Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

5/07/2007

PARA QUE LUEGO DIGAN....

Se exponen en Sevilla copias de fotografías que Brassaï realizó en 1953 y que hacen referencia a los motivos de la Semana Santa y la Feria de Abril de esta ciudad. Las mismas se acompañan de pequeños textos descriptivos que explican en lo posible lo que el espectador puede no observar en cada imagen.

Ante todo sorprende la mirada limpia de Brassaï, distante de la composición o de la imagen impactante, capaz incluso de sacrificar el enfoque por el instante, cuando sobriamente nos muestra a los personajes de esta época paseando pero vistos desde detrás, como si de ellos lo menos relevante fuera el rostro, siendo la figura que delimitan sus atavíos singulares para la ocasión lo que tiene algo qué decir, y es motivo de captar.

En cuanto a las fotografías de la Semana Santa, es curioso constatar como la participación activa de la población es reducida, no se ven grandes comitivas, ni aglomeraciones. La burguesía de la época y la aristocracia se engalanaban con el negro color, y la peineta y la mantilla tradicionales vestían a la mujer con esa distancia sepulcral que contrasta con el aroma del azahar que por esa época pulveriza todo el ambiente. Aparecen pocos nazarenos con sus respectivos capirotes acompañando a las imágenes en cada procesión, las cuales van acompañadas por alguna sección de un cuerpo militar que hace los honores con trompetas y tambores. También nos muestra Brassaï que quien carga con estas imágenes son los braceros de las clases populares y que los principales turistas en la ciudad son sacerdotes y parientes burgueses que vienen a relacionarse en fechas tan señaladas, quizá en busca de alguna casamentera o de algún buen partido. Se aprecia además la instalación de 60.000 sillas que ocuparían casi toda la carrera de los pasos, reportando importantes dividendos a las arcas municipales.

En las fotografías reservadas a la Feria de Abril, que entonces se celebraba en el Prado de San Sebastián, apreciamos claramente que no queda vestigio del origen de la misma, que era ganadero, salvo en el paseo de caballos. Siendo la afluencia minoritaria los personajes que se pasean son burgueses y aristócratas, muy bien vestidos, con trajes tradicionales las mujeres y de chaqueta americana con sombrero los hombres.

Lo que Brassaï nos enseña con todo esto es que estas tradiciones fueron en ese momento asimiladas y potenciadas por los poderes seculares de la Sevilla franquista (la Iglesia y el Estado).

Para entender este fenómeno habría que enfocar la cámara hacia otro lado. El origen de esta representación puede encontrarse durante el final de la baja Edad Media. Ya desde mediados del siglo XIV, una serie de acontecimientos convulsionaron la estructura del sistema feudal: desastres naturales, epidemias, escasez y revueltas populares contribuyeron a fomentar una conciencia generalizada de inestabilidad, expresada en toda una serie de manifestaciones en las que habría una idea central: Dios castigaba a los hombres por sus pecados, de ahí la necesidad social e individual de reconciliarse con Él, purificándose a través de la penitencia. Todo ello constatable por la aparición, por un lado, de numerosas organizaciones cuyo objetivo principal era el autocastigo público, ejemplarizador (procesiones de flagelantes que recorrían los campos y ciudades europeos), y por otro, por fórmulas que fueron menos inquietantes para la jerarquía eclesiástica, como aquellas actividades centradas en la caridad y el culto (hospitales, leproserías, etc.).

El modelo imitativo como paradigma para el conocimiento hizo que la "Pasión de Cristo" adquiriera una gran importancia como opción para lograr la salvación eterna, siendo este quizá un dato importante para justificar la constitución de Hermandades, que según su base social, podían estar formadas por clérigos, nobles, miembros de un gremio o por individuos de una minoría racial, como por ejemplo, los negros o los mulatos, abundantes en la Sevilla de los siglos XVI y XVII. De ahí que la jerarquía católica, preocupada por las graves desviaciones y el difícil control de tales manifestaciones, optara, ayudada por el poder civil, por reprimirlas, a la par que implantaba modelos de más fácil vigilancia, tanto organizativa como doctrinalmente.

