Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

11/27/2008

ANTE LAS OLAS

Mi primera gran pasión fue detener la marea y las olas en una playa, hacer frente a las fuerzas de la naturaleza que intentaban destruir un castillo de arena. Esa era una tarea titánica durante la cual, en algún momento, uno se apercibía de que podía contrarrestar la fuerza del oleaje, el empuje de la marea. Las estrategias podían ser reforzar en altura y levantar barreras, o excavar y crear canales de drenaje, aunque irremisiblemente se intuía que todo iba a ser arrasado por el inmenso océano, por una certeza. Pero en realidad el contacto entre aquél monstruo y el castillo de arena se producía en un reducidísimo espacio de playa. El roce era tan sutil que uno podía distinguir que en ese punto de contacto se anulaban las enormes fuerzas que sustentan a la masa oceánica y a toda la tierra, justo en aquella porción de la orilla. Los ejércitos pueden ser enormes, pero la guerra se libra o se libraba en cada cuerpo a cuerpo.

En aquellos días se organizaban competiciones de resistencia al envite de las olas, en ellas grupos de niños se afanaban en salvaguardar su pequeña fortaleza el mayor tiempo posible. En aquella pugna por la resistencia el vencedor ya sabía de antemano que sucumbiría, pero de manera heroica. Y ese era su valor.

Era una forma de aprender que vivir es en sí mismo un acto de resistencia heroico. Y que esa capacidad de resistencia es la que nos puede mantener vivos. Jugábamos engañando a las olas para que dilataran destruir lo que construíamos. Pero sabíamos que todo era inútil y que sólo en el propio juego, en la tensión de esa escaramuza, el tiempo parecía detenerse: en esos instantes que median entre una ola y la siguiente, los instantes que nos permiten soñar ante lo implacable.

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