre los agraciados-condenados a este desparrame, insigne muestra de nuestros mejores valores morales.
Creo que los últimos “viajes” disponibles para el gran público fueron los psicodélicos, antes de que cortaran el ácido lisérgico con matarratas y speed. Claro que aquellos viajes entrañaban el riesgo que corresponde a algo que como tal se precie, por lo que fueron duramente perseguidos por el sistema. No eran productivos sino todo lo contrario, podían ampliar la percepción, desencadenar un cúmulo de contradicciones personales, trastocar los valores desde la intimidad, comunicarnos con la divinidad que hay en cada uno…
Ahora, menos el LSD, todo está en FITUR, esa feria internacional de turismo, de la cual nos podemos sentir muy orgullosos y que contribuye tanto a nuestro desarrollo económico y ambiental. Este año habrá tropecientos millones de desplazamientos y de traslados, así que los decorados ya están preparados, y las agencias, que no pueden crecer en ofertas exóticas ni nuevos destinos, tienen que competir ofreciendo nuevos contenidos, de los que me han llamado la atención los siguientes:
“Viaje con picadura de tarántula incluida”. “No renuncie a un abrazo de la boa constrictor”. “Sienta, por una vez, el hambre y la sed de la miseria”. “Con nosotros, lo más cercano a la muerte”, y otras cosillas por el estilo…
Con ofertas como éstas, quién podría negarse a volver a “viajar”.
Aunque, ¿cuánto de auténtico viaje hay en nuestra vida, y cuanto de turismo?.
(Chantal Maillard)
(R. ARGULLOL)
Una de las alternativas que se ofertan para “ocupar el tiempo libre” en nuestro orden social es “viajar”. Quizá sea esta la forma más codiciada de subvertir el orden que impone la rutina, y también de poder despertar de su letargo a nuestros sentidos, a través de la búsqueda de novedosas sensaciones o experiencias.
Pareciera como si una corriente de nuevo vitalismo nos hubiera imbuido de la frescura que la juventud da para ir en busca de alguna identidad, o quizá de la necesidad de comprobar cuáles son nuestros propios límites. Nada más alejado de lo constatable.
Viajar, en el sentido de aventura, ha sido sustituido por hacer turismo: ese desplazamiento por placer, programado y dirigido, limitado en su duración y enmarcado en el consumo del ocio planificado en las sociedades industriales.
El turista es el modelo de sujeto/objeto al que se acomoda, como la pana al maniquí, la gran mayoría de los ciudadanos. Ser un turista es una forma de representar y dilapidar “placenteramente” el excedente acumulado por el trabajo o por las rentas de capital, aunque también constituye, a su vez, ser parte de un importante sector productivo del engranaje económico. El turista es un ser que produce y genera riqueza, un eslabón más de la cadena, lo que representa en nuestro país alrededor del 11 % neto de la aportación al PIB.
Esto que en teoría es aséptico no lo es, tanto en cuanto, lo consideremos además un elemento modelador y ordenador del medio ambiente. En nuestro caso podemos hablar de una elevada tasa de “contaminación turística”, sobrevenida por la modificación de la mayor parte del paisaje costero del litoral mediterráneo, dispuesto para que se produzca la recepción masiva de este cúmulo de infelicidad satisfecha.
Porque quizá sea esta la clave de todo el emporio montado en torno a este fenómeno social: la posibilidad de satisfacer por unos instantes tanta infelicidad. La infelicidad satisfecha es una muestra de la opulencia de nuestras sociedades, la recompensa a la insatisfacción de tanta rutina, el sueño que atraviesa toda la mediocridad de la gran clase media.
Hoy se confunde el traslado por medios mecánicos por un Viaje, la visita guiada con alguna escaramuza programada y anecdótica con la Aventura, el paseo por el parque temático creado al efecto por un Descubrimiento… El turista es un modelo inorgánico trasplantado en una simulación del mundo real, y que una vez trepanado, culmina el viejo sueño del hombre de habitar una naturaleza dominada, un mundo por fin a su semejanza.
Claro que también hay el denominado “turismo sexual”, esa concupiscente forma de ejercer el dominio colonial sobre los agraciados-condenados a este desparrame, insigne muestra de nuestros mejores valores morales.
Creo que los últimos “viajes” disponibles para el gran público fueron los psicodélicos, antes de que cortaran el ácido lisérgico con matarratas y speed. Claro que aquellos viajes entrañaban el riesgo que corresponde a algo que como tal se precie, por lo que fueron duramente perseguidos por el sistema. No eran productivos sino todo lo contrario, podían ampliar la percepción, desencadenar un cúmulo de contradicciones personales, trastocar los valores desde la intimidad, comunicarnos con la divinidad que hay en cada uno…
Ahora, menos el LSD, todo está en FITUR, esa feria internacional de turismo, de la cual nos podemos sentir muy orgullosos y que contribuye tanto a nuestro desarrollo económico y ambiental. Este año habrá tropecientos millones de desplazamientos y de traslados, así que los decorados ya están preparados, y las agencias, que no pueden crecer en ofertas exóticas ni nuevos destinos, tienen que competir ofreciendo nuevos contenidos, de los que me han llamado la atención los siguientes:
“Viaje con picadura de tarántula incluida”. “No renuncie a un abrazo de la boa constrictor”. “Sienta, por una vez, el hambre y la sed de la miseria”. “Con nosotros, lo más cercano a la muerte”, y otras cosillas por el estilo…
Con ofertas como éstas, quién podría negarse a volver a “viajar”.