También la "Santa Inquisición", creada por los Reyes Católicos en 1481, vino a dar respuesta a esta necesidad tanto de la Iglesia como del propio nuevo Estado, para imponer su incipiente organización sobre aquellos elementos étnicos non gratos (judíos y moriscos) y después los protestantes. En su versión moderna, fue un arzobispo de Sevilla, Pedro González de Mendoza quien controló en la ciudad, entonces un gran centro mercantil abierto al tráfico de todas las naciones, a las notables minorías judeo-moriscas. Además, ejerció este control sobre la posible extensión luterana en los fogones de palacio, pues no olvidemos que la primera traducción de la Biblia de Lutero, llamada "Biblia del Oso", se comenzó a realizar a mediados del siglo XVI por Casiodoro de Reina en el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santi Ponce, pueblo muy próximo a la ciudad.

Tan necesaria fue la unificación política como la litúrgica. Se pasó del culto de las reliquias en la Edad Media al culto de las imágenes, pues es a partir del Concilio de Trento (1545 – 1563), cuando se recomienda la "estación pública", exponiéndose la necesidad y ventajas que se derivan del culto a las imágenes. De aquí que la práctica del Vía Crucis, popularizada en toda Europa a lo largo del siglo XV, fuera introducida en Sevilla en 1521 (Vía Crucis a la Cruz del Campo), por don Fadrique Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, considerándose este hecho sin duda como una contribución para exteriorizar la fe del converso, lo que dio lugar al comienzo de la Semana Santa.

Después de esta penitencia religiosa pública que impuso la Iglesia en plena Inquisición, en el siglo XVII toma impulso la devoción a Jesús Nazareno (anteriormente era a Jesús Crucificado) e igualmente la devoción a María. El barrio de Triana ya se ha convertido en un punto crucial para el comercio, al amparo del Castillo de San Jorge, donde desde la época de los Reyes Católicos fue centro de la Inquisición.

El siglo XVIII supuso, por el contrario, un retroceso en cuanto a las cofradías. En esta época surge el abolengo para formar parte de las hermandades y cofradías y también la persecución de la raza gitana, que a mediados de siglo, de la mano de Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, ministro de los reyes Felipe V y Fernando VI, alcanza su punto álgido, y que luego continuaron el Conde de Aranda y el de Campomantes, ministros del ilustrado y modernizador Carlos III.

En el siglo XIX parte del patrimonio eclesiástico es confiscado y numerosos templos y hermandades pierden parte de sus enseres y pertenencias. Posteriormente, sería la desamortización de Mendizábal la causante de la desaparición de numerosos templos y con ello, igualmente, la pérdida de bienes de numerosas hermandades, dándose la extinción de varias de ellas. Desde 1805 el Estado propició la desaparición de los gremios y, por consiguiente, de las hermandades a ellos vinculadas. Por otro lado la burguesía incipiente fue asumiendo roles hasta entonces reservados a la nobleza. El resultado de todo ello fue que las cofradías barrocas, definidas por su carácter cerrado – en la del Silencio, por ejemplo, se prohibía la entrada a moriscos, negros y mulatos -, comenzaron a cambiar de base social y a adoptar un modelo "más abierto". Al desvincularse del gremio y de un grupo social exclusivo comenzó un proceso que culminaría con la asociación entre hermandad y barrio. Estos hechos vinieron a determinar un nuevo resurgimiento de las cofradías. A ello habría que añadir, en consonancia con la creación del mito romántico sobre la ciudad, el especial interés de ciertos políticos municipales por hacer de las procesiones un signo de identidad local y foco de una posible atracción turística. Cierta aristocracia, como los Duques de Montpensier, de la familia real, sostuvieron activamente a las hermandades y su ejemplo fue seguido por los "burgueses ennoblecidos". Este apoyo se renovó de forma definitiva tras la Restauración borbónica (1875-1898),no pudiendo soslayarse tampoco la respuesta que la Iglesia Católica dio durante aquellos años de "crisis social", reforzando cultos y devociones dogmáticas, en especial la "Concepcionista", proclamado en 1854, a la par que se explicitaba la dependencia y subordinación de las cofradías al poder eclesiástico.


