LA GESTIÓN DEL DESPILFARRO
Hasta hoy la gestión del despilfarro, que es como Aldous Huxley definió el progreso en nuestra civilización, venía asegurada por la confianza de sus administradores sobre un futuro al que se le había sustraído cualquier atisbo de incertidumbre.
La evolución de la sociedad del deseo nos ha deparado, entre otras cuantas cuitas, una evolución del comportamiento consumista, en principio, tan tendente por acaparar objetos como hoy tan recurrente para prescindir de ellos, pues en donde antes se ahorraba para tener hoy se gasta para tirar. En este sentido, el necesario crecimiento económico para sustentar ese aumento del gasto compulsivo, del despilfarro, de los países desarrollados ha de entenderse como la mayor destrucción de recursos naturales jamás realizada, y con ello el consecuente empobrecimiento de amplias zonas del planeta para condena de sus poblaciones nativas.
Efectivamente, cada vez es menor la distancia entre la producción de un objeto y el vertedero al que va destinado. La obsolescencia es un valor ponderado que lo engalana todo, pues todo nace obsoleto en el frenesí de la novedad, por encima de los evidentes desajuste estructurales que ello comporta sobre los ecosistemas vitales.
Pero el crecimiento de todos estos últimos años, el despilfarro, ha sido generado por los propios gestores, banqueros y políticos corruptos, que han propiciado toda una cultura de la especulación llegando a verse afectados por ello, como no podría ser de otra manera, bienes de primera necesidad como la vivienda o los alimentos básicos. No bastaba con la especulación financiera y bursátil sobre valores virtuales creados al efecto, sino que había que descender a la realidad de las necesidades básicas. El endeudamiento sustituyó al ahorro como fuente de inversión. No hizo falta disponer de capital para hacerse empresario, ni de trabajo estable para recibir un crédito para una vivienda. Ya no digamos de los créditos al consumo: se vendían como gangas. Y todas estas ventas de las empresas financieras y de las Entidades Bancarias eran apoyadas y estimuladas por las políticas económicas de los gobiernos de turno, tanto de Europa como de EEUU, y sus consecuencias ya están aquí.
No debemos olvidar que a tales tropelías se sumaron gustosos y deseosos millones de ciudadanos de a pie, de los que sin su contribución al pingüe negocio, endeudándose por encima de sus posibilidades, hubiera sido imposible construir este timo en forma de pirámide.
Para todo ello los bancos y los supermercados han sustituido a las iglesias, el derroche suntuoso a la plegaría, el hurto a la limosna. No nos extrañemos que en esta ocasión estos centros del crédito y del consumo vayan a ser los que reciban la ira de los millones de ciudadanos en paro, de desahuciados, que se avecinan en llegar. Y por ende, tampoco podrán escaparse de la ira los Gobiernos, que son responsables subsidiarios de todo este entuerto, y a los que por supuesto se les pedirán también responsabilidades de una u otra forma.
Conocimos en su día las consecuencias del odio que generó mayoritariamente la miseria, pero mañana conoceremos la ira que provocará una opulencia insatisfecha.
La evolución de la sociedad del deseo nos ha deparado, entre otras cuantas cuitas, una evolución del comportamiento consumista, en principio, tan tendente por acaparar objetos como hoy tan recurrente para prescindir de ellos, pues en donde antes se ahorraba para tener hoy se gasta para tirar. En este sentido, el necesario crecimiento económico para sustentar ese aumento del gasto compulsivo, del despilfarro, de los países desarrollados ha de entenderse como la mayor destrucción de recursos naturales jamás realizada, y con ello el consecuente empobrecimiento de amplias zonas del planeta para condena de sus poblaciones nativas.
Efectivamente, cada vez es menor la distancia entre la producción de un objeto y el vertedero al que va destinado. La obsolescencia es un valor ponderado que lo engalana todo, pues todo nace obsoleto en el frenesí de la novedad, por encima de los evidentes desajuste estructurales que ello comporta sobre los ecosistemas vitales.
Pero el crecimiento de todos estos últimos años, el despilfarro, ha sido generado por los propios gestores, banqueros y políticos corruptos, que han propiciado toda una cultura de la especulación llegando a verse afectados por ello, como no podría ser de otra manera, bienes de primera necesidad como la vivienda o los alimentos básicos. No bastaba con la especulación financiera y bursátil sobre valores virtuales creados al efecto, sino que había que descender a la realidad de las necesidades básicas. El endeudamiento sustituyó al ahorro como fuente de inversión. No hizo falta disponer de capital para hacerse empresario, ni de trabajo estable para recibir un crédito para una vivienda. Ya no digamos de los créditos al consumo: se vendían como gangas. Y todas estas ventas de las empresas financieras y de las Entidades Bancarias eran apoyadas y estimuladas por las políticas económicas de los gobiernos de turno, tanto de Europa como de EEUU, y sus consecuencias ya están aquí.
No debemos olvidar que a tales tropelías se sumaron gustosos y deseosos millones de ciudadanos de a pie, de los que sin su contribución al pingüe negocio, endeudándose por encima de sus posibilidades, hubiera sido imposible construir este timo en forma de pirámide.
Para todo ello los bancos y los supermercados han sustituido a las iglesias, el derroche suntuoso a la plegaría, el hurto a la limosna. No nos extrañemos que en esta ocasión estos centros del crédito y del consumo vayan a ser los que reciban la ira de los millones de ciudadanos en paro, de desahuciados, que se avecinan en llegar. Y por ende, tampoco podrán escaparse de la ira los Gobiernos, que son responsables subsidiarios de todo este entuerto, y a los que por supuesto se les pedirán también responsabilidades de una u otra forma.
Conocimos en su día las consecuencias del odio que generó mayoritariamente la miseria, pero mañana conoceremos la ira que provocará una opulencia insatisfecha.
1 comentario:
"Conocimos en su día las consecuencias del odio que generó mayoritariamente la miseria."
¿Odio? Lo que la miseria derivada del despotismo engendra en quienes la padecen es una terrible y singular lucidez que en ocasiones...
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