Aunque, ¿cuánto de auténtico viaje hay en nuestra vida, y cuanto de turismo?.
(Chantal Maillard)
5 comentarios:
Por otro lado, me parece que el aspecto industrial del turismo es importante. Es esa industria quien ha conseguido introducir en nuestras vidas esa necesidad de experiencias exóticas atenuadas, esa necesidad de traslado, de cambio de escenario. El resultado es una especie de personaje que arrastra su condición (condición que no quiero juzgar, allá cada uno) por un pasillo de cristal. A ambos lados desfilan la miseria y la pobreza de las que el cristal blindado del contrato turístico nos mantiene a salvo.
Mi versión del asunto es como otras cosas de la vida:últimamente prefiero convertir el dinero en tiempo. No en tiempo libre, en ocio. Sino en tiempo en libertad. Libertad para decidir, por ejemplo, NO VIAJAR. Y, la verdad, parece que el resultado resulta raro. ¿Donde vas estas vacaciones? A ningún sitio. Me quedo en casa y voy a usar ese tiempo en libertad para leer, hacer música y visitar a los amigos. La gente te mira con simpatía cuando dices eso, pero se quedan como pensativos. ¿Qué coño pensarán?
La "satisfacción" de viajar, tal como se concibe hoy en día, no es tal. Las historias que se cuentan a la vuelta del viaje no son más que una sarta de mentiras que decimos a nuestros amigos, pero que van dirigidas a nosotros mismos. Hacer turismo es una experiencia tremendamente frustrante, a menos que se sea un imbécil. Vayamos a donde vayamos (siempre que no sea a un lugar que conocemos más que bien), estaremos obligados a movernos en un circuito -o varios- de realidad virtual. Todas las ciudades, todas las selvas, todos los desiertos contienen un itinerario "temático" al que inexorablemente son conducidos los turistas, visitantes ocasionales que no quieren ni deben querar separarse del guión. Y si alguno lo intenta, las posibilidades de conseguirlo solo pasan por el lado más dramático del asunto: meterse en líos. Me asombra pasear por Madrid y ver cómo los turistas no ven la misma ciudad que yo, porque ellos están fatalmente abducidos por el "parque temático de Madrid". Es algo más que una separación física; es un estado de ánimo, una perturbación de los sentidos. El mejor viaje, si no aperece una oportunidad excepcional, suele ser siempre el interior: hacia uno mismo, hacia los propios lugares. Claro, que con eso no se monta una Fitur.
Creo que los únicos viajes que podemos considerar auténticos son aquellos en los que nos perdemos,y nos dan la ocasión de encontrarnos en algún lugar, en alguna persona o incluso a veces en nosotros mismos.
Hay que reivindicar la insatisfacción feliz,porque la única forma posible de felicidad empieza a estar en la insatisfacción ante lo que nos rodea.
La noción de ocio(descanso)parece contradecir al término actividad (trabajo). Nada más alejado de la realidad. El ocio hoy es socialmente productivo, contribuye a la actividad económica permitiendo el consumo. El tiempo del ocio es el tiempo reservado para consumir. Y el consumo es un elemento clave en el crecimiento económico de nuestras sociedades a través de la demanda interna de bienes y serviciós.
De ahí que para la administración y gestión de este Ocio exista toda una Industria. La industria que gestiona lo excedentario. Ya sea de tiempo, de dinero, de energía, de dolor, etc...
La ordenación económica impone por tanto sus leyes de productividad, competencia y beneficios también sobre este sector que gestiona la libertad, el deseo y la necesidad de todos aquellos infelices pero satisfechos.
Pero la satisfacción radica paradójicamente en la insaciabilidad del apetito consumista. Podremos satisfacer lo compulsivo inmediato, pero no lo impulsivo en el tiempo. El sistema resiste porque es capaz de atender y de generar demanda (lo impulsivo).
En este contexto "la libertad", no es más que la liberalidad del mercado, la tendencia, la moda, que se materializan en oferta.
Cualquier ejercicio o actitud que desprecie y no se subsuma a esa oferta será considerado como un desprecio y será marginado.
Si, todo ejercicio turístico debe ser exitoso en lo soicial pero frustrante en lo personal: es la manera de que pueda funcionar la fórmula errónea sobre el azar: "el destino siempre es mejorable en la próxima tirada".
El turista está guiado por el determinismo en su itinerarios, se le inscribe en un "circuito", mira exclusivamente lo que se le pide mirar. No ve.
Si uno no se pierde cómo va a ver, como va a sentir el viaje. Para viajar hay que estar dispuesto a perderse. Y quién lo está en este medio constreñido de rutina y orden autoimpuesto.
Nos permitimos perdernos en fugaces instantes, en volátiles sueños, en la mirada perdida que se entrecruza al pasar, en el roce de la sombra del vuelo de un ave veloz, en el surco que deja una gota de agua, en el círculo de lo inútil...
la actividad ir vínculada , conjunto de actividad que pueda realizarse a través de lo excedentario, dinero, en lo excedente de tiempo
Hay que masajearse la higa hasta alcanzar un ¡oh! consolador (al parecer)
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