SUSPICIO E DUBITATIO (para Laia)
Por el camino de la estación crecía un musgo verde resplandeciente que nos maravillaba en aquellos días entre nublados que no aconsejaban el baño en la mar. Era allí, únicamente, en aquél bosquecillo, en donde la luz, con su frugalidad, nos hacía distinguir aquello que se nos oculta a pesar de la constante claridad de cada día.
Aquellos relieves esculpidos por motas de rocío que, como cristales de cuarzo, iluminaban el bosque de la oscuridad, nos hacían sospechar que es suficiente un rayo de luz para desplazar las tinieblas que se abatían ante nuestros ojos. Entonces, la mirada despertaba de sus automatismos parpadeos y se nos aparecían formas animales que conservaban su vida por el camuflaje en el que se engastaban: limacos, babosas, saltamontes, escarabajos … El verde del musgo se confundía con la vegetación y con la fauna que la habitaba, extendiéndose a nuestro alrededor con la esperanza de la curiosidad insaciable de nuestra infancia satisfecha.
Así, comprendíamos que el universo infinito tiene rincones inapreciables en dónde esconder su hermosura, y que ésta no se muestra gratuitamente en todo su esplendor si no coinciden una serie concreta de circunstancias que la despierten. Por ello, nos embargaba un recogimiento especial, como el que se produjo cuando ese rayo de luz fue nublado y unas finas gotas de lluvia se precipitaron despertando al silencio en el que se habían sumido todos nuestros sentidos.
Al alejarnos de este encuentro, cogidos de la mano, sólo nos embargaba una duda: la de poder volver a compartir aquél silencio en otros mundos.
Aquellos relieves esculpidos por motas de rocío que, como cristales de cuarzo, iluminaban el bosque de la oscuridad, nos hacían sospechar que es suficiente un rayo de luz para desplazar las tinieblas que se abatían ante nuestros ojos. Entonces, la mirada despertaba de sus automatismos parpadeos y se nos aparecían formas animales que conservaban su vida por el camuflaje en el que se engastaban: limacos, babosas, saltamontes, escarabajos … El verde del musgo se confundía con la vegetación y con la fauna que la habitaba, extendiéndose a nuestro alrededor con la esperanza de la curiosidad insaciable de nuestra infancia satisfecha.
Así, comprendíamos que el universo infinito tiene rincones inapreciables en dónde esconder su hermosura, y que ésta no se muestra gratuitamente en todo su esplendor si no coinciden una serie concreta de circunstancias que la despierten. Por ello, nos embargaba un recogimiento especial, como el que se produjo cuando ese rayo de luz fue nublado y unas finas gotas de lluvia se precipitaron despertando al silencio en el que se habían sumido todos nuestros sentidos.
Al alejarnos de este encuentro, cogidos de la mano, sólo nos embargaba una duda: la de poder volver a compartir aquél silencio en otros mundos.
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