Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

10/23/2012

El Autor, la obra.

Hoy el valor de la pintura, la música o la poesía no radica en cada uno de los propios productos en los que éstas expresiones se reproducen, sino que se subsume por el “autor” que las realiza contribuyendo a reforzar su figura, su marca, en el mercado del consumo cultural.

Si asistimos a una exposición de pintura, lo que se anuncia por encima de su contenido -la obra expuesta- es el acto de inauguración, que incluye compartir con el pintor un coctail-lunch con la posibilidad de filtrear entre las obras con quién no las representa, porque la obra o se muestra por sí misma ante las miradas del espectador o su valor será subsumido por su autor en un acto de canibalismo simbólico. Estamos ante la pintura como pretexto decorativo, funcional, simple complemento de la autocomplacencia compartida.

Si nos acercamos a un concierto de música no clásica, el lugar posible, suele ser un abrevadero. En él la música es un elemento diletante que añade cierto glamour al local por el simple hecho de ser ésta efímera en su interpretación y, paradójicamente con ello, sin otro valor para el respetable al margen del contextual. De tal modo que los sentidos se dirigen, en todo caso, a quiénes la interpretan, los artistas, que son los verdaderos protagonistas. Así es como el espectáculo toma posesión de la escena produciéndose una especie de sinestesia sensorial, en donde la visión escucha secundariamente y el oído primariamente ve, de modo que la música, en ese tumulto crepitante, sea un fondo tamizado que amalgama en el espacio al intérprete con el público, y en donde sólo el grado de identificación mimética que se produzca entre ambos le conferirá valor, de tal manera que, como consecuencia de ello, toda la expresión sonora quedará secuestrada por la interpretación. Sólo entonces los decibelios ayudarán a crear la intensidad necesaria y el clímax, de producirse, en un éxtasis de vacuidad.

Si pasáramos inadvertidamente por una lectura poética, en la que se presenta un poemario, veríamos como en la disposición de los elementos escénicos lo menos importante es la propia poesía. Así, primeramente se constituye una mesa en la que nadie ejerce de albacea poético, pues el tiempo dedicado a la “palabra inspirada” se distribuye entre un elenco de parásitos: el crítico amigo del autor, el responsable de organizar el acto, el editor de la obra y quizá hasta el propio poeta, que enajenado de sí, no tenga siquiera tiempo y espacio para ejercer como tal y sí de comentar los sortilegios, adivinanzas y chascarrillos con los que los contertulios de la mesa se suelen agasajar entre sí. Además, es frecuente que el acto se aderece con música clásica: violín, celo o viola de gamba y que, lejos de contribuir a la emoción durante la recitación, distraiga la atención confundiendo los sentidos, travistiendo el timbre musical de lo dicho, trastocando el pulso que le confiere sentido con descompasados acentos, desbaratando el ritmo del propio poema, ahogando esos silencios por los que transpira la emoción, contribuyendo, en definitiva, a dar algún valor a algo que por sí mismo ya no lo tiene. Aquí, tanto el autor como la obra naufragan enfáticamente en el propio protocolo que, paradójicamente, se ha establecido para silenciar la propia poesía y desterrar lo poético. De este modo, asistimos a la “rendición de la palabra poética” a modo de circunloquio.

Todos estos actos de la vida social, tan comunes en nuestros ámbitos, sacrifican a la pintura, a la música y a la poesía, porque en ninguno de ellos las obras se exponen por sí mismas, necesitando en todos los casos sus autores sustraerlas hacia un espectáculo que las sitúe en el ámbito del rol social asignado al autor y su producción: el de bufones de la porfía compartida para suplantar lo inefable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se han gastado todas las suelas de todas las manifestaciones, pero no importa, ahí estan los zapateros tecno-virtuales dispuestos a fabricarlas con su público y sus aplausos.