Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

5/23/2012

NÁUFRAGOS Y A LA DERIVA

Es difícil sustraerse a la evidencia: tanto los socialdemocratas como los neoliberales nos han traído a este puerto. Ninguno de ellos nos sacará de aquí, en todo caso se ensañarán en la llaga.
Nuestra comprensión determinista y cíclica del orden cósmico se fundamenta en un tenguerengue, en el que los acontecimientos vuelven inexorablemente a repetirse. Nuestra identidad en el tiempo es el espacio que media en la sucesión de períodos idénticos, que se definen por la repetición constante de una serie de acontecimientos ordenados arbitrariamente. Todos los años son efectivamente distintos pero, en gran medida, ocurren las mismas cosas: los ciclos de las cosechas, las fiestas que las celebran, etc... El tiempo pasa porque los acontecimientos se repiten y sólo en esa repetición podemos buscar siquiera alguna diferencia que los identifique. De este modo, la constante simbólica del retorno, que en nuestras culturas se manifiesta con el establecimiento de conmemoraciones que serán repetidas todos los años, nos determina que busquemos la diferencia en la repetición. Así es como nos mantenemos fieles en una especie que busca su identidad en la singularidad de lo común.

Si entendemos el diálogo social como una conjunción de diferentes monólogos individuales, debemos interpretar que la incomunicación personal es, también, el producto de un monólogo colectivo. El infrarruido que este monólogo produce en nuestra sociedad es una vibración homogénea de baja frecuencia, en la que en cada uno de sus ciclos la distancia ente los acontecimientos relevantes está invariablemente determinada. Así ocurre en la era de la reproducción digital, en la que lo seriado ha sustituido a lo original, no habiendo distinción entre ambos.

Sin embargo, la expansión del universo introduce una constante de incertidumbre, no en cuanto a los ciclos de tiempo y la previsión de acontecimientos que los distingan, sino por la certeza de la aparición de otros que, aun reproduciéndose en ellos, son de menor frecuentación. La sucesión es invariable pero los elementos que la integran no. Por ello, la idea de expansión determina también que se den acontecimientos que pueden aparecer en un ciclo pero, bajo nuestra percepción, de improviso.

Hoy estamos situados en la incertidumbre que se generó ayer. En lo económico, si el máximo beneficio monetario posible estuvo vinculado en su momento a las operaciones especulativas de alto riesgo, hoy ese riesgo ha perdido todo valor porque la incertidumbre que ha provocado ha llegado a su límite previsible. Más allá solo queda, por tanto, lo imprevisible. Esto nos sitúa en una posición en la que cobra certeza la posibilidad cercana de un acontecer de carácter sorpresivo, pero que, paradójicamente, se hace evidente ya que, por su morfología, divisamos su despuntar en el firmamento.

Las medidas económicas que se están tomando para intentar evitar lo sorprendente solo contribuyen, desde una aparente bipolaridad, a acelerar los procesos desencadenantes del colapso. Hemos distinguido el remolino, pero en vez de remar en otra dirección, nuestro bogar nos conduce inexorablemente hacia él. Tanto las actuaciones que tienden a reducir el déficit público, con recortes drásticos en los países intoxicados, como las iniciativas que se auspician de reactivación del crecimiento, a través de invocadas nuevas inversiones, son terapias paliativas que actúan como elementos entrópicos. En el primer caso, por la lacerante exclusión social que se está generando y, en el segundo, porque, fundamentalmente, están siendo orientadas a recapitalizar, como crédito a muy bajo interés, a las propias entidades financieras, con el señuelo, de cara a la opinión pública, de que puedan facilitar y atender, a su vez, a las necesidades de crédito particular, que por cierto nunca llegan a los sectores productivos que las demandan porque se desvían o “reabsorben” como dividendos especulativos por la compra, por esas mismas entidades, a un tipo muy alto de interés, de deuda pública de aquellos países en riesgo o con amenaza de “rescate”, facilitándose realmente con todo ello un suculento, por lo perverso del mecanismo, negocio.

