REFORMISMO O RUPTURA V. De la "izquierda orgánica"
De la denominada a groso modo
“izquierda” sólo quedaron unos rescoldos tras la ofrenda en pira
al sueño neoliberal realizada después de Mayo del 68’. Aún hoy,
en ella, se refugian en el ostracismo unos cuantos bucólicos de un
sueño que sólo fue pesadilla cuando se materializó o quizá
también algunos militantes de base, héroes de un laicismo vibrante
pero que a lo sumo sólo cumple con tareas secundarias de
secularización en el propio orden burgués. Es factible que aún hoy
algunos jóvenes redescubran en la “literatura ideológica”, y
más en este ambiente de “crisis económica”, un yacimiento en
donde soñar con anhelos universales de justicia y libertad, anhelos
que colmen su espíritu crítico y modelen su energía al margen del
fulgor de la moda y del consumo preferente. Pero no conviene
despistarse sin asumir que esa izquierda ideológica, tan crítica y
militante como no practicante, sostiene a una superestructura
orgánica de pragmáticos gestores que sirven y conforman uno de los
basamentos políticos del sistema “democrático”, de
profesionales que engrosan los cargos opulentos de la gobernanza y
de la administración integrados en la tan acertadamente denominada
“clase política”.
En su conjunto la “izquierda” ya no actúa desde “fuera de” sino que lo hace desde “dentro de”, como uno de los polos necesarios para mantener la tensión de la corriente continua que alumbre el sumidero de la historia, de tal modo que, en perspectiva, tanto esta “izquierda orgánica” como “la derecha”, en su alternancia de poder suplen, en los sistemas democráticos, a las repúblicas o las dictaduras en los “imperios civilizados”.
La visión del mundo propuesta desde la “izquierda” no ha podido contrarrestar el perfeccionamiento de un sistema de competencia para la explotación del hombre por el hombre, es más hay que reconocer que en alguna medida ha contribuido a ello al compartir en la práctica el “argumento empírico” de ser uno de los medios que contempla la especie para perpetuarse.
La “izquierda” en su discurso se presenta como la alternativa -humanizada- de aquellos que no son más espabilados, ni más fuertes, ni más canallas, pero que aspiran a ocupar los puestos de gobierno por vía democrática en contraposición al otro tipo de linaje, el de la “derecha”, al que al parecer, en su barbarie, le corresponderían los mismos por la gracia divina o por simple transmisión genética. De ahí que la “izquierda orgánica” sea la opción que dispute el juego democrático con estrategias en las que prima la seducción racional compartida sobre la fuerza y la imposición por el delirio y la brutalidad, ejercida por sus antagonistas y a su vez complementarios adversarios de la “derecha”.
Quizá en la “izquierda” se encuentre el potencial para sobrevivir en tiempos de penuria intelectual a la desfachatez de un mundo que dejó de ser gobernado por ilustrados para serlo por paletos, pero el charlatán al uso de la “izquierda orgánica” pervierte el mandato representativo cuando apela a una moral en la que la solidaridad, la igualdad, la esperanza y “el progreso” para los más débiles (el rebaño deprimido) sea lo que les aúpe hacia la administración del poder frente a los que se consideran fuertes por naturaleza o simple linaje, la “derecha” (la cabaña histérica). Así es como la “izquierda orgánica” se ratifica y se nutre por el incumplimiento sistemático de sus sueños frente a la amenaza ocurrente de la imposición de otras pesadillas. Al representarse, esa “izquierda orgánica” dramatiza frente a lo que otros comedian, por atender escrupulosamente al estado inducido de ánimo de un paciente social con trastorno bipolar. Porque la “izquierda orgánica” cuando gobierna sólo lo hace en la medida en la que traiciona toda la voluntad y energía que aporta su base social, dilapidando su capital humano por capital financiero. Por eso no es ninguna alternativa real y no representa “la diferencia”. Es simplemente uno de los polos de este modelo de organización económica que, en el escenario de la representación política, gestiona las estadísticas de los “sistemas democráticos” de dominio.
