SOMBRAS
"La Llama" RODRIGUEZ SILVA 2008
Foto: Claudio del Campo
“En el principio no estaría el caos, sino una sombra proyectada”.(Hans Blumenberg)
Es este un mundo sin sombras, en el que todos y cada uno permanecen tan iluminados como evanescentes, en el que cada personaje se representa, se proyecta, en un frontispicio esculpido de lo inerte.
Es este un mundo de oquedad en el que se prescinde de la Nada, “esa sombra que acompaña a cada ser” (E. Trias), para consustanciar en un cuerpo amorfo, viscoso y gelatinoso, que rezuma tanta competencia como estulticia, tanta simpatía como acritud, tanto rigor como vesania.
Buscar entonces la sombra es buscar al menos, desde los sentidos, las huellas que presagian un cuerpo, su contorno, su forma. Pero los sentidos hoy son alimentados, excitados, por ilusiones distorsionadas cuya función es uniformizar a cada conciencia, como a “criatura sin sombra” (R. Argullol), mediante impactos publicitarios que inciten a desear, a poseer…
Ya Plinio y Quintiliano propusieron contornear la sombra como “punto de inicio a partir del cual el pintor elabora su obra”. Y así es, con cierta frecuencia, como acontece que la línea de sombra –vertical- se desdibuje tanto como la línea del horizonte –horizontal-, y que por tanto, desde una ilusoria quietud, lo real se nos ofrezca a la vista de modo infundado y gratuito, desde un único plano y sin coordenadas.
El fondo de un cuerpo, de la materia en su representación, habrá de buscarse en su sombra, o más exactamente, en el contorno de su sombra. De ahí que aquella mirada que se quiera expectante permanezca hoy extraviada en la perplejidad que ofrece todo aquello que es irreconocible por ser imposible de evocar. Porque, aquella forma que nunca se haya visto no se reconocerá a pesar de que se represente y se nos muestre.
Reconocer es un acto de metamorfosis que se nos facilita cuando la materia se muestra en sus formas, en sus contornos, pero con sus sombras. Ese es el modo como ampliamos y podemos profundizar en el enigma a través del conocimiento. La cuestión del reconocer en la pintura nos hace que ésta pueda ser cercana, por asequible al espectador, en la medida en la que el pintor se pinta, se muestra… El objeto de la pintura busca así representar la sombra de su autor y, dentro de ella, aquello que él ha identificado y desea mostrar. La pintura como tal contribuye entonces a desvelar y no a ocultar. De ahí que pintar sea entonces, como en China, reproducir semejanza, dar forma, identificar.
La matería-símbolo; el trazo-signo; caos y orden; lo amorfo frente a lo conformado; lo que se expande frente a lo que retiene. Es aquí, en esta tu pintura, en donde se aprecia que la tensión de lo extenso se ve delimitada por la imposición de lo mecánico, de esa constante línea vertical que violenta a la materia, al cuerpo, al deseo…. imponiéndose rectilínea, secuenciada, paralela y bifurcante como un algoritmo que no aspirase ya a solución alguna. Así, en lo matérico, el relieve sustituye a la sombra, ya que el trazo no la crea porque lo que hace es obturar la luz que emana, en este caso, de la materia elegida y del color que transpira sobre el metal-bastidor, como cuerpo del deseo… Por tanto, no es esta una pintura de representación sino más bien representación de la pintura. Dado que la luz viene de la propia composición, es focal y monocroma, por lo que la sombra habría que buscarla, entónces, fuera de la propia composición, en el espectador que, para representarse, para mirarse, debe buscar su sombra, debe dejarse iluminar a través de su abandono, debe dejar de mirar en donde no se muestra para poder encontrarse en algún pensamiento como la “sombra proyectada de esa Nada sobre la superficie del mundo real” (T. Tzara).
Lo inquietante de esta tensión, de la intensidad que acontece, es lo imprevisible de su suceder. ¿Cómo resolver el cruce de miradas que se interrogan?.¿Cómo rescatar la mirada del secuestro de la quietud de lo inerte ante un espacio vivo pero ajeno al lienzo?. ¿Cómo enfrentar una sombra ajena a su representación?.
Poseídos por el propio deseo de poseer, secuestrados por la imagen que se proyecta desde la pantalla en cada retina, los números hacen serie, y las series tramas, y las tramas redes, y las redes espacios, y los espacios crean el vacío en el que se drena la sangre de cada espectador. La composición es un trenzado que exige víctimas, sin nombre, sin causa, sin sombra…
¿Acaso, ”el pensamiento crece en la incomodidad de su sombra” (E. Jabés)?. No, el pensamiento crece porque es el paso de la sombra, conciencia de la sombra para siempre reducida, excluido, comprobada, deshecho…de la sombra, plenitud de vacío, en donde cada astro, aún y así, resplandece. Por ello se puede concluir que “la sombra del capital es el valor, la sombra del poder es la representación, la sombra del sistema es la realidad, y aquél que ha perdido su sombra es tan sólo la sombra de sí mismo” (J. Baudrillard).
