¿COMPARTIR O SACRIFICAR?
La economía siempre buscó su razón de ser fuera de sí misma dando respuesta al intercambio de objetos, a la ordenación y distribución de los excedentes, a la organización de la producción y del comercio. Hoy, por el contrario, sólo parece que encuentre su razón de ser en sí misma, a través de contravenir sus propios axiomas, en una especie de desviación perversa hacia la insuficiencia para dar respuesta a los problemas que ella misma ha generado. Antes, el llamado “mundo real” alimentaba los modos económicos, los determinaba; hoy, por el contrario, ese “mundo económico” sustrae al “mundo real” del valor de sus productos, que no es otro que el de su necesidad.
De la economía que ordena los flujos en el mercado hemos pasado a la economía que especula con los valores (precios) de los productos del mercado. El problema no es sólo que se haya vendido algún “bien” por un precio que nadie podía pagar a largo plazo a través de contratar hipotecas de alto riesgo, sino que, también, el dinero líquido proveniente de ahorros, planes de pensiones, beneficios de empresas o superhabit de los Estados se ha incluido en el lote para la compra al por mayor de incertidumbre.
A nadie se le escapa que mezclar aceite caliente y agua tiene un alto riesgo, pero, en nuestro caso, alguien que conoce su alquimia ha dispuesto contravenir algunos de sus axiomas básicos, sin importar los efectos devastadores que su codicia podría acarrear.
El problema, más allá de estas consideraciones, radica en el riesgo impuesto en el futuro. Y ese riesgo comienza desde el momento en que cualquier inversión parte siempre del crédito, y, además, el montante de ese crédito supera los límites de los márgenes de riesgo para su amortización. Así, para poder mantener la actividad económica, otro nuevo crédito sirve para amortizar el anterior, la deuda aumenta y la inseguridad de poder amortizarla también, aún a pesar de que la empresa haya generado beneficios.
Para contrarrestar la situación actual la economía política, como gigantesca máquina de generar valor, intenta seducir a los mercados queriendo amortiguar con ese valor virtual la crisis de confianza de que disfrutan. No han sido suficientes las consecutivas introyecciones de moneda para generar liquidez, ni la bajada del tipo preferencial de los bancos centrales, ni las subastas de moneda a intereses exiguos… Nada de todo ello satisface la voracidad del agujero negro de los mercados financieros de futuro.
Seguramente es que no hay futuro, y por eso en el presente cualquier medida de esta envergadura se torna insuficiente. Sólo la compra en firme de Entidades de Crédito en bancarrota es valorada en el mercado con una ligera subida de las bolsas.
Pero, aún así, todo ello no ha mitigado nada la situación económica global. La economía real ya ha comenzado a responder a los envites de la economía financiera: caída de las ventas, despidos masivos, impagos, quiebras, recesión, etc. …La respuesta de los Estados a esta situación es la inyección de más dinero, pero esta vez a través de más endeudamiento, mediante la emisión de deuda pública, y también con la bajada de impuestos. Esto significa que también los Estados van a jugar a la ruleta con opciones de ganar algo de tiempo en un presente sin futuro. ¡Paradójico!.
Pero en el planeta se va comprendiendo, por la fuerza de los hechos y no de la razón, que ya estamos más allá de la ilusión. Que nuestra Tierra no puede soportar la presión demográfica y el ritmo de destrozo que equivale a su ritmo de crecimiento económico. Que el aumento exponencial de la demanda de materias primas, energético y de recursos naturales es insostenible; que el deterioro del medio ambiente multiplica los riesgos de la sobreexplotación a gran escala, etc, etc, etc.
Ante todo ello parece claro que el debate aún no ha tomado la profundidad que la situación requiere. No se han definido cuáles son los objetivos de la magna reconversión a la que debe someterse el mundo sino quiere verse sumido en el caos de una nueva Edad Media. Las medidas que se anuncian son parches pensados para volver a la situación anterior a esta crisis del crecimiento y eso es imposible ante las evidencias que presentan los diagnósticos menos catastrofistas. No hay retorno a antes de… (no-undo). Al igual que en su momento se cruzaron líneas insospechadas y en ocasiones indeseadas que cambiaron la historia, hoy hay que tomar decisiones para orientar la transformación que ya se está materializando, lo queramos ver o no.