Durante el principio del siglo XX la situación fue un tanto letárgica, no siendo precisamente la Semana Santa un tema de moda hasta los años 40. El auge de los movimientos sociales, el sindicalismo obrero, las nuevas influencias laicas en el arte y la cultura burguesas ejercidas desde Francia, la caída de la Monarquía y el advenimiento de la República brillaron por encima de esa rancia costumbre.

Fue el nacionalcatolicismo, ideología de la dictadura franquista, quién de nuevo revitalizó este fenómeno. Amparados en la supuesta religiosidad popular, que años anteriores y durante la guerra civil significó en ocasiones la quema de templos y destrucción de imágenes, la aristocracia decadente y la burguesía incipiente desentierran el Vía Crucis, volviendo de nuevo a ser la Semana Santa un excelente escaparate en dónde tanto "el renegado" como "el converso" al régimen pudieran mostrar su arrepentimiento o su adhesión.

A partir de los años cincuenta vuelve a ser objeto de curiosidad fuera de nuestras fronteras. Escritores como G. Bataille, E. Hemingway, cineastas como O. Wells y una cohorte de actrices, atraídos todos por lo siniestro de la situación y el postre añadido de la Feria de Abril y la fiesta taurina, reforzaron su revitalización.

Aquí se daba un almuerzo en condiciones: dos platos y postre. ¿Hay quien de más?.

La Institucionalización de la Semana Santa por segunda vez fue imparable. Con el desarrollismo del tardofranquismo las clases obreras se convirtieron en clases medias y se conformaron como un colchón impermeable en el que asentar un cambio de régimen. Una vez llegada la democracia y "el progreso", esas mismas clases medias optaron, como no podía ser de otra manera, por los modos y usos que imponía la burguesía y todo el negocio mediático. Los braceros del puerto fueron sustituidos por los hijos de estas "clases populares", las cofradías tomaron nuevo impulso, revitalizándose algunas ya extinguidas y conformándose otras nuevas; los políticos, incluso los de la izquierda, comienzan a desfilar también al frente de los pasos, reproduciéndose la misma connivencia entre poder político y religioso que en otros tiempos. Y todo en el marco de un gran negocio turístico que según parece sostiene económicamente a la ciudad.

Por su parte la Feria de Abril se organizó por primera vez en 1847. De ser ganadera pasó a ser aristócrata y burguesa en 1950. En la actualidad es un elemento de "integración popular", que ha asumido los modos, gustos, formas y retórica, de aquellas en otro tiempo clases sociales antagónicas, y que hoy, en un hermanamiento inimaginable hace años, también conforma parte de la mercadería turística de la ciudad.

¡Para que luego digan que la esperanza no ha muerto!.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Consté que lo intenté, pero cerré la ventana y todo desapareció. Tras casi una hora pariendo una parieda... ¡Qué horror!
Decididamente odio los bloogs.
¿Y si no quiero comentar nada? ¿Y si solo quiero decir algo?
¿Como coño se hace?
Además no sé código HTML ni puñeteras ganas de aprenderlo
En fin, creo que es la última vez que intentaré expresar algo a través de esta especie de sistama de glorificación de insignificancias a las que solo cabe adherirse para comentarlas

TRANSIDO dijo...

Hay formas de salvar un pensamiento, aunque éste sea inútil.

Constatarlo quizá sea cuestión de copiar y pegar.

Una pena, pues de insignificancia vivimos algunos mortales.

Para lo de la gloria te remito al Manifiesto Transido.