CREATIVOS
En nuestra sociedad del anonadamiento compartido, de lo mimético e imitativo, ha surgido toda una corriente activa y revitalizadora sobre la personalidad que se fundamenta en la recuperación o promoción de actitudes restringidas hasta hace unas décadas a determinadas elites vinculadas con el mundo del arte. Nos referimos a los creativos.
Tanto la banalización del arte, a partir de la posmodernidad, con la pérdida de su objeto, la belleza, como a la ampliación de las formas tradicionales de expresión que este comportaba (bellas artes), y por qué no también, la extensión de sus posibilidades vinculadas a cualquiera de las ramas del sector productivo, han contribuido a democratizar aquello tan aristocrático como fue la “obra de arte”.
El espíritu creador reservado en principio a los Dioses pasó luego a los hombres en una especie de movimiento titánico que conllevó la transformación y explotación devastadora sobre la naturaleza, del propio ecosistema y por ello, consecuentemente, de su representación. El hombre pasó de representar las transformaciones del mundo a transformar sus propias representaciones hasta hacer desaparecer en ellas al propio mundo que las había inducido. Así, hemos pasado del horror al vacío a su imposición gratificante.
Si admitimos que la dicotomía y la dualidad se manifiestan como elementos paradójicos de cohesión estructural en nuestras sociedades, ya sea a través de la preponderancia de lo individual sobre lo colectivo, de la convivencia entre lo seriado y lo singular, en la obligada pertenencia a la manada y a la vez el riesgo a la exclusión social, o por la connivencia entre libertades y alienación, también habrá que contemplar como la libertad se ha convertido en el espacio en el que operan las marcas de la industria para satisfacer las necesidades que impone la obtención de beneficios, pues tal y como se nos sugiere, sin la libre competencia en el mercado ya no habría elección posible. Es aquí en dónde ya no cabe hablar de personas, sino de personajes.
Alimentar este espectáculo requiere de la prestación por parte de todos sus actores de actitudes comprometidas con su funcionamiento, entre ellas la de contribuir a mejorar la presentación de los productos para seducir a los potenciales clientes. Es aquí en dónde para ello se ha recurrido a la “creatividad”, tanto para producir como para consumir.
En este sentido, el personaje “creativo” se distingue por la aportación que realiza en cada segmento del sistema de producción, aportando el perfeccionamiento de los toscos automatismos que la manufacturación seriada conlleva, concediendo ese valor añadido a los productos para que puedan sobresalir en el tumulto de la oferta. Pero también “el creativo” ejerce, desde el consumo, una especie de contribución sobre la base de la originalidad en la combinación de los elementos que le sacien, en su capacidad para deshacerse frugalmente de lo objetos consumidos y rotar y rodar en la esfera de lo vacuo.
La creatividad ya no es una cualidad asociada a alguna destreza que se ejerce con esmero, sino un imponderable con el que hay que contar para ser competitivo en el mundo de lo seriado. Ser creativo es una obligación tan imperiosa como la de ser guapo, joven y dispuesto, aunque lo que se nos muestre sea feo, depauperado y apático.
Lo que antes era un don hoy es consustancial al modelo que se exhibe entre la competencia. Así, en un paroxismo de democratización real, se ha llegado a considerar que cualquiera, por el simple hecho de aglutinar materiales inservibles, conforma una instalación de arte, siempre y cuando ocupe el espacio reservado al efecto; o que por trazar una s pinceladas sobre un lienzo a granel se apellide entre bastidores como pintor; y no digamos para la música, nunca antes hubo tantos músicos pero menos música y tanto ruido sin armonía alguna. De la danza, qué decir si lo que prosperan son academias en medios masivos como la televisión, en las que concurren impostores a los que siempre se denominó como saltimbanquis. El teatro, por los malabarismos de los mass media, se ha reemplazado o incluso sustituido por la vida misma, hay una epidemia por representar el propio papel que uno se construye para significarse entre la manada sin importar en absoluto la intimidad u otros pormenores que ya no cotizan en la sociedad del espectáculo. Sobre la escultura, ya vemos como se materializa en formas vivas que deambulan como espectros por las pasarelas de la anorexia vinculados al arte de la costura y de la moda. Del cine , otro tanto si mayormente es un refrito de imágenes basado en composiciones culinarias con ingredientes porcentuales fijos relativos a violencia, sexo y estulticia, y todo ello aderezado con la sal de la animación virtual. De la arquitectura, qué objetar a esas formas mayestáticas que desafían al absurdo en las megalópolis que tan magníficamente representan la ignominia, la especulación y la corrupción política. De lo literario , que podemos decir si se vive como en una novela y la poesía se ha desterrado de la vida como las estrellas del firmamento.
Si, los creativos son los personajes que exige el mundo de la industria para sobrevivir a ella misma a través de un modelado publicitario, son los apóstrofes o mejor las prótesis que se le exigen al ciudadano para estar a la altura de las circunstancias, un piropo sobre lo neutro de nuestro vacuo malestar.
1 comentario:
"...sobre lo neutro de nuestro vacuo malestar".
Bajo el neutral acomodo a un vacuo y anodino bienestar... (bla, blacetera, cetera)
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