La cuestión está en tomar esta situación como una oportunidad para modificar las reglas del juego, aún a sabiendas de que esas decisiones deben tener un ámbito global y para nada serán reconfortantes individualmente, pues nadie unilateralmente podrá escapar a la sinergia del remolino. La cuestión está en salvar del naufragio colectivo al planeta o permitir que los privilegios individuales de que disfrutan las clases medias en Occidente lo aceleren irremisiblemente hacia un colapso generalizado. Somos la causa de esta situación, nos guste o no, y en nosotros está asumir sus consecuencias. Es momento de reconocer al otro NO por el mal que pretendidamente le inculpamos sino por la posibilidad que nos ofrece para compartir colectivamente una “penúltima” oportunidad.
¿Hasta dónde está cada célula dispuesta a compartir la energía para mantener con vida al cuerpo? ó ¿Qué parte del mismo se está dispuesto a sacrificar para retrasar su óbito?.
De la economía que ordena los flujos en el mercado hemos pasado a la economía que especula con los valores (precios) de los productos del mercado. El problema no es sólo que se haya vendido algún “bien” por un precio que nadie podía pagar a largo plazo a través de contratar hipotecas de alto riesgo, sino que, también, el dinero líquido proveniente de ahorros, planes de pensiones, beneficios de empresas o superhabit de los Estados se ha incluido en el lote para la compra al por mayor de incertidumbre.
A nadie se le escapa que mezclar aceite caliente y agua tiene un alto riesgo, pero, en nuestro caso, alguien que conoce su alquimia ha dispuesto contravenir algunos de sus axiomas básicos, sin importar los efectos devastadores que su codicia podría acarrear.
El problema, más allá de estas consideraciones, radica en el riesgo impuesto en el futuro. Y ese riesgo comienza desde el momento en que cualquier inversión parte siempre del crédito, y, además, el montante de ese crédito supera los límites de los márgenes de riesgo para su amortización. Así, para poder mantener la actividad económica, otro nuevo crédito sirve para amortizar el anterior, la deuda aumenta y la inseguridad de poder amortizarla también, aún a pesar de que la empresa haya generado beneficios.
Para contrarrestar la situación actual la economía política, como gigantesca máquina de generar valor, intenta seducir a los mercados queriendo amortiguar con ese valor virtual la crisis de confianza de que disfrutan. No han sido suficientes las consecutivas introyecciones de moneda para generar liquidez, ni la bajada del tipo preferencial de los bancos centrales, ni las subastas de moneda a intereses exiguos… Nada de todo ello satisface la voracidad del agujero negro de los mercados financieros de futuro.
Seguramente es que no hay futuro, y por eso en el presente cualquier medida de esta envergadura se torna insuficiente. Sólo la compra en firme de Entidades de Crédito en bancarrota es valorada en el mercado con una ligera subida de las bolsas.
Pero, aún así, todo ello no ha mitigado nada la situación económica global. La economía real ya ha comenzado a responder a los envites de la economía financiera: caída de las ventas, despidos masivos, impagos, quiebras, recesión, etc. …La respuesta de los Estados a esta situación es la inyección de más dinero, pero esta vez a través de más endeudamiento, mediante la emisión de deuda pública, y también con la bajada de impuestos. Esto significa que también los Estados van a jugar a la ruleta con opciones de ganar algo de tiempo en un presente sin futuro. ¡Paradójico!.
Pero en el planeta se va comprendiendo, por la fuerza de los hechos y no de la razón, que ya estamos más allá de la ilusión. Que nuestra Tierra no puede soportar la presión demográfica y el ritmo de destrozo que equivale a su ritmo de crecimiento económico. Que el aumento exponencial de la demanda de materias primas, energético y de recursos naturales es insostenible; que el deterioro del medio ambiente multiplica los riesgos de la sobreexplotación a gran escala, etc, etc, etc.
