Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

11/15/2013

Y EN ELLO ESTAMOS

Tiempos modernos. Charles Chaplin

… sí, aún estamos dando vueltas en la jaula, nos queda la capacidad de pensar, pero estamos tan mediatizados sobre lo que pensamos... El mundo cada vez se muestra más pequeño en su apariencia, porque se acortan las distancias mientras se amplifica el tiempo y esto quizá tenga que ver, curiosamente, con que cada vez es mayor nuestra insignificancia.
En este contexto los sistemas políticos sólo se corresponden con el perfeccionamiento técnico que el llamado “desarrollo” les procura, exigencias de un guión que cuida las formas, en este caso referidas al pastoreo, para garantizar el único orden que impone el poder económico, disponiendo el marco de las condiciones laborales para proveer de mano de obra competitiva en precio al sistema productivo.
La soberanía de los Estados es un recuerdo al que se aferra la nostalgia por ser aquella un elemento subsidiario, el apostrofe de una voluntad que ya no tiene dueño y que se circunscribe a funciones de policía para garantizar el orden público. Las democracias son los instrumentos políticos que legitiman, con la aquiescencia de los pueblos, a través de la administración del miedo, los límites de la explotación económica que ejercen en todo el orbe las corporaciones multinacionales.
Si, en nuestro ámbite, la esperanza de vida ha ido aumentando paulatinamente en los últimos 50 años, pero este aumento era equiparable, a su vez, a la vida sin esperanza para los millones de habitantes que no residen en él. No es una paradoja. El nivel de vida que tiene el primer mundo se mantiene por la explotación que ejerce sobre el resto.
Ya en nuestro corral, el advenimiento de la democracia significó, a tenor de las evidencias, la posibilidad del acceso a los "medios de corrupción" económica, hasta entonces circunscritos a los tecnócratas de la dictadura, de sujetos provenientes de otros estamentos sociales. Sí, nos vendieron el cuento de la “libertad política”, de la libertad de expresión, libertad sexual, libertad ideológica, de credo... pero la verdadera libertad que se impuso fue la económica, a través de liberalizar el mercado en toda su extensión. Porque “sólo la libertad económica y de comercio puede ofrecer estabilidad para la libertad política”. Así fue como se repartió la tarta del poder en los feudos autonómicos, que ciertamente contribuyeron a establecer o nutrir a las clases medias que empezaban a destacar tras el desarrollismo franquista. El poder monárquico ya no podría sostenerse sobre un férreo centralismo sino sobre un entramado de poderes autonómicos urdidos a través de un nuevo marco constitucional.
A partir de ese momento se abrió la veda a nuevos cazadores furtivos de fortuna que vieron en la política una forma sencilla de hacerse con cuantiosos botines. Por otro lado desde la “izquierda” se renunció al capital humano, desmovilizándose una vez que el PSOE llegó al poder todo el movimiento ciudadano hasta entonces pujante, amortizando las luchas obreras en los sectores que hubo que reconvertir (siderurgia, naval, minero) a través de jugosas subvenciones a sindicatos y otras entidades sociales, que como apéndices de la administración se fraguaran como un activo social tan dependiente como clientelar. A su vez, se priorizó la necesidad de contar con sectores económicos propios a través de la creación de empresas afines que financiaran la propia estructura política y la pugna electoral, así como controlar o disponer de medios de comunicación propios o afines. El entramado estaba servido. Sólo faltaba que corriera el dinero a través del crédito, lo que ocurrió con la entrada en la Unión Europea. Créditos que en vez de transformarse en financiar sectores productivos diversificados, con alto valor en I+D como apuntaba el informe Delors, o en sectores energéticos alternativos, se concentraron en el sector inmobiliario con la consiguiente liquidez y con ello especulación, promovida por las recientes normativas sobre urbanismo establecidas al efecto. Todo ello junto al aumento del consumo privado fue la manera de estimular la propia economía y la de nuestros acreedores a través de importaciones de productos manufacturados o bienes de equipo. A partir de ahí todo fue sobre ruedas porque todos estaban protegidos al estar todos endeudados, una forma burda de blindar al propio sistema que desde hace tres años ha mostrado su ineficacia e ineficiencia. Desde entonces la representación de la pugna política y todo ese vodevil entretienen a la ciudadanía con sus maniobras de distracción, mientras que por encima un pacto sostiene el emporio en connivencia con el poder judicial, que garantiza que salvo fuerza -higiénica- mayor nadie puede salir inculpado y condenado.
Llegados a este extremo solo cabe pensar que perdimos otra oportunidad de hacer de este país algo diferente o al menos algo homologable a los Estados “sociales y democráticos” que nos rodean porque, mientras en nuestro entorno el "estado del bienestar" había sido la estrategia que tuvo que permitirse el capitalismo para contrarrestar los logros del igualitarismo que el totalitarismo soviético establecía en el orden social y, con ello, evitar que su influencia y penetración pudieran erosionar al propio sistema tras la segunda guerra, las diferencias entre el resto de países democráticos europeos y nosotros se mantuvieron incólumes a su favor: sociedades laicas con experiencia democrática compartida, con separaciones efectivas entre Iglesia y Estado, identidades nacionales que no se fundamentan en el odio fratricida sino en la cooperación para sobrevivir, en la libertad y los derechos de la persona y no en la persecución y el inmovilismo, en el equilibrio a través de la separación efectiva de poderes. Pero, eso sí, estamos dando muestras de gran entereza y escasa pusilanimidad para mantener el pabellón alto, el orden, para acatar “el destino”, para trashumar en el quietismo, para soportar la vejación colectiva, para dispensar a los responsables de su responsabilidad, para exonerar al doloso. Efectivamente, nuestra capacidad de sacrificio colectivo se corresponde con nuestra capacidad de servidumbre. Y en ello estamos.

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