Nuestra visión, o quizá mejor decir ilusión, fue que la “izquierda” aspirara al poder para transformar el mundo y eso es lo que aún venden sus “chamarileros orgánicos” para obtener apoyo social traducido en votos para conseguir o mantener las cuotas de poder que ya comparten y detentan. Pero ya hemos comprobado que lo de cambiar el mundo es un eslogan publicitario y que las llamadas “políticas sociales”, sobre las que se fundamenta su merchandaising, son la letra para mejorar la venta de un programa político -el orden sistematizado de compromisos por incumplir- supeditado siempre a las bondades y oportunidades de los mercaderes y especuladores financieros. De este modo, a la ciudadanía ya no se la representa como “clase social”, es simple número, electorado, masa amorfa a modelar, segmentada en grupos o colectivos en función de sus deseos, gustos, aficiones, creencias o capacidad de consumo, etc., todos ellos maleables y manipulables, reducidos en última instancia a conformar “el target” o público objetivo de los mensajes publicitarios para el mercadeo político, legitimando en última instancia con su voto este despotismo estulto.
Porque hoy, no nos equivoquemos, el fin de cualquier organización política es atesorar cuotas para la gestión de un poder cuya titularidad detentan corporaciones económicas transnacionales, evidenciando que cada vez es mayor la distancia entre los que detentan el poder real con quienes lo administran y estos, a su vez, con quienes lo soportan y padecen. Porque a la globalización económica, al metapoder de lo intangible, no se ha podido responder de igual manera desde todos los estamentos: los estados no han reaccionado con contundencia a la presión de los mercados y, a su vez, los ciudadanos tampoco han mostrado fehacientemente su determinación en contra de las condiciones de restricción y sumisión impuestas por ambos. En este escenario los llamados movimientos sociales permanecen incapaces de dar también respuestas eficaces a esta situación o al menos no se vislumbra ni trasciende de los análisis sobre lo que acontece desde sus distintos foros. La alternativa se debate entre inscribirse en el propio sistema, participando en él orgánicamente, para corregirlo desde dentro o en emboscarse hacia formas de organización paralelas, alternativas, que desactiven con la acción directa las exigencias de los mercados y las imposiciones de los gobiernos.
En cualquier caso parece obvio que hoy la posición que deba tomar cualquier iniciativa de contestación y transformación social, incluida la de “la izquierda” pasa ineludiblemente por evitar cualquier vinculación con la denominada “izquierda orgánica”. En este sentido, dichas iniciativas, deberían conformarse de modo paradójico, sin una organización formal -orgánica- que las represente, porque es en esta aparente debilidad, por no tener cuerpo, en donde puede radicar su gran fortaleza frente al sistema. No participar de él para mejor incidir en suplantarlo, siendo su único fin sus propios medios en acción: cooperar/colaborar, para transformar. Se trata de evitar la delegación, que en sí es una práctica política de representación perversa. Se trata de ejercer la “acción directa” pero sin el recurso a la violencia que demandara en su momento la lucha de clases. Se trata de reflejar aquello que se proyecta, pero sin mediaciones y sin las distorsiones que se introducen por intereses personales o de grupos sectarios y/o corporativos. Se trata de visualizar sin ser visto, porque todo lo que sea gastar energía en reflotar/refundar organizaciones de “izquierda orgánicas” es sinónimo de inyectar energía en el propio sistema para mejorar su eficiencia.