En este mundo globalizado, tras el hundimiento del bloque soviético, el capitalismo ha entrado en competencia consigo mismo, o lo que es lo mismo, por un lado, entre una economía especulativa que puja ferozmente con la economía productiva por los recursos financieros y, por otro, por la  hegemonía  entre los distintos polos geopolíticos que lo conforman y que reconvertidos todos bajo el mismo patrón, buscan, cada uno por su cuenta, hacerse con el mayor dominio posible sobre el planeta. Con todo ello, la pretendida autoregulación que el propio sistema tiene para mitigar el caos económico que impera en sí mismo, en base a los efectos placebo de las reglas de la libre competencia, o a la consabida  por hipotética y manoseada estabilización entre oferta y demanda, o por las imposiciones surgidas de la desprotección arancelaria sobre algunos países para estimular el libre-comercio entre todos, es una gran quimera.

En este contexto, desde el exterior, Europa parece que haya sido elegida como la nueva presa a devorar por unos y por otros. Lo cierto es que estando, como está, en una posición de debilidad, la propia dinámica de supervivencia de la especie contenida en los manuales del darwinismo liberal, obliga a que los más débiles sean sacrificados. ¿Habrá sido elegida entonces para una tercera gran conflagración, para ejercer otra vez de sumidero que aligere los excedentes del propio capital, el lugar propicio para sacrificar a dos generaciones de jóvenes como consecuencia de los insalvables daños colaterales que origina la redimensión a que se ve sometido el capitalismo global?.

Pero, desde su interior y también desde el más estricto absolutismo liberal, Alemania, con la aquiescencia -hasta hoy- de Francia, desde una posición de beligerancia tácita, está ejerciendo el modus belli del siglo XXI, a través de un  neocolonialismo que se aplica en esta contienda mediante un intervencionismo económico y político singular. Para ello se han secuestrado las propias Instituciones Comunitarias, desde su Presidencia hasta el Parlamento, la Comisión, el Consejo, el Banco Central Europeo, etc., órganos todos ellos que han acatado sumisa y calladamente lo que se decide previamente al respecto en Berlín. En lo económico, se ejerce, a través de una férrea disciplina presupuestaria y fiscal, la asfixia de los países que tienen dificultades con su endeudamiento y, en lo político, se conculca, en la práctica, a través de la denominada "intervención", la propia soberanía de algunos Estados (Italia y Grecia) al ser impuestos gobiernos de tecnócratas que no han sido elegidos democráticamente, usurpándose así la representatividad democrática de sus respectivos parlamentos, o también con “gobiernos de títere”, como es el caso de España, dispuesto a ser más radical, en la aplicación de la disciplina, que la impuesta por la propia Merkel y, por último, a través de los llamados “rescates”, en Grecia, Portugal e Irlanda que, en la jerga de la medicina paliativa, es parte de la técnica utilizada para narcotizar a los estigmatizados como moribundos antes de su defunción.

Alemania, en su huida en solitario hacia ninguna parte, cree, por un lado, que puede financiar la ruina que genera para contrarrestar la deuda que ha propiciado y financiado durante años en los países de  la periferia de la Unión al objeto de poder mantener su propio sistema productivo, a través de sacrificar a esos mismos países para, por otro, poder continuar financiándose a través de un endeudamiento a tasas de interés irrisorias o incluso del 0,0%. Para ello,  necesita devastar la periferia para fortalecer el núcleo, echar carne a los chacales para preservar su propia despensa. Pero, ¿acaso sea toda esta estrategia un acopio de reservas, ante un inevitable y ya previsible, por deseado, hundimiento?.

Pero el problema real que se plantea es que Alemania está supeditada, lo quiera o no, al euro y el euro es una moneda al menos aparentemente compartida con otros Estados. Por este camino iniciado parece obvio que empiecen a barajarse opciones que, en cualquier caso, van a modificar la disposición de fichas en esta partida.  Es más que probable que si no se cambia el rumbo y se flexibiliza el rigor presupuestario éste pueda llegar a ser mortis  para Grecia en principio.  Como consecuencia de ello es posible que otros países pasen a ser "rescatados", lo que a su vez podría empujar a que otros fueran "intervenidos". Ante esta situación y por los costes políticos internos en cada país, podrían aparecer distintas opciones para salir del euro antes de llevar el mismo camino hacia un naufragio asegurado, pero en ese caso, prescindiendo de poliza.

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