Porque si “la vida es una sombra que se ejerce, ¿qué es el viento sin sombra, sino una nada a sí misma abrazada”?. (Leopoldo María Panero)
Así como el plano horizontal nos acerca -el fondo en el lienzo-, el vertical –las incisiones que suplantan al trazo- nos separa. La incisión metódica, exacta, crea un espacio inapreciable que es el que amalgama fondo y forma, y en el que se sustenta cada obra. Cada color se encuentra allí retenido como las estaciones secuestradas por cronos. No son ellas las que rebosan sino que es la secuencia vertical la que determina: diversidad de estadios posibles ante una misma situación, como una imposición rítmica sobre la composición de los sonidos. Pero el tempo también se mide por su sombra, por su eco, de ahí qué “sólo lo que no tiene sombra sea eterno” (Chantall Maillard). Es hacia esa intemporalidad hacia donde se proyecta ese vector que emana de la tensión en cada composición. A su vez, la simplicidad tanto de los elementos matéricos como de color evoca un cierto tono dramático, por mucho que el ojo tienda, para valorar cada obra, a una ubicación hipotética de la misma en algún espacio cotidiano propio.
Si como expresara Píndaro y luego reiterara Unamuno “somos sueños de una sombra”, la vigilia que nos ocupa lucha por imponerse infructuosamente, y quizá, por ello, con “permanecer inasequibles a nuestra propia mirada buscamos al menos ocupar un punto de sombra”. (E. Bloch). ¿En dónde encontrar ese punto?. ¿Prescindiendo del mundo, retornando a la Caverna?. ¿En la Nada, sombra de la conciencia enteramente desasida de cosa alguna y de aquello que la sostiene; su trasfondo. (María Zambrano)?. ¿En ese hombre virtual que propone Paul Virilio “convertido en sombra de sí mismo”?.
Aún así y todo, somos aquellos que dependen de una sombra que se cruza con la mirada al pasar.
Es este un mundo sin sombras, en el que todos y cada uno permanecen tan iluminados como evanescentes, en el que cada personaje se representa, se proyecta, en un frontispicio esculpido de lo inerte.
Es este un mundo de oquedad en el que se prescinde de la Nada, “esa sombra que acompaña a cada ser” (E. Trias), para consustanciar en un cuerpo amorfo, viscoso y gelatinoso, que rezuma tanta competencia como estulticia, tanta simpatía como acritud, tanto rigor como vesania.
Buscar entonces la sombra es buscar al menos, desde los sentidos, las huellas que presagian un cuerpo, su contorno, su forma. Pero los sentidos hoy son alimentados, excitados, por ilusiones distorsionadas cuya función es uniformizar a cada conciencia, como a “criatura sin sombra” (R. Argullol), mediante impactos publicitarios que inciten a desear, a poseer…
Ya Plinio y Quintiliano propusieron contornear la sombra como “punto de inicio a partir del cual el pintor elabora su obra”. Y así es, con cierta frecuencia, como acontece que la línea de sombra –vertical- se desdibuje tanto como la línea del horizonte –horizontal-, y que por tanto, desde una ilusoria quietud, lo real se nos ofrezca a la vista de modo infundado y gratuito, desde un único plano y sin coordenadas.
El fondo de un cuerpo, de la materia en su representación, habrá de buscarse en su sombra, o más exactamente, en el contorno de su sombra. De ahí que aquella mirada que se quiera expectante permanezca hoy extraviada en la perplejidad que ofrece todo aquello que es irreconocible por ser imposible de evocar. Porque, aquella forma que nunca se haya visto no se reconocerá a pesar de que se represente y se nos muestre.
Reconocer es un acto de metamorfosis que se nos facilita cuando la materia se muestra en sus formas, en sus contornos, pero con sus sombras. Ese es el modo como ampliamos y podemos profundizar en el enigma a través del conocimiento. La cuestión del reconocer en la pintura nos hace que ésta pueda ser cercana, por asequible al espectador, en la medida en la que el pintor se pinta, se muestra… El objeto de la pintura busca así representar la sombra de su autor y, dentro de ella, aquello que él ha identificado y desea mostrar. La pintura como tal contribuye entonces a desvelar y no a ocultar. De ahí que pintar sea entonces, como en China, reproducir semejanza, dar forma, identificar.
