ESPECULAR / MEDITAR
“Los ideales sociales no pueden ser predicados entre especuladores” (Ernst Bloch)
Al especular se alivia en la verborrea, en la meditación se libera en el silencio. La especulación baraja con la incertidumbre pero en la meditación se obvia la certeza. La especulación se difumina en lo aleatorio mientras que la meditación transita por lo continuo. El que especula juega con respuestas, el que medita trabaja sobre preguntas. Al especular se consume, al meditar se ahorra. Al especular se gesticula mientras que al meditar se observa. La especulación es consecuencia, la meditación es causa. Al especular uno tiende a buscar, al meditar a encontrar. Especular enturbia, meditar aclara. Occidente especula, Oriente medita. Especular tiene fijación por la vigilia, meditar prima lo onírico. Al especular se proyecta, al meditar se asume. Especular disemina, meditar concentra. Especular tiende a tergiversar el pensamiento, meditar lo dimensiona. Especular se vacía en el olvido, meditar se nutre en la memoria. Especular se proyecta en la imagen, meditar fluye en el vacío. Especular busca la trascendencia, meditar encuentra en la inmanencia. Especular conquista, meditar convive. Especular desdobla, meditar unifica. Se especula con la muerte y se medita para la vida. Se especula con el gasto, se medita sobre el don. Especular es público, meditar es íntimo. Se especula desde la distancia, se medita en la proximidad. Especular se materializa en signos, meditar se representa en símbolos. La especulación comenzó siendo teocrática, la meditación ascética. La especulación aspira al conocimiento, la meditación a la sabiduría. La ciencia y la religión son productos de la especulación, la comprensión y la armonía de la meditación. Especular es fin, meditar un medio. La especulación es compulsiva, la meditación reflexiva…
La morfología de nuestra cultura se fundamenta, en gran medida, en esa disposición o actitud que se materializa en técnicas con las cuales nos enfrentamos al mundo, a su incertidumbre. Nuestro pensamiento está contenido en ellas, es inseparable de su forma, de su materialidad, de sus producciones … En este sentido, especular / meditar son acepciones, ángulos, posiciones, que utilizamos para construir el mundo, para poder aprehenderlo.
En nuestro medio, desde Aristóteles y continuando la tradición idealista platónica, entender es especular con imágenes. Por un lado, a través de esa línea metafísica, que desde su aislamiento, al margen de lo tangible, contempla el conocimiento especulativo de la razón, levantándose e imponiéndose enteramente por encima de lo que enseña la experiencia. Por otro, aquella otra concepción, materialista, que parte de una causalidad que idea la materia como lo único existente en contínua transformación.
Si, como nos sugiere Chantall Maillard, “todo idealismo es consecuencia de una pérdida de inmediatez por la que se sistematiza el desdoblamiento especular”, éste no será sino un síntoma de una enfermedad que proviene de una pérdida (la caída). Tendremos entonces que aceptar que la especulación es ante todo una “respuesta terapéutica”.
A su vez, materializar la idea es el origen de todo sistema cuyo axioma parta también de “lo especulativo”. Sistema que se recoge en esa tautología de la inseparable comprensión/producción de mundo de las religiones monoteístas que, como sugiere Sloterdijk, se conforma en un campo tripolar:
q a partir de un proceso psíquico nuclear o primario (especulativo)
q por decantación en un ejercicio de meditación iluminadora (metitación)
q visualizado a través de una simbolización comunicativa.
Hoy, en nuestro mundo secular, y como señala Baudrillard, aquella simbolización comunicativa de lo religioso se realiza específicamente a través de “una especulación informativa sobre el acontecimiento”. Ya sabemos que en gran medida es la propia información la que produce lo que acontece, o cuanto menos el hecho debe ser noticia si quiere ser observado. El acontecer es pues insustancial sino dispone de un soporte de comunicación que lo constate.
