Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

4/15/2013

LA MARCA ESPAÑA

 En este mundo mercantil de aguas turbias y de ciruelas podridas casi todo se ha visto reducido a una Marca, esa representación que confiere valor a todo aquello que en sí mismo no lo posee, una magnificación significativa de lo insignificante, el tegumento de lo insustancial, etc.

La “Marca” es una categoría que se instala en el ranking de la competencia como un dispositivo de afinidad para reclutar adictos, un tecno-seductor que simbólicamente fideliza enajenando el deseo. Así, lo que comenzó siendo a finales del XIX un distintivo para diferenciar un producto de la competencia ha ido conformándose como la identidad del propio producto, al traspasarse el valor añadido que proporciona sobre la mercancía hacia un valor emocional adscrito a su consumo, a tal efecto que es, la Marca, lo que confiere valor y no a lo que representa, porque su función es la de movilizar connotaciones afectivas, fidelidades, en un reflejo condicionado de una afectividad dirigida.

En este sentido escuchamos como cualquier atisbo de reacción por parte de la ciudadanía al proceso de secuestro y miserabilización que sobre este país ha emprendido el poder financiero global, con la aquiescencia y connivencia de las instituciones políticas, se pretende que ejerce un desprestigio sobre la Marca ESPAÑA que, sin embargo, no es otro que aquél que se sustancia por la acción política de sus propios gobernantes.

La Marca “España” fue reconocida y reformulada a mediados del siglo XVI desde Inglaterra y Francia, tras la publicación de la Apología de Guillermo de Orange con la denominada “leyenda negra”. Esta no fue otra misión que la de visualizar el valor negativo que para la competencia tuvo la empresa colonial de la casa de Habsburgo instalada en España. Desde entonces la Corona y el Estado español tienden a contrarrestar esa imagen pero, paradójicamente, en la misma medida que la nutren.

Porque, una vez esquilmado El Dorado, trasvasada la mercancía (oro, plata, etc...) hacia Flandes o Pekín a través de los comisionistas venecianos, sólo nos quedó la oligarquía que ejerció en su momento de testaferro en aquellas transacciones y que, desde el siglo XIX, comenzó a operar exclusivamente hacia el interior del territorio, esquilmando el país y a todas su gentes.

Si el prestigio de una mercancía no es más que el valor de cambio que trasvasado a una Marca ésta confiere a sus consumidores, podemos admitir que tanto el turismo como la moda han sido mercancías que han podido revitalizar la Marca España en el mercado mundial. Pero, del mismo modo y en otro orden, la transición política se ha vendido como un producto de diseño, un modelo de transición-hacia-la-democracia dirigido al consumo de dictaduras bananeras. En este sentido, el reconocimiento internacional del papel jugado por la monarquía y los partidos políticos españoles en la restauración monárquica tras la dictadura franquista contribuyó a desdibujar en gran medida aquella “leyenda negra” que durante tantos años a algunos les ha "cubierto de espanto".

Pero los acontecimientos de los dos últimos años, protagonizados por un lado, desde la casa real española, muestran no sólo la ilusión colectiva sobre esa operación geopolítica para la “modernización” del país y su integración internacional, sino también la vetustez de la Corona, incapaz de asentar su posición interior tanto como de entrar en la modernidad y convertirse por si misma en Marca para poder competir con otras Monarquías Europeas en el mercado nobiliario. Por otro lado, con el esplendoroso panorama de corrupción política y empresarial generalizado, con la banca a la cabeza de la rapiña, obtendremos la verdadera contribución desde los poderes institucionales del Estado a la Marca España.

En contraste y en este sentido, el ejemplo más cercano para analizar y comparar comportamientos es la monarquía Inglesa y, para no aburrir ni aburrirme, conviene que el lector interesado al respecto indague sobre cuestiones como la discreción en torno a la Reina Madre, la gestión de los desvarios del primogénito Carlos y el cuento de hadas con Lady D, el papel asumido ya por el príncipe Guillermo y los royalties que genera en merchandising su plebeya la Duquesa de Cambridge, todo para comprobar como la propia monarquía es una Marca que encubre un producto que deja jugosos beneficios, sin tener que recurrir a queridas, testaferros y yernos, como siempre se hizo aquí.

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