La matería-símbolo; el trazo-signo; caos y orden; lo amorfo frente a lo conformado; lo que se expande frente a lo que retiene. Es aquí, en esta tu pintura, en donde se aprecia que la tensión de lo extenso se ve delimitada por la imposición de lo mecánico, de esa constante línea vertical que violenta a la materia, al cuerpo, al deseo…. imponiéndose rectilínea, secuenciada, paralela y bifurcante como un algoritmo que no aspirase ya a solución alguna. Así, en lo matérico, el relieve sustituye a la sombra, ya que el trazo no la crea porque lo que hace es obturar la luz que emana, en este caso, de la materia elegida y del color que transpira sobre el metal-bastidor, como cuerpo del deseo… Por tanto, no es esta una pintura de representación sino más bien representación de la pintura. Dado que la luz viene de la propia composición, es focal y monocroma, por lo que la sombra habría que buscarla, entónces, fuera de la propia composición, en el espectador que, para representarse, para mirarse, debe buscar su sombra, debe dejarse iluminar a través de su abandono, debe dejar de mirar en donde no se muestra para poder encontrarse en algún pensamiento como la “sombra proyectada de esa Nada sobre la superficie del mundo real” (T. Tzara).
Lo inquietante de esta tensión, de la intensidad que acontece, es lo imprevisible de su suceder. ¿Cómo resolver el cruce de miradas que se interrogan?.¿Cómo rescatar la mirada del secuestro de la quietud de lo inerte ante un espacio vivo pero ajeno al lienzo?. ¿Cómo enfrentar una sombra ajena a su representación?.
Poseídos por el propio deseo de poseer, secuestrados por la imagen que se proyecta desde la pantalla en cada retina, los números hacen serie, y las series tramas, y las tramas redes, y las redes espacios, y los espacios crean el vacío en el que se drena la sangre de cada espectador. La composición es un trenzado que exige víctimas, sin nombre, sin causa, sin sombra…
¿Acaso, ”el pensamiento crece en la incomodidad de su sombra” (E. Jabés)?. No, el pensamiento crece porque es el paso de la sombra, conciencia de la sombra para siempre reducida, excluido, comprobada, deshecho…de la sombra, plenitud de vacío, en donde cada astro, aún y así, resplandece. Por ello se puede concluir que “la sombra del capital es el valor, la sombra del poder es la representación, la sombra del sistema es la realidad, y aquél que ha perdido su sombra es tan sólo la sombra de sí mismo” (J. Baudrillard).
Porque si “la vida es una sombra que se ejerce, ¿qué es el viento sin sombra, sino una nada a sí misma abrazada”?. (Leopoldo María Panero)
Así como el plano horizontal nos acerca -el fondo en el lienzo-, el vertical –las incisiones que suplantan al trazo- nos separa. La incisión metódica, exacta, crea un espacio inapreciable que es el que amalgama fondo y forma, y en el que se sustenta cada obra. Cada color se encuentra allí retenido como las estaciones secuestradas por cronos. No son ellas las que rebosan sino que es la secuencia vertical la que determina: diversidad de estadios posibles ante una misma situación, como una imposición rítmica sobre la composición de los sonidos. Pero el tempo también se mide por su sombra, por su eco, de ahí qué “sólo lo que no tiene sombra sea eterno” (Chantall Maillard). Es hacia esa intemporalidad hacia donde se proyecta ese vector que emana de la tensión en cada composición. A su vez, la simplicidad tanto de los elementos matéricos como de color evoca un cierto tono dramático, por mucho que el ojo tienda, para valorar cada obra, a una ubicación hipotética de la misma en algún espacio cotidiano propio.
Si como expresara Píndaro y luego reiterara Unamuno “somos sueños de una sombra”, la vigilia que nos ocupa lucha por imponerse infructuosamente, y quizá, por ello, con “permanecer inasequibles a nuestra propia mirada buscamos al menos ocupar un punto de sombra”. (E. Bloch). ¿En dónde encontrar ese punto?. ¿Prescindiendo del mundo, retornando a la Caverna?. ¿En la Nada, sombra de la conciencia enteramente desasida de cosa alguna y de aquello que la sostiene; su trasfondo. (María Zambrano)?. ¿En ese hombre virtual que propone Paul Virilio “convertido en sombra de sí mismo”?.
Aún así y todo, somos aquellos que dependen de una sombra que se cruza con la mirada al pasar.
3 comentarios:
La pintura es el suntuoso gotelé con que los prestidigitadores de las finanzas decoran sus sucursales publicitarias.
Discrepo del comentario realizado por "anónimo" y espero que esta cita le haga reflexionar sobre la diferencia existente entre arte y "gotelé" (aunque sea publicitario).
"Durante su cautiverio, Dostoievsky clarificó su pensamiento y sus verdaderas intenciones artísticas.
Comprendió que es algo muy distinto aspirar a un lugar en la sociedad literaria, y producir una obra de arte. Que lo primero es una banalidad, y lo segundo un calvario.
Al salir de presidio, en 1854, le escribe a su hermano: ´Nunca más volveré a escribir estupideces´. "
coñó! nunca hubiera pensado que un paso de cebra diera para tanta literatura... lucino!
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