Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

7/23/2007

TENDENCIA PARA UNA CONVERGENCIA DE OPORTUNIDADES

Parece que de nuevo ha tomado fuerza la teoría sobre la tendencia a la expansión del universo y Caos se reclama como organizador de este juego apofántico.

En nuestro ámbito doméstico, la historia de la especie humana podría comprenderse como una carrera que ha atravesado distintas modalidades. En principio quizá fuera de velocidad, por aquello de escapar de tanta alimaña que acechaba a unas hordas indefensas y dispersas. Luego se tornaría de obstáculos, por esos imponderables de una vida depentiente de los antojos de la naturaleza. Hoy es ya una carrera de fondo, por este dominio que ejercemos técnicamente sobre el entorno. Y para el futuro se presagian morfologías maratonianas, en una confluencia de estilos y modalidades sin norma, que ilustrarán la relación entre nuestra expansión desordenada con la del cosmos todo.

En este contexto, un tanto deportivo, la especie necesita, para perpetuarse, de la especialización, porque quien no se especializa cae en la marmita de lo vacuo, de lo inútil, de lo prescindible. Lo funcional es lo que contribuye a desarrollar este organismo colectivo que llamamos humanidad. El resto, para el sistema, son abortos que entorpecen el desarrollo de las fuerzas productivas.

Por otro lado, a la vez que algunas especies utilizan el camuflaje para sobrevivir, la nuestra ha introducido la ambigüedad como mecanismo para darse otra oportunidad. La ambigüedad contribuye al dimorfismo. El azar es binario. Lo múltiple es sustituible por lo unívoco en una particular sinestesia, burla sobre la polisemia intrínseca de todo mensaje. Porque nuestra morfología, nuestro cuerpo, no es más que un mensaje transcrito a partir de un código genético. Un mensaje que se reproduce “perfeccionándose” hacia lo ilegible, y que en el intento de quedar desentrañado de su misterio sólo logra complicarse, porque el medio, la acción, es aquí lo condicionante.

Hoy el sacrificio a los dioses del nihilismo ha tomado como sacerdotes a los terroristas. Sus amenazas son como plaguicidas que vienen a contrarrestar las larvas del tedio de sociedades de masas en donde conviven imperturbables la miseria y la opulencia. Sus acciones nos enseñan la morfología de un totalitarismo expansivo que desde lo microcelular se descarga incontrolado, alimentando fundamentalmente su propia lógica y razón de ser: esa especialización que responde al orden amorfo de un contrincante saturado y al borde del colapso.

Así, frente al absurdo de la imposición incongruente de un orden determinado que se nos presenta como necesidad -la seguridad-, aparece el desorden generado por la incertidumbre de lo virulento y aleatorio. La liberación toma así formas caprichosas, perversas, para corolar el sacrificio. El excedente, nuestro excedente, exige cada vez más que se superen los límites de lo previsible. De ahí que cada vez el golpe sea más efectista pero también ineficaz en sus objetivos. Por todo ello, el ejercicio de ese terror por grupos controlados debe contemplarse como un remedio que alimentan las estructuras del poder para mantener su propio fortalecimiento.

El mundo de la guerra, tal y como nos lo contaron en los libros de historia o en las películas del género bélico ha cambiado su fisonomía, fundamentalmente por la precisión de su tecnología de destrucción. Los imperios ya no se fundamentan en la extensión de sus territorios o en la cantidad de población sometida. Las armas convencionales son hoy las herramientas de una agricultura que labra los campos angostos de regiones olvidadas con la sangre de los clanes que las habitan a cambio de piedras preciosas, materias primas o combustibles de alto valor en el mercado de los horrores. Por otro lado, las armas de destrucción masiva, reservadas para los guardianes de la granja son ornamentos para los templos del pánico, ofrendas del excedente que constatan la certeza de que todo volará por los aires algún día que todavía nadie ha fijado.

De ahí que la sintonía de las conciencias de aquellos que se inmolan en actos terroristas se prefigure en un discurso previamente larvado en la desigualdad y el sometimiento del mundo a la minoría blanca y cristiana que lo regenta, intentando sellar una garantía que asegure el placer en la muerte eterna a cambio del sacrificio de una vida perra. Es el martirio redentor como forma extrema de salvación.

De este modo la imposición de las causas sobre las consecuencias adquiere una magnitud que desborda cualquier previsión desde nuestra óptica cartesiana. De ahí que sea reprobable ante todo la violencia que se ejerce desde la voluntad, y no tanto la que se ejerce desde la accidentalidad. Por ello, los rangos de cualificación del origen causal sobre la muerte abarcan desde el asesinato hasta el siniestro. Y curiosamente atribuimos cierta evitabilidad a las consecuencias originadas por lo accidental y casi ninguna a las impulsadas por lo voluntario. ¿Por qué de esta perversión conceptual?. ¿Desde cuando es más evitable la consecuencia del azar que lo de lo condicionado?. ¿Quizá porque sólo asociemos lo evitable a la voluntad y en ningún caso lo inevitable al azar?.

Por ello se podría convenir elevar el rango sobre aquella violencia que se ejerce desde lo accidental, desde la negligencia en el ámbito laboral corroborada por los recortes en las medidas de protección, o desde la inconsciencia de quien conduce ebrio. Asumiríamos así que el problema es más grave de lo que parece, y las víctimas todas recibirían un tratamiento similar, con independencia de la causa que no las justifica. De ese modo quedaría secuestrada en gran medida la voluntad de los terroristas, así como la de aquellos otros que, ejerciendo como políticos, sólo respiran a través de un pasamontañas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy cierto