La catarsis de la Luna de Agosto
Hoy los funerales se realizan en las nuevas catedrales de la ignorancia voluntaria: los campos de fútbol, novedoso lugar de culto a los muertos en donde se licúa la pasión desenfrenada de lo vacuo.
Al mundo del fútbol le faltaba la Víctima, el gladiador caído. Y este ya tiene nombre, inmortalizado por la catarsis acaecida tras un óbito natural en el lugar “de trabajo”, en este caso “de juego”. Pues no ha sido una pelea entre adversarios, ni tras un esfuerzo ímprobo en pos de un título inalcanzable, ni por el derrote envenenado de un astado astado. No, un paro cardiaco en el momento del juego. Quizá todo hubiera sido diferente si este hecho se hubiera producido de noche, durante un sueño reparador, o en un prostíbulo en donde aliviar las tensiones que produce el enriquecimiento logrado por el “arte de la patada”.
Escandaliza asistir a esta representación, atizada desde el mundo mediatizo, en la que se sublima gratuitamente el dolor por la pérdida de alguien que no es siquiera cercano afectivamente y que ha muerto, no por una agresión, sino por paro cardiaco. La población es abducida en masa, no por seres extraterrestres, sino por unos medios que saben muy bien qué tipo de carroña exige la misma dado que son los encargados de pastorearla.
Si nos atenemos al análisis de que los medios priorizan aquellas noticias en función de las características de su audiencia, el panorama es sombrío: primeras páginas, apertura de informativos, suspensión de eventos deportivos, el centro de las tertulias de los voceros, en fin, un plano secuencia que recorre el mundo audiovisual concediendo el protagonismo a un actor secundario de una farsa dominguera, elevándolo a la categoría de mártir, e incitando el culto a un negocio que mueve millones de euros y que cada vez tiene más peso específico en el propio ámbito de los profesionales del ramo. Además, aquí han confluido el periodismo deportivo y el periodismo de sucesos.
Pero aún es peor si nos atenemos a ese otro análisis que establece que, sobre una pretendida independencia de los mismos, éstos determinan la relevancia de los acontecimientos pudiendo crear estados de opinión, dando ese toque de distinción o de relevancia a aquello que así consideren oportuno, ejerciendo, en este caso, la perversidad informativa hasta el delirio.
Aunque claro, se podría alegar en su descargo que el fútbol es algo insustancialmente universal y quizá la primera ilusión que ha llegado a todos los rincones del planeta como símbolo de la globalización. Esto no haría sino, por el contrario, aumentar su responsabilidad en el ejercicio de embrutecimiento de las masas.
Juntar la muerte con el fútbol da como resultado una nueva forma absoluta de alienación, en la que el mono infeliz salta jubiloso, pero esta vez como un plañidero a compás de sevillanas. Mientras tanto, aquellos que tienen alguna posibilidad de reducir la ignorancia no contribuyen a ello, sino que por el contrario estimulan la mansedumbre que se desprende de la inconsciencia como paradigma del comportamiento.
Todo ello ha arrastrado a políticos, artistas, religiosos, etc. a pronunciarse, no se fueran a ver desplazados de tan merecido pésame, y perdieran la oportunidad de asociarse a lo colérico colectivo. Pero la familia de este “fantoche”, que es a lo que se ha convertido a esta persona en los medios de persuasión, tendrá que asumir no sólo su dolor, sino el de toda esta maraña que disfruta a su manera de unas jornadas de impostura sobre el dolor de un Agosto inolvidable para todos los aficionados.
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