Y EN ELLO ESTAMOS
Tiempos modernos. Charles Chaplin
… sí, aún estamos dando vueltas en la jaula, nos queda la capacidad de pensar, pero estamos tan mediatizados sobre lo que pensamos... El mundo cada vez se muestra más pequeño en su apariencia, porque se acortan las distancias mientras se amplifica el tiempo y esto quizá tenga que ver, curiosamente, con que cada vez es mayor nuestra insignificancia.
En este
contexto los sistemas políticos sólo se corresponden con el
perfeccionamiento técnico que el llamado “desarrollo” les
procura, exigencias de un guión que cuida las formas, en este caso
referidas al pastoreo, para garantizar el único orden que impone el
poder económico, disponiendo el marco de las condiciones laborales
para proveer de mano de obra competitiva en precio al sistema productivo.
La
soberanía de los Estados es un recuerdo al que se aferra la
nostalgia por ser aquella un elemento subsidiario, el apostrofe de
una voluntad que ya no tiene dueño y que se circunscribe a funciones
de policía para garantizar el orden público. Las democracias son
los instrumentos políticos que legitiman, con la aquiescencia de los
pueblos, a través de la administración del miedo, los límites de
la explotación económica que ejercen en todo el orbe las
corporaciones multinacionales.
Si, en
nuestro ámbite, la esperanza de vida ha ido aumentando paulatinamente
en los últimos 50 años, pero este aumento era equiparable, a su vez, a la vida
sin esperanza para los millones de habitantes que no residen en él.
No es una paradoja. El nivel de vida que tiene el primer mundo se
mantiene por la explotación que ejerce sobre el resto.
Ya en
nuestro corral, el advenimiento de la democracia significó, a tenor
de las evidencias, la posibilidad del acceso a los "medios de
corrupción" económica, hasta entonces circunscritos a los
tecnócratas de la dictadura, de sujetos provenientes de otros
estamentos sociales. Sí, nos vendieron el cuento de la “libertad
política”, de la libertad de expresión, libertad sexual, libertad
ideológica, de credo... pero la verdadera libertad que se impuso fue
la económica, a través de liberalizar el mercado en toda su
extensión. Porque “sólo la libertad económica y de comercio
puede ofrecer estabilidad para la libertad política”. Así fue
como se repartió la tarta del poder en los feudos autonómicos, que
ciertamente contribuyeron a establecer o nutrir a las clases medias
que empezaban a destacar tras el desarrollismo franquista. El poder
monárquico ya no podría sostenerse sobre un férreo centralismo
sino sobre un entramado de poderes autonómicos urdidos a través de
un nuevo marco constitucional.
A partir
de ese momento se abrió la veda a nuevos cazadores furtivos de
fortuna que vieron en la política una forma sencilla de hacerse con
cuantiosos botines. Por otro lado desde la “izquierda” se
renunció al capital humano, desmovilizándose una vez que el PSOE
llegó al poder todo el movimiento ciudadano hasta entonces pujante,
amortizando las luchas obreras en los sectores que hubo que
reconvertir (siderurgia, naval, minero) a través de jugosas
subvenciones a sindicatos y otras entidades sociales, que como
apéndices de la administración se fraguaran como un activo social
tan dependiente como clientelar. A su vez, se priorizó la necesidad
de contar con sectores económicos propios a través de la creación
de empresas afines que financiaran la propia estructura política y
la pugna electoral, así como controlar o disponer de medios de
comunicación propios o afines. El entramado estaba servido. Sólo
faltaba que corriera el dinero a través del crédito, lo que ocurrió
con la entrada en la Unión Europea. Créditos que en vez de
transformarse en financiar sectores productivos diversificados, con
alto valor en I+D como apuntaba el informe Delors, o en sectores
energéticos alternativos, se concentraron en el sector inmobiliario
con la consiguiente liquidez y con ello especulación, promovida por
las recientes normativas sobre urbanismo establecidas al efecto. Todo
ello junto al aumento del consumo privado fue la manera de estimular
la propia economía y la de nuestros acreedores a través de
importaciones de productos manufacturados o bienes de equipo. A
partir de ahí todo fue sobre ruedas porque todos estaban protegidos
al estar todos endeudados, una forma burda de blindar al propio
sistema que desde hace tres años ha mostrado su ineficacia e
ineficiencia. Desde entonces la representación de la pugna política
y todo ese vodevil entretienen a la ciudadanía con sus maniobras de
distracción, mientras que por encima un pacto sostiene el emporio en
connivencia con el poder judicial, que garantiza que salvo fuerza
-higiénica- mayor nadie puede salir inculpado y condenado.
Llegados
a este extremo solo cabe pensar que perdimos otra oportunidad de
hacer de este país algo diferente o al menos algo homologable a los
Estados “sociales y democráticos” que nos rodean porque,
mientras en nuestro entorno el "estado del bienestar" había
sido la estrategia que tuvo que permitirse el capitalismo para
contrarrestar los logros del igualitarismo que el totalitarismo
soviético establecía en el orden social y, con ello, evitar que su
influencia y penetración pudieran erosionar al propio sistema tras
la segunda guerra, las diferencias entre el resto de países
democráticos europeos y nosotros se mantuvieron incólumes a su
favor: sociedades laicas con experiencia democrática compartida, con
separaciones efectivas entre Iglesia y Estado, identidades nacionales
que no se fundamentan en el odio fratricida sino en la cooperación
para sobrevivir, en la libertad y los derechos de la persona y no en
la persecución y el inmovilismo, en el equilibrio a través de la
separación efectiva de poderes. Pero, eso sí, estamos dando
muestras de gran entereza y escasa pusilanimidad para mantener el
pabellón alto, el orden, para acatar “el destino”, para
trashumar en el quietismo, para soportar la vejación colectiva, para
dispensar a los responsables de su responsabilidad, para exonerar al
doloso. Efectivamente, nuestra capacidad de sacrificio colectivo se
corresponde con nuestra capacidad de servidumbre. Y en ello estamos.
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