Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

6/21/2013

QUIEN NO ROBA NO MAMA


 Tras la catarsis democrática de la transición, la sociedad española se hizo “adulta” políticamente. La izquierda asumió que ejercer el victimismo por la represión y violencia ejercida por el franquismo no tenía ya sentido y renunció a exigir justicia y reparos por ella. Ni siquiera la recuperación de la memoria histórica se presentó como una de sus prioridades pues había que pasar página y entregarse a otras componendas del presente, del mercado, sustituyendo sin ambages la ideología por el crédito, y en la orgía de su asalto al poder intercambió su anhelo de “transformar” por una velada consigna de “trincar”. La derecha, por su parte, abrió la puerta a los nuevos conversos, que no eran otros que “los nuevos negocios” y comprendió que en la suma hay más beneficios que en la diferencia. Por su parte, la reposición monárquica no sólo asumió esta componenda sino que la promocionó, de modo que la dispersión política del lavado régimen se vio recompensada con la fragmentación administrativa territorial, ateniéndose en este caso a la fórmula de dividir para sumar, diluir para condensar. Al parecer todo fue posible por la coyuntura internacional, la aquiescencia de los gobiernos de nuestro entorno geopolítico, la expansión económica del capital en los 80 y el azar que no se cuestionó, en esta ocasión, su propia apuesta.

De todo ello la cultura española se ha enriquecido, como no podía ser menos, de aquellos valores morales y éticos acordes con el tiempo irreversible que nos secuestra. Del ahorro se pasó al dispendio, la generosidad se suplió por la codicia, el “pago al contado” por el “todo a crédito”, el rigor en la palabra por la demagogia del trilero, el aprecio personal por el desprecio generalizado, el ahorro por consumo, el deseo de justicia por la impunidad, al honrado por el corrupto, lo legal por lo fraudulento, la evidencia por la ficción, la diferencia por el antagonismo. Si, la fiesta ha sido larga y en los frontispicios de nuestras escuelas figura ya una leyenda indeleble: “quien no roba no mama”.

De esta guisa se premia al que defrauda, se valora al que prevarica, se corresponde al miserable, se alaba al que maquina, se corteja al que injuria, se aprecia al que deshonra, se promociona al que esquilma, se respeta al que amenaza, etc. etc. El “sueño democrático”, regentado por los caciques del franquismo y sus herederos, nos ha sumido en una pesadilla de la que los ciudadanos parecen no poder despertar.

Así, de aquella economía del pedigüeño en pos de una limosna del mojigato hemos pasado al comisionista en transacciones financieras, al brocker que asesora a los inversores que especulan sobre los fondos de pensiones o sobre la deuda pública de los Estados señalados en operaciones orquestadas de saqueo internacional. Son estas las novedades acaecidas con el servilismo secular por el que los Estados pierden su soberanía frente a los mercados y las personas su dignidad ante el poder y sus mercenarios que cercenan sus derechos.

Sí, el paraíso ya no es celestial, sino fiscal y hacia él se dirigen las obras y acciones de tanto feligrés del hurto sobre lo ajeno. Competencia, productividad, rentabilidad, son los nuevos paradigmas sobre los que gravitan los proyectos de vida de millones de cuerpos suplantados por espectros de autómatas que han quedado inservibles y obsoletos para un mundo digitalizado. De este modo “pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón no ha sido más que ser trasladados de celda” como bien nos aclaró Pesoa. Ahí ya sólo pernoctan unas miradas de ausencia que esculpen resentimiento desde la indiferencia, o también esa moderna aspiración al protagonismo entre aquellos que sólo gozan de su insignificancia al exhibirse en las pantallas de plasma.

Y en este sinsentido las sombras, liberadas de sus cuerpos, merodean por un flujo magnético de alta intensidad en un vacío insustancial, bajo la morfología de lo biopsíquico que funciona como un transformador que alimenta transacciones energéticas para la conversión monetaria. Porque, como matiza Ferlosio, “la sociedad no es ya más que el sistema vascular para el fluido y el flujo de los intercambios económicos”, un flujo turbulento en rotación espiral con trayectorias de corriente cerradas, hacia el gran vórtice. Así es como se conforma esa actitud displicente que Simmel señaló y que embota la capacidad de discriminar y hace que “las cosas floten con igual peso específico en un flujo de un constante río de dinero -virtual-” .

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