La opción, si es que puede vislumbrarse, no está dentro. Se trata de crear los mecanismos y los escenarios alternativos en las relaciones económicas, en lo comunitario, una lógica que no pueda ser identificada para no ser diluida, desde alguien que golpea pero que es también intangible. La lucha contra el poder, contra el único poder que hay, despótico y miserable, debe buscar cercenarlo, reducirlo, evitar que ejerza su soberanía, hoy ya global, porque su detentación se ha globalizado aunque su gestión se ejerza aún desde los localismos político-administrativos. El capitalismo financiero de las grandes corporaciones multinacionales ha tomado el mando y se está manifestando paradójicamente en economías diseñadas y planificadas, de las que el modelo soviético habría sido un anticipo, pero sus agentes ya no son los estados, sino el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
No se trata por tanto de acceder al poder, de tomarlo, sino de disolverlo, de evitar que ejerza su dominio, aunque se disfrace en la tramoya como “izquierda orgánica”. En este sentido, “la izquierda social” puede tener otra oportunidad pero sacrificando primeramente los “parásitos orgánicos” que históricamente la niegan y traicionan.
En su conjunto la “izquierda” ya no actúa desde “fuera de” sino que lo hace desde “dentro de”, como uno de los polos necesarios para mantener la tensión de la corriente continua que alumbre el sumidero de la historia, de tal modo que, en perspectiva, tanto esta “izquierda orgánica” como “la derecha”, en su alternancia de poder suplen, en los sistemas democráticos, a las repúblicas o las dictaduras en los “imperios civilizados”.
La visión del mundo propuesta desde la “izquierda” no ha podido contrarrestar el perfeccionamiento de un sistema de competencia para la explotación del hombre por el hombre, es más hay que reconocer que en alguna medida ha contribuido a ello al compartir en la práctica el “argumento empírico” de ser uno de los medios que contempla la especie para perpetuarse.
La “izquierda” en su discurso se presenta como la alternativa -humanizada- de aquellos que no son más espabilados, ni más fuertes, ni más canallas, pero que aspiran a ocupar los puestos de gobierno por vía democrática en contraposición al otro tipo de linaje, el de la “derecha”, al que al parecer, en su barbarie, le corresponderían los mismos por la gracia divina o por simple transmisión genética. De ahí que la “izquierda orgánica” sea la opción que dispute el juego democrático con estrategias en las que prima la seducción racional compartida sobre la fuerza y la imposición por el delirio y la brutalidad, ejercida por sus antagonistas y a su vez complementarios adversarios de la “derecha”.
Quizá en la “izquierda” se encuentre el potencial para sobrevivir en tiempos de penuria intelectual a la desfachatez de un mundo que dejó de ser gobernado por ilustrados para serlo por paletos, pero el charlatán al uso de la “izquierda orgánica” pervierte el mandato representativo cuando apela a una moral en la que la solidaridad, la igualdad, la esperanza y “el progreso” para los más débiles (el rebaño deprimido) sea lo que les aúpe hacia la administración del poder frente a los que se consideran fuertes por naturaleza o simple linaje, la “derecha” (la cabaña histérica). Así es como la “izquierda orgánica” se ratifica y se nutre por el incumplimiento sistemático de sus sueños frente a la amenaza ocurrente de la imposición de otras pesadillas. Al representarse, esa “izquierda orgánica” dramatiza frente a lo que otros comedian, por atender escrupulosamente al estado inducido de ánimo de un paciente social con trastorno bipolar. Porque la “izquierda orgánica” cuando gobierna sólo lo hace en la medida en la que traiciona toda la voluntad y energía que aporta su base social, dilapidando su capital humano por capital financiero. Por eso no es ninguna alternativa real y no representa “la diferencia”. Es simplemente uno de los polos de este modelo de organización económica que, en el escenario de la representación política, gestiona las estadísticas de los “sistemas democráticos” de dominio.
Nuestra visión, o quizá mejor decir ilusión, fue que la “izquierda” aspirara al poder para transformar el mundo y eso es lo que aún venden sus “chamarileros orgánicos” para obtener apoyo social traducido en votos para conseguir o mantener las cuotas de poder que ya comparten y detentan. Pero ya hemos comprobado que lo de cambiar el mundo es un eslogan publicitario y que las llamadas “políticas sociales”, sobre las que se fundamenta su merchandaising, son la letra para mejorar la venta de un programa político -el orden sistematizado de compromisos por incumplir- supeditado siempre a las bondades y oportunidades de los mercaderes y especuladores financieros. De este modo, a la ciudadanía ya no se la representa como “clase social”, es simple número, electorado, masa amorfa a modelar, segmentada en grupos o colectivos en función de sus deseos, gustos, aficiones, creencias o capacidad de consumo, etc., todos ellos maleables y manipulables, reducidos en última instancia a conformar “el target” o público objetivo de los mensajes publicitarios para el mercadeo político, legitimando en última instancia con su voto este despotismo estulto.
