LA MEMORIA DEL PRESENTE II (Lo inmediato)
Llega un momento en que la memoria remota tampoco ocupa el lugar o el espacio de un presente cargado de ausencia, pleno de vacío, circunstancial e impropio, neutro, ajeno y nunca asumido.
Quizá sea por un deterioro cognitivo originado por un colapso de conexiones neuronales por lo que esa memoria remota ya no nos mantiene conscientes, cabales. Ella fue el último recurso de lo voluntario sobre lo involuntario, de nuestra consciencia sobre nuestra constitución simplemente química. Entonces, el orden del discurso sobre el que se ordena nuestro mundo se desmorona y adviene un delirio profundo en el que flotamos sobre el magma de lo puntual, en detalles que aún no se han borrado o a los que todavía tenemos un acceso involuntario.
Así, a merced de lo recurrente, el discurso se trae inconexo, diacrónico, demente. Es ahí en donde se deshace todo lo que fue consciencia: lo consciente yace como un residuo, como el ascua que aún crepita sin orden y previsión.
Morimos antes de fallecer en todos aquellos procesos vitales que pueden cumplir con los protocolos que la naturaleza tiene habilitados cuando se prolongan los años de vida pero no la vida de los años.
Morimos antes de fallecer en todos aquellos procesos vitales que pueden cumplir con los protocolos que la naturaleza tiene habilitados cuando se prolongan los años de vida pero no la vida de los años.
A partir de un momento, de un instante, casi siempre inesperado y sorpresivo, los procesos de entendimiento, comprensión y relación con nuestro entorno se deterioran rápidamente. Así, mientras atravesamos los umbrales de la incertidumbre, la conciencia pierde sus referencias, el discurso no encuentra los vocablos que lo expresen, se interrumpe. Se produce de este modo un proceso de fractura vital, de desconexión sobre el mundo circunstancial, porque ya no nos sostiene "lo real".
En un balbuceo inconexo, en el desplazamiento entre la morfología de las palabras, nos acercamos a un estado similar al de un bebé. Pero mientras en nosotros se desdibujan las palabras al pronunciarse a través de procesos de deshabituación sinpática, en el bebé pretenden aclararse, entenderse, inscribirse, por apropiación mimética. De este modo, perturbadas nuestras funciones orgánicas y cognitivas, sólo nuestra mecánica puede mantener las constantes vitales, sólo la fuerza de la inercia las sostiene mientras se vayan lentamente atenuando hasta llegar a ese equilibrio de lo esencial en dónde el soplo del aliento ya no es perceptible.
Con todo ello, estaremos "más allá" del límite como recuerdo de una ausencia para aquellos que aún nos piensen y que de ese modo accedan a vislumbrar lo remoto.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho su incisiva reflexión sobre el inevitable proceso de la pérdida de la conciencia, sobre el fatal deterioro al que estamos avocados.
Llegado el declive, siempre nos podrá quedar cierta dulzura, como los azúcares que rezuma la fruta pocha, y el placer de sumirse en un horizonte que ya no poseemos, pero que estará apunto de poseernos. Y allá vamos... todos.
Un cordial saludo.
Marina
Gracias Marina por su comentario.
Pero no hay certeza sobre esa vivencia, que puede ser dulce o amarga, incluso ácida y/o corrosiva.
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