SIERVOS DE UNA PENA
Apenas tiene la realidad tiempo de existir que ya está desapareciendo …
(J. Baudrillard)La “realidad” es un término que cada vez se identifica más con lo compartido que con lo vivido. Por el contrario, cada vez más el tiempo vital es un tiempo insustancial.
Lo compartido es aquello mediático que nos rodea y nos conforma socialmente a través de distintos lenguajes de signos incomprensibles mediante los cuales nos incomunicamos. Compartimos fundamentalmente información y su acumulación nos subsume en códigos cuya comprensión se limita a su olvido. Se entiende porque se olvida, todo en el mismo acto. Pero uno no comprende.
En la noosfera de nuestras ilusiones compartidas la despersonalización hoy es el tegumento por el que se mantiene la cohesión social. Es así como los impulsos mediáticos marcan el pulso de nuestro corazón, de modo que si la velocidad operativa aumenta el tiempo se expande, lo que no deja de ser una forma de considerar que a mayor actividad se corresponde una mayor longevidad, hacemos más cosas en menos tiempo y, como siervos de la productividad, prolongamos la vida en el olvido de vivir.
Nuestra “naturaleza” es por tanto cultural y poco tiene que ver ya con la propia Naturaleza. Los límites de nuestro entorno se corresponden con el ordenamiento de nuestra agresividad y violencia, la cual no se ejerce ya simplemente para la subsistencia personal o de la especie, sino para poder perfeccionarnos hacia una atmósfera de “inmunidad cosmológica”, en un la lucha titánica contra lo inerte.
Ciertamente la vida se expande hasta comprobar sus límites aún a riesgo de perecer en esa comprobación. Hoy los límites de la vida se ofrecen al margen de ella misma, en una especie de simulador que condiciona el deseo secuestrando la voluntad. La estrategia es disminuir los riesgos, garantizar la seguridad, evitar cualquier daño a seres condicionados que se reafirman incondicionalmente como “siervos de una pena” impuesta por este hábitat llamado mercado.
Lo compartido es aquello mediático que nos rodea y nos conforma socialmente a través de distintos lenguajes de signos incomprensibles mediante los cuales nos incomunicamos. Compartimos fundamentalmente información y su acumulación nos subsume en códigos cuya comprensión se limita a su olvido. Se entiende porque se olvida, todo en el mismo acto. Pero uno no comprende.
En la noosfera de nuestras ilusiones compartidas la despersonalización hoy es el tegumento por el que se mantiene la cohesión social. Es así como los impulsos mediáticos marcan el pulso de nuestro corazón, de modo que si la velocidad operativa aumenta el tiempo se expande, lo que no deja de ser una forma de considerar que a mayor actividad se corresponde una mayor longevidad, hacemos más cosas en menos tiempo y, como siervos de la productividad, prolongamos la vida en el olvido de vivir.
Nuestra “naturaleza” es por tanto cultural y poco tiene que ver ya con la propia Naturaleza. Los límites de nuestro entorno se corresponden con el ordenamiento de nuestra agresividad y violencia, la cual no se ejerce ya simplemente para la subsistencia personal o de la especie, sino para poder perfeccionarnos hacia una atmósfera de “inmunidad cosmológica”, en un la lucha titánica contra lo inerte.
Ciertamente la vida se expande hasta comprobar sus límites aún a riesgo de perecer en esa comprobación. Hoy los límites de la vida se ofrecen al margen de ella misma, en una especie de simulador que condiciona el deseo secuestrando la voluntad. La estrategia es disminuir los riesgos, garantizar la seguridad, evitar cualquier daño a seres condicionados que se reafirman incondicionalmente como “siervos de una pena” impuesta por este hábitat llamado mercado.
1 comentario:
"lucha titánica contra lo inerte".
Me quedo con esta frase.
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