LOS INGENUOS PRISIONEROS DEL INSTANTE
A partir del posmodernismo la conciencia histórica murió porque no hubo ninguna preocupación por el propio destino. El destino, paradójicamente, como concepto se contempla hoy como algo trasnochado, ya pasado. No hay destino desde el momento en que se nos anunció que ya no habría futuro. A lo sumo ese futuro, ese destino, ha quedado en manos de tahúres y quiromantes, a la suerte de un pronóstico en función de las perspectivas del montante del donativo.
En nuestra sociedad la inmediatez es un valor en alza, ya sea desde la proactividad –previsión o anticipo de soluciones a posibles acontecimientos - o hasta en la precisión en los porcentajes de ajuste secuencial para, por ejemplo, la estimación de densidad de desoves de Diatraea Saccharalis.
Por otro lado, el aumento de la longevidad podría considerarse también como un efecto del proceso de dilución del tiempo, como secuencia, provocado por la exigencia circunscrita a lo instantáneo. En la ingravidez el tiempo se estira, se ralentiza. Quizá la muerte no sea sino ingravidez absoluta, anhelo de levitar en el instante eterno.
La inmediatez es también esa forma refleja de acercarse a un fin queriendo evitarlo. Por ejemplo a través de la concentración de lo eterno en el instante, en el equilibrio de su masa crítica. En este sentido el aumento de la densidad de población en el planeta reduce la masa crítica que pueda mantener la vida como reacción o secuencia. Por lo que parece que la estrategia de la especie en su evolución se hubiera dislocado al supeditar su continuidad a través de una reproducción masiva, como si para poder redefinir un salto evolutivo buscara el colapso con su entorno.
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