TRANSPARENCIAS
En el marco de la ingente tarea que la especie desarrolla para adaptar la naturaleza a sus necesidades está sin duda la eliminación de todo aquello que pueda significar oscuridad y tinieblas, que no es otra cosa que contrarrestar el temor y el miedo atávico a ser agredidos violentamente en la oscuridad de la noche. Una vez controlado el fuego por el hombre ese temor a la oscuridad, a las tinieblas, se vio desplazado por la claridad que propició su dominio. Desde entonces la tarea ha sido perfeccionar los mecanismos de producción de luz para evitar en todo lo posible los espacios de oscuridad.
Con la ocultación de la noche en nuestras ciudades hemos velado también todo el cosmos estrellado, y con él todo aquello que nos recuerde nuestra insignificancia. De ahí que la arrogancia de la especie crezca en la medida en que secuestra la oscuridad y la luz se haya convertido en un elemento disuasorio sobre nuestra capacidad para discernir. Así, la productividad de la especie en su conjunto y con ella el denominado “progreso” ha aumentado exponencialmente al incrementarse las horas de luz. El hombre, confiscado en granjas de producción, dispone de más tiempo para poder aumentar su “confortabilidad ambiental y su esperanza de vida”, pero a consta de una devastación feroz sobre el ambiente. De este modo, iluminado por la gracia del neón, expolia la tierra mientras se destierra de su origen, de su enigma. Con todo ello, seremos seguramente recordados como la civilización del resplandor.
Pero la luz, en tanto que alumbra, también oculta y en ocasiones nos ciega. Hoy la tendencia comunicativa en las relaciones sociales es a lo translucido, lo transparente, pues todo aquello que no pueda ser visualizado no existe. En la cultura de la imagen, de lo visual, la luz es emergente, es un reflejo absoluto y omnipresente que no permite resquicios de penumbra, “dando cobertura a un orden que aspira a saber sin lagunas, pues sólo el saber total garantiza la protección total” (Wolfgang Safsky). De ahí que las imágenes hayan sustituido a las sombras, afirmando en dónde antes había duda, respondiendo en dónde antes sólo había preguntas. Por eso la luz es, también, la gran respuesta que nubla o acalla todas las interrogantes.
En términos históricos, en lo que atañe a lo religioso, el Dios de la luz fue considerado vencedor sobre el Dios de las tinieblas; en lo secular, el siglo de las luces iluminó y deshechizó el oscurantismo medieval. Desde siempre, tanto los iluminados han impuesto su visión refulgente sobre cualquier sombra de duda, como los visionarios han querido establecer el destino de los pueblos.
Hoy, ese afán por transparentar nos lleva a evitar la intimidad, considerándose lo privado cuando menos como sospechoso, porque todo ha de ser mostrable, visible, transparente... El cuerpo social se ha convertido en un gran voyeur que se escudriña a sí mismo sin dejar oportunidad para esconder absolutamente nada, salvo la muerte, ese reducto que le ha quedado a la oscuridad. De ahí que se identifique desde antaño la vida con la luz y la muerte con la oscuridad.
Pero es también este frenesí de lo visible el resorte que utiliza el poder para esconderse, en “el sueño de la absoluta transparencia de una sociedad cristalina” (Wolfgang Safsky). Nunca antes hubo tanta información y a su vez tanta ignorancia. Nunca hubo tanta transparencia del poder y a su vez tanto desconocimiento de sus mecanismos. Nunca el engaño fue tan manifiesto y sin embargo tan avalado por una credulidad generalizada. Nunca como hasta hoy la imagen suplantó al objeto, ni lo virtual a lo real. Lo natural se ha hecho extraño por agotamiento de existencias. Todo se quiere representar diáfano y translúcido, de ahí que lo irreal se muestre tan verídico como lo real fraudulento. Lo irreal es sugestivo y deseable, mientras que lo real es vulgar, tangible y desechable; lo irreal nos sugestiona mientras que lo real nos desvela; lo irreal evoca placer y lo real nos causa dolor.
La luz ha hecho que se trascienda la existencia a través de la simulación. De ahí que sólo sea aquello que aparenta ser. La esencia hoy es apariencia: sombra sin cuerpo.
La luz como estandarte del nihilismo, sin origen ni destino, ha borrado todo aquello inconsciente temido, pero, a su vez, nos ha hecho más temibles pero no más conscientes. Todo se representa aunque nada se manifieste, todo se habla pero nada se dice, y así, el recuerdo se cultiva como un ejercicio de olvido sistemático. Lo ejecutivo se refuerza frente a la debilidad de lo meditativo. Lo efímero es un valor recurrente, tan prescindible como para apreciarse en el mercado. Lo obvio se traviste en descubrimiento y lo intangible es el patrón del valor de cambio. Lo absoluto o lo infinito frente a lo relativo y transitorio; cualquier ruido frente al silencio. Es esta la transparencia de un mundo sin enigma, la transparencia de la confusión. “Confusión será su epitafio”. Pete Sinfield.
¿Es el tropismo de la especie hacia la luz una vía hacia un sin desenlace, la condena perpetua por nuestra ignorancia?. ¿De ahí que, como nos previniera Michael Foucault “el límite del saber sea la transparencia perfecta de las representaciones a los signos que las ordenan”?
Parece que el mundo de los signos vence al mundo de los símbolos, en gran medida, gracias a la luz.
1 comentario:
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