Porque hoy, no nos equivoquemos, el fin de cualquier organización política es atesorar cuotas para la gestión de un poder cuya titularidad detentan corporaciones económicas transnacionales, evidenciando que cada vez es mayor la distancia entre los que detentan el poder real con quienes lo administran y estos, a su vez, con quienes lo soportan y padecen. Porque a la globalización económica, al metapoder de lo intangible, no se ha podido responder de igual manera desde todos los estamentos: los estados no han reaccionado con contundencia a la presión de los mercados y, a su vez, los ciudadanos tampoco han mostrado fehacientemente su determinación en contra de las condiciones de restricción y sumisión impuestas por ambos. En este escenario los llamados movimientos sociales permanecen incapaces de dar también respuestas eficaces a esta situación o al menos no se vislumbra ni trasciende de los análisis sobre lo que acontece desde sus distintos foros. La alternativa se debate entre inscribirse en el propio sistema, participando en él orgánicamente, para corregirlo desde dentro o en emboscarse hacia formas de organización paralelas, alternativas, que desactiven con la acción directa las exigencias de los mercados y las imposiciones de los gobiernos.
En cualquier caso parece obvio que hoy la posición que deba tomar cualquier iniciativa de contestación y transformación social, incluida la de “la izquierda” pasa ineludiblemente por evitar cualquier vinculación con la denominada “izquierda orgánica”. En este sentido, dichas iniciativas, deberían conformarse de modo paradójico, sin una organización formal -orgánica- que las represente, porque es en esta aparente debilidad, por no tener cuerpo, en donde puede radicar su gran fortaleza frente al sistema. No participar de él para mejor incidir en suplantarlo, siendo su único fin sus propios medios en acción: cooperar/colaborar, para transformar. Se trata de evitar la delegación, que en sí es una práctica política de representación perversa. Se trata de ejercer la “acción directa” pero sin el recurso a la violencia que demandara en su momento la lucha de clases. Se trata de reflejar aquello que se proyecta, pero sin mediaciones y sin las distorsiones que se introducen por intereses personales o de grupos sectarios y/o corporativos. Se trata de visualizar sin ser visto, porque todo lo que sea gastar energía en reflotar/refundar organizaciones de “izquierda orgánicas” es sinónimo de inyectar energía en el propio sistema para mejorar su eficiencia.
La opción, si es que puede vislumbrarse, no está dentro. Se trata de crear los mecanismos y los escenarios alternativos en las relaciones económicas, en lo comunitario, una lógica que no pueda ser identificada para no ser diluida, desde alguien que golpea pero que es también intangible. La lucha contra el poder, contra el único poder que hay, despótico y miserable, debe buscar cercenarlo, reducirlo, evitar que ejerza su soberanía, hoy ya global, porque su detentación se ha globalizado aunque su gestión se ejerza aún desde los localismos político-administrativos. El capitalismo financiero de las grandes corporaciones multinacionales ha tomado el mando y se está manifestando paradójicamente en economías diseñadas y planificadas, de las que el modelo soviético habría sido un anticipo, pero sus agentes ya no son los estados, sino el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
No se trata por tanto de acceder al poder, de tomarlo, sino de disolverlo, de evitar que ejerza su dominio, aunque se disfrace en la tramoya como “izquierda orgánica”. En este sentido, “la izquierda social” puede tener otra oportunidad pero sacrificando primeramente los “parásitos orgánicos” que históricamente la niegan y traicionan.
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