EL RETORNO AL NOMADISMO
Una vez reducido el nomadismo a prácticas migratorias los seres humanos, asentados y adaptados, pacen en el Occidente en condiciones de actividad improductiva para el absurdo, al que se denomina coloquialmente bajo distintos eufemismos como: felicidad, progreso, bienestar, desarrollo, etc.
Sólo el asentamiento de los pueblos hizo posible la acumulación de excedentes, de la economía de la deuda, que habilitó la memoria, se pasó a la economía del intercambio, que se reprodujo en historia. Para ello, se habilitaron espacios en los lugares hasta entonces reservados al culto a los dioses antropomórficos; los sacerdotes, custodios de lo simbólico, se convirtieron así en los primeros gestores de los incipientes mercados por lo que, junto al culto, crearon la moneda para poder ser monopolizados. Si, quizá el primer banco fue un templo y de este modo se institucionalizó el mercado (de los especuladores) bendecidos por los dioses. A partir de ahí la moneda viajó con la palabra y un nuevo orden para el pensamiento (también especulativo) pudo expandirse colonizando vastos territorios y dando lugar a la organización de los primeros imperios.
Quizá fueran la avidez, la codicia o quizá el instinto de supervivencia del individuo frente a la especie, lo que diera lugar a las primeras acumulaciones, el origen del valor de cambio sobre los objetos o productos por encima de su valor de uso. Es ahí probablemente cuando surgió la historia, como contabilidad para los excedentes, como imposición de la cultura del intercambio frente a la cultura de la donación, lo que Herodoto sistematizaría siglos más tarde. Bajo esta simple interpretación, la violencia, el crimen y el exterminio impondrían su ley “civilizadora” extendiendo sus dominios, porque tanto los dioses como los mercados mantuvieron su presencia perfeccionándose, singularizándose, especializándose.
Con Roma Occidente explotó su dominio sobre el mundo, unificando el mercado, la lengua, la moneda, la ley. Después de implosionar se produjo una gran contracción durante la Edad Media que desmembró la soberanía del imperio atomizando la gestión en ciudades-estado, cada una con sus respectivos feudos. Sólo el binomio de esos primeros Estados junto a la Iglesia pudieron impulsar de nuevo la unificación del poder y, con ello, reactivarse. Esto permitió de nuevo la expansión económica amortizando los excedentes en misión exterior para recuperar los “santos lugares”, a través de las sucesivas oleadas de saqueo también llamadas cruzadas. Una arcaica forma de colonización en tierras de Oriente para encauzar tanto los excedentes de población campesina de Europa como, también, el superhabit nobiliario que, de lo contrario, sólo podría haber entrado en guerras fratricidas interiores para repartirse miseria. La llama del fundamentalismo cristiano brilló en todo su esplendor.
A continuación, las sucesivas expansiones coloniales a partir del siglo XV en América, África y el Pacífico sentaron las bases, a través del expolio y el genocidio, también en nombre de la Cruz, para la acumulación de capital gracias a los excedentes de oro y otros metales, lo que pudo impulsar y extender el Renacimiento y propulsar un crecimiento económico que daría origen a la edad moderna. Los trazos del deseo como motor de la historia exigieron a la sociedad premoderna ejércitos para conquistar y colonizar territorios aún vírgenes. El hombre había perfeccionado la domesticación de su especie, asentando las bases para dominar la naturaleza a través de una explotación sin precedentes, el racionalismo y la ilustración conformaron las bases para impulsar las revoluciones modernas que acabaron en los absolutismos y alimentaron los nuevos sistemas de explotación a través de la técnica y la industrialización. La sociedad industrial se levantó sobre esa ingente mano de obra que se inmoló en condiciones infrahumanas en la minería y la industria, etc. encumbrando a la especie hacia el “progreso”. Después, los desequilibrios ocasionados por este generó hubieron de exigir los reajustes en sendas guerras mundiales en el siglo XX, con ello la perfección cainita alcanzó sus más altas cotas y nunca antes los dioses del absurdo secular o la militancia del nihilismo laicista habían obtenido tanta sangre de tanto sacrificio inútil.
Del mundo de los imperios se pasó al mundo de los bloques y esa dualidad hizo posible, por disuasión mutua, que en Occidente fructificara la llamada “sociedad del bienestar”. Pero, una vez caídos los muros que sostenían esta competencia, el capitalismo desbocado y sin contrario, bajo la apariencia del liberalismo, está arrasando con todo lo conseguido, en una tendencia paradójicamente también igualitaria, pero en la que ya una parte de beneficios, excedentes, no revierten en los ciudadanos o en los Estados soberanos, como en la época de bloques, sino sobre Corporaciones sin ubicación física, poderes inmateriales de un nuevo “orden virtual” que impone un único modelo de explotación de la especie sobre sí misma. Con él ,nuestro mundo se va compactando en macroprocesos especulativos que tensionan la realidad en una simulación limpia y aséptica, en la que lo global suplanta a lo local, en una deslocalización del poder y, con ello, de los equilibrios geopolíticos hasta ayer existentes, secuestrando la soberanía de los Estados, cercenando derechos y libertades. Son ahora de nuevo los mercados, los agentes especuladores, las grandes corporaciones económicas mundiales, los que establecen quién se hunde y quién se mantiene, a quienes se sacrifica y a quien se honra.
Todo parece indicar que el desenlace de la evolución del mono loco nos acerca ineludiblemente hacia el origen, hacia un nuevo nomadismo global. La perturbación rápida y poderosa que será el colapso económico y social al que nos precipitamos parece que dará conformidad a un proceso cíclico que culminará en la destrucción de esta civilización, cumpliendo así con el pathos del absurdo, el fin sin finalidad.
2 comentarios:
Magnífico análisis y magnífica síntesis, prueba contundente de que no es lo mismo ver que mirar. Este, llamémosle así, plano o mapa que su reflexión despliga viene a decirnos "está usted aquí", pero eso es lo que "nuestros" suntuosos medios de comunicación (otro eufemismo más) no están interesados en señalar, sino más bien todo lo contrario.
Si realmente "estuviéramos aquí" los desplazamientos del lenguaje nos sintonizarían con frecuencia. Pero precísamente esos desplazamientos son como las contorsiones del equilibrista en su gimnasia de mantenimiento: un requisito previo en el que situarse, la disposición, un despliegue turbulento...
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