Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

5/16/2013

"EL PARO OS HARÁ LIBRES"

 Anclados en los viejos paradigmas del socialismo científico o del liberalismo económico los discursos políticos al uso se niegan a responder algunas preguntas que pueden aclarar en dónde se encuentran en realidad las sociedades occidentales:

1. ¿Si las guerras se dirimen entre los contendientes mediante armas tecnológicas, para que queremos a los ejércitos?.

2. ¿Si la producción ha llegado a la excelencia en gran parte de los sectores económicos gracias a la eficiencia tecnológica, para que necesitamos a los trabajadores?.


Efectivamente, en nuestras sociedades occidentales la tecnología y sus automatismos han llegado a suplir a la mano de obra, tanto en situaciones de “paz” como en las de guerra. Ya no es factible mantener aquello de que “el trabajo os hará libres”, máxima que ha regido la concertación social durante los últimos 67 años, máxima impuesta por el fascismo en los campos de concentración que luego fue asumida para la movilización total de los sectores productivos que impulsaran el capitalismo tras la 2ª guerra mundial. A partir de ahí esta paradoja de asumir como liberador aquello que precisamente tiraniza se reflejó en todas las cartas magnas como un derecho, cuando en realidad siempre fue una soslayada imposición. Quizá por esto a ello se reduzca esta misérrima interpretación del derecho en el marco del poder y del deseo como “aquella imposición que se pretende como favor” o también “aquella tortura que se vivencia como goce”. 

 Así fue como el perfeccionamiento de las técnicas de producción llevó aparejado el cambio observado desde la sociedad industrial a la sociedad tecnológica, cuando el trabajo como unidad de producción pasó del trabajador a la máquina de tal modo que fuera la serialidad y la reproducción mecánicas efectivamente lo que perfeccionara la productividad, el rendimiento y, con ello, el impulso de los medios de producción, pero en claro detrimento de las propias fuerzas productivas. Efectivamente, desde hace décadas los medios de producción se han desprendido de la fuerza productiva del trabajador, que ya no concurre sino que discurre hacia el consumo de lo producido por estos. De hecho, el trabajador, pudo mantener su estatus social en “la sociedad del bienestar” no ya por ser productor, sino por ser consumidor. Ya no era la mano de obra la fuerza productiva que alimentaba los medios de producción, sino el consumo, la demanda, el dispendio, lo que retroalimentaba el propio sistema. De este modo la movilización total pasó a ser el epifenómeno del modelo productivo posmoderno fundamentado en el ocio y el consumo pero ya no en el trabajo. 

 Por su parte, en la competencia que se establece por un mercado global, frente a nuestro modelo, fundamentado en esa ociosidad y el consumo como motor de la producción y del crecimiento, el modelo asiático, hasta hoy, se asienta en la conjunción de un esclavismo salvaje hacia sus fuerzas productivas, capaz de reducir sus costes de producción al mínimo y aumentar su productividad para minimizar el impacto que origina su déficit o dependencia tanto tecnológica como energética, porque si durante los años de guerra fría la deslocalización industrial se realizó en Europa desde los países del Norte hacia los del Sur, a partir de los años 90´ se orientó hacia el Este. Por su parte, desde los Estados Unidos, esa deslocalización hacia el Sudeste asiático y China aumentó considerablemente desde que cayó el muro de Berlín, una vez concluida la llamada “guerra fría”, en una geoestratégica de nuevas alianzas. 

 Precisamente en todo ello podemos encontrar una de las causas de fondo para la actual crisis económica por la que atraviesa Occidente. No podemos competir en costes, ni tampoco en productividad con los países asiáticos emergentes y, sin embargo, consumimos sus productos, que son fabricados por multinacionales deslocalizadas, lo que contribuye a derrumbar nuestra maltrecha demanda interior. A su vez, la incipiente burguesía oriental en aquellos países, junto a las oligarquías políticas, son consumidores de productos de lujo que aún se fabrican en Europa, segmentando con ello la estimulación de la demanda, pero limitada a una reducida parte de la oferta productiva europea. En este sentido, lo único que podría frenar el desequilibrio originado por estas circunstancias globales, que nos afecta de lleno, sería el establecimiento de nuevas clases medias en aquellos países, que fortalecieran el consumo a través de la propia demanda interior, a su vez que una modificación sustancial de las condiciones de trabajo impulsada por la presión de los trabajadores hacia la mejora de las mismas (salarios, horario, etc.) lo que conllevaría inevitablemente un encarecimiento de los propios costes, acercándolos, tras los sucesivos ajustes estructurales, a los que hoy tienen los países del Sur de Europa. 

 De todo ello deberían sacar conclusiones, al menos en la orientación de sus estrategias de acción, las opciones políticas socialdemócratas y los llamados “sindicatos de clase”. En este sentido una llamada hacia el impulso de una nueva Internacional cobra toda su vigencia. 

 Pero, hasta entonces y volviendo a nuestro principio, precisemos que el ocio no surge a posteriori como un rédito o plusvalía vinculado al quehacer laboral, sino como otro modo de producción, enajenado esta vez de cualquier actividad fabril asociada que lo sustente, que llamamos consumo. Un consumo que hace rotar los stock para actualizar la producción a la innovación tecnológica bajo el férreo control de la obsolescencia programada. Es, en este sentido, que la formulación actual sobre el trabajo y el ocio ya no encuentra vigencia. Para los que aún lo tienen porque se están endureciendo las condiciones laborales (más tiempo de permanencia y menos salario) acercándonos a condiciones de absoluta precariedad laboral que conllevan una reducción drástica de la demanda, lo que nos acerca a las condiciones laborales del esclavismo oriental en aras de una mayor competitividad y productividad. Y para aquellos otros que están “en paro”, que ya no son parte del sistema productivo, su expectativa de volver a él es ciertamente improbable y, para ellos, en los frontispicios del poder, se vislumbra una máxima que conjuga armoniosamente condena y redención bajo una fórmula que proclama: “El paro os hará libres”.

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