Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

2/13/2006

LAS ESENCIAS

Si se asimila la esencia de los objetos con su utilidad, o la esencia del pensamiento con su intensidad, o aquello que se sustancia tras el filtro del tiempo, o el aroma penetrante de un proceso de destilación, o ocaso el agua una vez tamizada, o el espectro de la luz, o la profunda vibración rítmica que confiere a los objetos su estructura molecular, o quizá… aquello que se desprende sin voluntad, la profunda levedad de un mirada hacia el horizonte, la ceniza de lo orgánico… aquello que no puede ser aprehendido, limitado, definido, atrapado. Aquello que hace a la percepción posible, el soplo de la vida que toma conciencia de sí, sustancialmente…

Cuál puede ser la esencia de una cultura sino aquello que se comprende sin la palabra, un estado de ánimo que se comparte, un ambiente en el que se escucha silencio, la intimidad cotidiana llevada al espacio público, la oquedad de la caverna que nos contiene.

Para encontrar alguna de las esencias de cada cultura no sólo se debe atender a las condiciones necesarias para su precipitación: el paso del tiempo, la evolución de sus formas, su arquitectura. La esencia no se halla en los propios objetos, o sujetos, o ambientes de laboratorio. La esencia está en otra parte, hay que encontrarla en otro lugar.

Se cree que desde los púlpitos, los minaretes, los estrados, o las pantallas, los "doctos" de lo vacuo hablan de lo esencial de su respectiva cultura, religiosa o nihilista, y no es así, sólo performan una aproximación distorsionada a su antojo de aquello esencial que comparten millones de seres con absoluta independencia del calificativo segregacionista y excluidor que se les quiera imponer.

Por mi parte he encontrado una esencia del Islam en un tetería en Granada, en el silencio respetuoso y compartido que envuelve el rito del té, en las miradas que no preguntan ni responden, en la luz que sólo brilla tamizada por las lámparas multicolores de cuarzo, en el olor de la mezcla destilada, en la fragancia de la especia escondida en la harina, en cada gesto pausado de los presentes, en la disposición para recibir lo que entre todos se configure, en una capacidad que no se cuestiona. Aquí hay una esencia del Islam, fuera de sus fronteras, de sus templos, de sus ritos, de su liturgia, de su interpretación heurística o hermenéutica, en el telos de la nada compartida en un sótano de una tetería…

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