AQUI ESTAMOS ...
(Aquí estamos. Y estamos porque hemos venido … sino, no estaríamos).
Ya Heráclito nos instruyó sobre el flujo continuo de las cosas y hoy aquella intuición forma parte de nuestra percepción coloquial del mundo.
Este razonamiento, para señalar nuestra ausencia, nos sitúa en la indeterminación del tránsito. El estar es una consecuencia del movimiento, es más, es el propio movimiento. En este aserto el ser está ausente del estar, y si estar es movimiento, ser es un fluido indeterminado que se precipita en cada estar.
Por otro lado “hemos venido” es nuestro destino, no en el sentido de llegada, pues no hemos llegado, sino como entonación o acentuación del tránsito, como finalidad.
Así pues parece que somos seres continuos en el movimiento, átomos que atraviesan paradójicamente fases de atracción y repulsión entre sí. En este sentido la atracción está más próxima a las edades tempranas de la vida: atracción maternal en la primera infancia, filial y grupal en la juventud, la amistad como vínculo entre átomos que se aprecian. Es el momento de la cohesión molecular de nuestras vidas, de los proyectos compartidos, de lo colectivo, de lo igualitario, de la energía que confluye a través de la atracción sexual que nos vincula como especie en su movimiento expansivo. La repulsión, por el contrario, adviene como síntoma de la emancipación, es parte del proceso de diferenciación individual, de la competencia por sobrevivir, repudio del otro, mecanismo para la acumulación de energía que contrarreste la pérdida de vitalidad, momento de contracción que antecede al colapso energético final.
Ahora, que se ha puesto en marcha ese acelerador de partículas, de átomos, con el objeto de que colisionen, es oportuno preguntarse en qué momento se encuentra la civilización: en atracción o en repulsión. La respuesta quizá nos la de la vibración del vacío, y a lo mejor, esa respuesta tan anhelada es una nueva pregunta, morfológicamente constituida por la interacción de series de frecuencias melódicas aleatorias.
Este razonamiento, para señalar nuestra ausencia, nos sitúa en la indeterminación del tránsito. El estar es una consecuencia del movimiento, es más, es el propio movimiento. En este aserto el ser está ausente del estar, y si estar es movimiento, ser es un fluido indeterminado que se precipita en cada estar.
Por otro lado “hemos venido” es nuestro destino, no en el sentido de llegada, pues no hemos llegado, sino como entonación o acentuación del tránsito, como finalidad.
Así pues parece que somos seres continuos en el movimiento, átomos que atraviesan paradójicamente fases de atracción y repulsión entre sí. En este sentido la atracción está más próxima a las edades tempranas de la vida: atracción maternal en la primera infancia, filial y grupal en la juventud, la amistad como vínculo entre átomos que se aprecian. Es el momento de la cohesión molecular de nuestras vidas, de los proyectos compartidos, de lo colectivo, de lo igualitario, de la energía que confluye a través de la atracción sexual que nos vincula como especie en su movimiento expansivo. La repulsión, por el contrario, adviene como síntoma de la emancipación, es parte del proceso de diferenciación individual, de la competencia por sobrevivir, repudio del otro, mecanismo para la acumulación de energía que contrarreste la pérdida de vitalidad, momento de contracción que antecede al colapso energético final.
Ahora, que se ha puesto en marcha ese acelerador de partículas, de átomos, con el objeto de que colisionen, es oportuno preguntarse en qué momento se encuentra la civilización: en atracción o en repulsión. La respuesta quizá nos la de la vibración del vacío, y a lo mejor, esa respuesta tan anhelada es una nueva pregunta, morfológicamente constituida por la interacción de series de frecuencias melódicas aleatorias.
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