Por otro lado, no podemos afirmar, como hizo Bergson, que la propia percepción sea la que nos contenga, que estemos sujetos a nuestros sentidos, como si estuviéramos limitados y amarrados a ellos, como si no pudiéramos comprendernos en su ausencia. No es “la percepción la que tiene un interés especulativo”, la percepción no es en sí el conocimiento. Por el contrario, habría que contemplar todos los elementos que adheridos a ella la orientan, por ejemplo, en el sentido que nos propone Deleuze, a propósito del “modo sádico, especulativo y analítico, que capta el instinto de muerte”. Es ese instinto, si es que lo aceptamos, el que dirige un modo de percibir, el que impone entonces la especulación en el juego de la comprensión/interpretación/producción de mundo.
Si trasladamos este análisis a la esfera de la materialidad de lo intangible del mundo económico podriamos aducir con Aries que “desde el protocapitalismo, tal como aparece en la segunda mitad de la Edad Media y en el Renacimiento, contemplación y especulación son rasgos esenciales, pues antes del capitalismo, las cosas aún no merecían ser vistas, ni retenidas, ni deseadas”. Fue a partir de la Edad Moderna cuando se produjo “el tránsito de la especulación sobre la esfera a la praxis de su aprehensión”. (Sloterdijk). Desde entonces el mundo ya no sólo pudo pensarse idealmente, sino que también tenía que poseerse prácticamente, y por ello, el resultado de ese “paroxismo de la especulación pragmática fue el capitalismo” (Baudrillard), pues en ella se fundamenta y a ella debe su evolución y desarrollo, y es en esta, su última fase, con la que mejor responde al patrón que lo propició: capitalismo especulativo global. Capitalismo que contemporiza con la suerte pero especula con el azar, contrariamente a lo que cree Baudrillard, y en esa especulación con el azar consume futuro, porque ahí es en donde busca la garantía para sus operaciones de alto riesgo; aunque en esta ocasión parece que se haya roto el umbral de seguridad o tasa de riesgo que tiene todo crédito, y esa ”masa crítica especulativa” haya sobrepasado el nivel de tolerancia máximo de incertidumbre. La respuesta no se ha hecho esperar: desconfianza generalizada sobre la jugada por el alto riesgo que comporta.
La “codicia indirecta, carente de objeto, como voluntad especuladora del capital” (Bataille), junto a la ambición como resguardo ante la fragilidad de lo vital, buscan fundamentalmente saciarse y, ante ello, la razón sólo puede ya encontrar lo injustificable. Así, la “democracia especulativa”, que nos representa, aparece como la única morfología posible de organización política social.
Pero parece evidente, también, que en lo referido a lo particular, una de las formas para evitar que el pensamiento actúe es reducirlo a simple representación especulativa. Su efecto es una especie de narcosis producida por discusiones interminables sobre aspectos insustanciales que camuflan una estrategia de despistaje producida sin duda desde una “inteligencia concreta”, como forma tangencial de demagogia convulsa que se erige en dueña de cualquier debate personal.
En cuanto a su expresión y en el orden representacional, quizá fuera el cubismo la plasmación formal y simbólica del temperamento contemplativo-especulativo, porque tal y como lo intuyó Klee, “su reflexión reposa en la reducción de todas las proporciones y desemboca en formas proyectivas primordiales (triángulo, rectángulo, círculo)”. Recordemos que lo angular es una de las posiciones preeminentes que toma lo especulativo. Pero es, en suma,“la vida concreta de todo hombre la que se ha degradado al convertirse en un universo especulativo” (Debord), o “infiel, disponible” (Sloterdijk). De ahí que el vasallaje sea la exigencia sobre el comportamiento en esta “monarquía especulativa” (Cioran) que nos contiene.
Si como nos indica Jullien “la filosofía ha cubierto la sabiduría con su ambición especulativa” solo nos queda, para contrarrestarla, la meditación, ya sea como una forma que podemos adoptar y que evoca los tratados de espiritualidad de los siglos XVI y XVII, en los que no es lo primordial preparar a los moribundos para la muerte, sino enseñar a los vivos a meditar sobre ella, y que luego continuó con Montaigne, para el que la premeditación de la muerte es premeditación de la libertad; o por el contrario, preguntarnos si debería la filosofía ser entendida como meditación de la vida, no sobre la muerte, como nos sugirió Spinoza.
1 comentario:
No por mucho citar intelecta más temprano.
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