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5/23/2013

DESIGUALDAD Y CRECIMIENTO ECONÓMICO

                                               George Grosz

 Los ciclos en el péndulo de la economía capitalista transitan entre la expansión económica, significada como la obtención de beneficios a través de estímulos por la vía del crédito, con el consiguiente endeudamiento privado, que favoreciendo la ampliación de la competencia también lo hace del aumento de la incertidumbre, hasta la contracción económica, que se manifiesta por la obtención de beneficios a través del endeudamiento público por asumir la deuda privada generada en la fase expansiva, la concentración del capital y la liquidación de la competencia, con la consiguiente destrucción masiva de empleo junto a la disminución en salarios y un recorte drástico, por parte de los Estados, del gasto social.

 Hoy tanto los políticos, que legislan en Europa, como los financieros, que son quienes la gobiernan, están aplicando políticas de control férreo del gasto que se traducen en los consiguientes recortes presupuestarios en todos los Estados que padecen la crisis que aquellos provocaron, al permitir y conceder el crédito suficiente que favoreciera otrora la creación de burbujas en sectores económicos clave en muchos países, así como el crecimiento desmesurado del endeudamiento privado, que fortaleciera el consumo como motor económico, porque consideran que el aumento de la desigualdad en la distribución de la renta es, en la situación creada, otro de los requisitos insoslayables para impulsar el crecimiento económico.

 Esto se fundamenta en tres supuestos de un discurso trasnochado:
  1. Que las capas sociales superiores en renta tienen más facilidad para el ahorro que las capas sociales inferiores. Por lo que a más desigualdad mayor será la tasa de ahorro.
  2. Que los grandes proyecto de inversión, en presencia de mercados inestables de capital, precisan que la riqueza esté concentrada para que pueda ser invertida en dichos proyectos.
  3. Que la propia desigualdad es eficiente porque genera incentivos al crecimiento en la medida en que induce al riesgo a fin de mejorar las expectativas.
 Pero la realidad es bien distinta y, respondiendo a la primera premisa, ocurre que desde los años 70´ del siglo pasado el ahorro fue desterrado del vocabulario doméstico popular, de hecho, las huchas desaparecieron hasta de las tiendas de regalos, porque fue intercambiado por el crédito. Desde entonces uno ya no tenía más por lo que ahorraba sino por lo que debía: la formula cambió sus términos y “el haber” fue sustituido por “el deber”.

 En cuanto al segundo de los argumentos y contrarrestando su verosimilitud, desde finales del siglo, con la globalización económica auspiciada por las nuevas tecnologías de la información, la inversión, en busca de su máxima rentabilidad, cambió de estrategia haciendo caso al modelo de creatividad picassiano, prescindiendo de buscar ésta en “lo productivo” para encontrar en “lo especulativo”. Con ello el peso del capital en la “economía real” basculó drásticamente hacia la emergente “economía virtual”. 

 Y en relación al ultimo de los aludidos supuestos, entendemos hoy que la desigualdad ya no es eficiente por el “potencial riesgo que pueda asumir el capital en busca de beneficios”, sino por la garantía que supone la minoración drástica y efectiva del coste de las fuerzas productivas, fundamentalmente a través de los recortes y condiciones contractuales de trabajo, así como por la oportunidad que se le ofrece hoy de participar en el expolio, en una primera fase, de los yacimientos en los que concurren las prestaciones sociales públicas (sanidad, pensiones, educación, servicios públicos, etc.) a través de la fórmula de la “privatización de la gestión” que, tras el imparable saqueo, dará paso a una venta y privatización posteriores.

 Con todo ello, lo que se está realizando y se nos presenta, con la única finalidad de confundir, es una inversión del discurso en todos sus términos, que afecta a la comprensión de los fenómenos que se pretenden abordar, su dimensión y su alcance, al permutar en el discurso la “desigualdad como consecuencia”, ejercida por la acción de gobierno, por la “desigualdad como causa”, como posible motor para el crecimiento económico. Porque, sí, toda crisis es una oportunidad, pero no tanto para el que la padece como, más bien, para aquéllos que la provocan.

 Por todo ello pretender conculcar la idea de que las desigualdades sociales no son la consecuencia inevitable de una crisis generada por el propio capital, para concentrar y aumentar sus beneficios, sino la causa de la misma por "vivir gran parte de la población por encima de sus posibilidades” denota lo mezquino y ruin del talante de quienes gobiernan y administran.

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