QUIEN NO ROBA NO MAMA
Tras la catarsis democrática de la transición, la sociedad española se hizo “adulta” políticamente. La izquierda asumió que ejercer el victimismo por la represión y violencia ejercida por el franquismo no tenía ya sentido y renunció a exigir justicia y reparos por ella. Ni siquiera la recuperación de la memoria histórica se presentó como una de sus prioridades pues había que pasar página y entregarse a otras componendas del presente, del mercado, sustituyendo sin ambages la ideología por el crédito, y en la orgía de su asalto al poder intercambió su anhelo de “transformar” por una velada consigna de “trincar”. La derecha, por su parte, abrió la puerta a los nuevos conversos, que no eran otros que “los nuevos negocios” y comprendió que en la suma hay más beneficios que en la diferencia. Por su parte, la reposición monárquica no sólo asumió esta componenda sino que la promocionó, de modo que la dispersión política del lavado régimen se vio recompensada con la fragmentación administrativa territorial, ateniéndose en este caso a la fórmula de dividir para sumar, diluir para condensar. Al parecer todo fue posible por la coyuntura internacional, la aquiescencia de los gobiernos de nuestro entorno geopolítico, la expansión económica del capital en los 80 y el azar que no se cuestionó, en esta ocasión, su propia apuesta.
De
todo ello la cultura española se ha enriquecido, como no podía ser
menos, de aquellos valores morales y éticos acordes con el tiempo
irreversible que nos secuestra. Del ahorro se pasó al dispendio, la
generosidad se suplió por la codicia, el “pago al contado” por
el “todo a crédito”, el rigor en la palabra por la demagogia del
trilero, el aprecio personal por el desprecio generalizado, el ahorro
por consumo, el deseo de justicia por la impunidad, al honrado por el
corrupto, lo legal por lo fraudulento, la evidencia por la ficción,
la diferencia por el antagonismo. Si, la fiesta ha sido larga y en
los frontispicios de nuestras escuelas figura ya una leyenda
indeleble: “quien no roba no mama”.
De
esta guisa se premia al que defrauda, se valora al que prevarica, se
corresponde al miserable, se alaba al que maquina, se corteja al que
injuria, se aprecia al que deshonra, se promociona al que esquilma,
se respeta al que amenaza, etc. etc. El “sueño democrático”,
regentado por los caciques del franquismo y sus herederos, nos ha
sumido en una pesadilla de la que los ciudadanos parecen no poder
despertar.
Así,
de aquella economía del pedigüeño en pos de una limosna del
mojigato hemos pasado al comisionista en transacciones financieras,
al brocker que asesora a los inversores que especulan sobre los
fondos de pensiones o sobre la deuda pública de los Estados
señalados en operaciones orquestadas de saqueo internacional. Son
estas las novedades acaecidas con el servilismo secular por el que
los Estados pierden su soberanía frente a los mercados y las
personas su dignidad ante el poder y sus mercenarios que cercenan sus
derechos.
Sí,
el paraíso ya no es celestial, sino fiscal y hacia él se dirigen
las obras y acciones de tanto feligrés del hurto sobre lo ajeno.
Competencia, productividad, rentabilidad, son los nuevos paradigmas
sobre los que gravitan los proyectos de vida de millones de cuerpos
suplantados por espectros de autómatas que han quedado inservibles y
obsoletos para un mundo digitalizado. De este modo “pasar de los fantasmas de la
fe a los espectros de la razón no ha sido más que ser trasladados
de celda” como bien nos aclaró Pesoa. Ahí ya sólo pernoctan unas
miradas de ausencia que esculpen resentimiento desde la indiferencia, o
también esa moderna aspiración al protagonismo entre aquellos que
sólo gozan de su insignificancia al exhibirse en las pantallas de
plasma.
Y
en este sinsentido las sombras, liberadas de sus cuerpos, merodean
por un flujo magnético de alta intensidad en un vacío insustancial,
bajo la morfología de lo biopsíquico que funciona como un
transformador que alimenta transacciones energéticas para la
conversión monetaria. Porque, como matiza Ferlosio, “la sociedad
no es ya más que el sistema vascular para el fluido y el flujo de
los intercambios económicos”, un flujo turbulento en rotación
espiral con trayectorias de corriente cerradas, hacia el gran
vórtice. Así es como se conforma esa actitud displicente que Simmel
señaló y que embota la capacidad de discriminar y hace que “las
cosas floten con igual peso específico en un flujo de un constante
río de dinero -virtual-” .
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