Ante todo ello parece claro que el debate aún no ha tomado la profundidad que la situación requiere. No se han definido cuáles son los objetivos de la magna reconversión a la que debe someterse el mundo sino quiere verse sumido en el caos de una nueva Edad Media. Las medidas que se anuncian son parches pensados para volver a la situación anterior a esta crisis del crecimiento y eso es imposible ante las evidencias que presentan los diagnósticos menos catastrofistas. No hay retorno a antes de… (no-undo). Al igual que en su momento se cruzaron líneas insospechadas y en ocasiones indeseadas que cambiaron la historia, hoy hay que tomar decisiones para orientar la transformación que ya se está materializando, lo queramos ver o no.
La cuestión está en tomar esta situación como una oportunidad para modificar las reglas del juego, aún a sabiendas de que esas decisiones deben tener un ámbito global y para nada serán reconfortantes individualmente, pues nadie unilateralmente podrá escapar a la sinergia del remolino. La cuestión está en salvar del naufragio colectivo al planeta o permitir que los privilegios individuales de que disfrutan las clases medias en Occidente lo aceleren irremisiblemente hacia un colapso generalizado. Somos la causa de esta situación, nos guste o no, y en nosotros está asumir sus consecuencias. Es momento de reconocer al otro NO por el mal que pretendidamente le inculpamos sino por la posibilidad que nos ofrece para compartir colectivamente una “penúltima” oportunidad.
¿Hasta dónde está cada célula dispuesta a compartir la energía para mantener con vida al cuerpo? ó ¿Qué parte del mismo se está dispuesto a sacrificar para retrasar su óbito?.
2 comentarios:
aisssh paco xD
como siempre en estas cosas, me cuesta responderte, puesto que tu lenguage sobrepasa cualquier limite.
esta bastante bien la distincion que haces del mundo real y el mundo economico. pero no t olvides que el mundo real condiciona todo lo economico, el economico no es mas que una creacion de nuestra "mente real", asi que toda nuestra avaricia, codicia, egoismo y quien sabe si humildad en algun caso, tambien esta reflejada.
pues no, no hay voluntad de hacer algo, no hay ganas, no hay lucha, no hay queja, solo hay politicos que hacen lo que puede para salvar las proximas elecciones, y maquinaria financiera dispuesta a ganarlo todo y llevarselo todo por delante.
Teoricamente lo que hacen los estados es lo que hay que hacer, lo que esta mejor hacer, pero siempre esta la cosa de que quienes lo hacen... no son personas que lo van a hacer bien, porque siempre hay muchos intereses de por medio.
donde acabara todo esto? no lo se
en una españa gobernada por el liberalismo extremo derechista y metida otra vez en la mierda? o por el conbtrario los socialistas conseguiran hacer algo... o habra una gran abstencion y nadie votara...
o se quemaran bancos, iglesias, parlamentos y todo simbolo de supremacia y dominio humano sobre los demas.
La sugestión sobre “lo real” aplicado a cualquier tipo de mundo es irreal. Cada subjetividad construye “una realidad” y en el conjunto social también se construyen “irrealidades colectivas”. Esto no quita que exista una materia objetiva con una morfología característica, reconocible y verificable. Pero el subjetivismo es una pieza clave en lo que denominamos “real”. En este sentido creo que las premisas de la ética económica son, por el contrario, las que determinan a las de la ética de “lo real”. Son los modos económicos los que caracterizan y no sólo determinan nuestras relaciones sociales.
Un ejemplo: si nuestra economía es un barco, nosotros somos los pasajeros. Creemos que dominamos el timón, pero las turbulencias del océano hacen imposible el control de la nave... Es una deriva la que impone las reglas de la navegación. Quizá haya rumbo pero no orientación.
¿Hay algún bien o mal por encima del interés?. Quizá sea una cuestión de legitimidad del interés más que del bien y del mal.
De las opciones que barajas quizá la más plausible sea la última, dado el nivel de incertidumbre generado tan alto sobre el futuro, aún a sabiendas de que únicamente limpiará el campo de rastrojos, eliminando a millones de seres, dejándolo preparado para una nueva fase para la explotación de los recursos y de las personas aún más perfeccionada.
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