LA MARCA ESPAÑA
En este mundo mercantil
de aguas turbias y de ciruelas podridas casi todo se ha visto
reducido a una Marca, esa representación que confiere valor a todo
aquello que en sí mismo no lo posee, una magnificación
significativa de lo insignificante, el tegumento de lo insustancial,
etc.
La “Marca” es una
categoría que se instala en el ranking de la competencia como un
dispositivo de afinidad para reclutar adictos, un tecno-seductor que
simbólicamente fideliza enajenando el deseo. Así, lo que comenzó
siendo a finales del XIX un distintivo para diferenciar un producto
de la competencia ha ido conformándose como la identidad del propio
producto, al traspasarse el valor añadido que proporciona sobre la
mercancía hacia un valor emocional adscrito a su consumo, a tal
efecto que es, la Marca, lo que confiere valor y no a lo que
representa, porque su función es la de movilizar
connotaciones afectivas, fidelidades, en un reflejo condicionado de
una afectividad dirigida.
En este sentido
escuchamos como cualquier atisbo de reacción por parte de la
ciudadanía al proceso de secuestro y miserabilización que sobre
este país ha emprendido el poder financiero global, con la
aquiescencia y connivencia de las instituciones políticas, se
pretende que ejerce un desprestigio sobre la Marca ESPAÑA que, sin
embargo, no es otro que aquél que se sustancia por la acción
política de sus propios gobernantes.
La
Marca “España” fue reconocida y reformulada a mediados del siglo
XVI desde Inglaterra y Francia, tras la publicación de la Apología
de Guillermo de Orange con la denominada “leyenda negra”. Esta no
fue otra misión que la de visualizar el valor negativo que para la
competencia tuvo la empresa colonial de la casa de Habsburgo
instalada en España. Desde entonces la Corona y el Estado español tienden a
contrarrestar esa imagen pero, paradójicamente, en la misma medida
que la nutren.
Porque,
una vez esquilmado El Dorado, trasvasada la mercancía (oro, plata,
etc...) hacia Flandes o Pekín a través de los comisionistas
venecianos, sólo nos quedó la oligarquía que ejerció en su
momento de testaferro en aquellas transacciones y que, desde el siglo
XIX, comenzó a operar exclusivamente hacia el interior del
territorio, esquilmando el país y a todas su gentes.
Si
el prestigio de una mercancía no es más que el valor de cambio que
trasvasado a una Marca ésta confiere a sus consumidores, podemos
admitir que tanto el turismo como la moda han sido mercancías que
han podido revitalizar la Marca España en el mercado mundial. Pero,
del mismo modo y en otro orden, la transición política se ha
vendido como un producto de diseño, un modelo de
transición-hacia-la-democracia
dirigido al consumo de dictaduras bananeras. En este sentido, el
reconocimiento internacional del papel jugado por la monarquía y los
partidos políticos españoles en la restauración monárquica tras
la dictadura franquista contribuyó a desdibujar en gran medida
aquella “leyenda negra” que durante tantos años a algunos les ha "cubierto de espanto".
Pero los
acontecimientos de los dos últimos años, protagonizados por un
lado, desde la casa real española, muestran no sólo la ilusión
colectiva sobre esa operación geopolítica para la “modernización”
del país y su integración internacional, sino también la vetustez
de la Corona, incapaz de asentar su posición interior tanto como de
entrar en la modernidad y convertirse por si misma en Marca para
poder competir con otras Monarquías Europeas en el mercado
nobiliario. Por otro lado, con el esplendoroso panorama de
corrupción política y empresarial generalizado, con la banca a la
cabeza de la rapiña, obtendremos la verdadera contribución desde los poderes institucionales del Estado a la
Marca España.
En contraste y en este
sentido, el ejemplo más cercano para analizar y comparar comportamientos es la monarquía Inglesa
y, para no aburrir ni aburrirme, conviene que el lector interesado
al respecto indague sobre cuestiones como la discreción en torno a
la Reina Madre, la gestión de los desvarios del primogénito Carlos
y el cuento de hadas con Lady D, el papel asumido ya por el príncipe
Guillermo y los royalties que genera en merchandising su plebeya la
Duquesa de Cambridge, todo para comprobar como la propia monarquía
es una Marca que encubre un producto que deja jugosos beneficios, sin
tener que recurrir a queridas, testaferros y yernos, como siempre se
hizo aquí.
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