CAINITAS Y ABELITAS
Atendiendo
a la conservación de la especie podríamos considerar en la conducta
humana dos estrategias de comportamiento bien diferenciadas pero, a
su vez, complementarias, las cuales se han asociado a aquellos rasgos
que son dominados por el altruismo o por el egoísmo. Asi se podría
distinguir entre, por un lado, una estrategia “abelita”,
significada por aquellas respuestas dominadas por rasgos altruistas y
por una marcada tendencia hacia la cooperación frente a las
dificultades en el medio ambiente y, por otro, la estrategia
“cainita”, dominada por rasgos egoístas, que frente a un medio
ambiente adverso se fundamenta predominantemente en la competencia.
El dilema sobre si el altruismo existe realmente en la naturaleza o no se trata más que de un egoísmo disfrazado es un debate que se mantiene dentro de la biología evolutiva y de la etología desde hace mucho tiempo. En este sentido, además, tanto la pretendida vinculación genética del egoísmo, como aquella otra que asocia el altruismo a un tipo de comportamiento aprehendido, no son estrictamente verificables. Lo cierto es que en relación con las llamadas “especies sociales” el altruismo aparece como respuesta preferente utilizada para mantener a la especie. Es el caso de determinadas hormigas que abandonan la colonia antes de morir, un comportamiento similar al de los ancianos en determinadas tribus de Indios de Norte América, cuando al ser una carga difícil de sostener para el grupo en los duros inviernos se aislaban para morir en soledad.
El dilema sobre si el altruismo existe realmente en la naturaleza o no se trata más que de un egoísmo disfrazado es un debate que se mantiene dentro de la biología evolutiva y de la etología desde hace mucho tiempo. En este sentido, además, tanto la pretendida vinculación genética del egoísmo, como aquella otra que asocia el altruismo a un tipo de comportamiento aprehendido, no son estrictamente verificables. Lo cierto es que en relación con las llamadas “especies sociales” el altruismo aparece como respuesta preferente utilizada para mantener a la especie. Es el caso de determinadas hormigas que abandonan la colonia antes de morir, un comportamiento similar al de los ancianos en determinadas tribus de Indios de Norte América, cuando al ser una carga difícil de sostener para el grupo en los duros inviernos se aislaban para morir en soledad.
Por otro
lado, en el ideario popular, suele asociarse comportamiento altruista
y cooperativo con individuos de morfología o de carácter débil,
mientras que los de comportamiento marcadamente egoísta se asocian
con sujetos fuertes y por ende competitivos.
Relacionando
todas estas consideraciones anteriores podríamos distinguir esa
posible especificidad en la que los
“débiles-altruistas-colaborativos” pueden sacrificarse para
conservar al grupo y potenciar su supervivencia, de aquella otra a la
que asistimos con asiduidad, que es su aniquilación sistemática por
parte de los “fuertes-egoístas-competitivos”, a fin de
garantizar y sostener sus privilegios, lo que no debe confundirse con
esa máxima que establece que la naturaleza se encarga siempre de
seleccionar a los más fuertes para asegurar la continuidad de cada
especie.
Pero
la naturaleza actuá genéticamente como una maquina de combinación
y permutación constante, modificando en cada generación parte de la
secuencia genética que arrastra, siendo el ambiente el que
determinará, en cada caso y en última instancia, si esas
variaciones genéticas serán perdurables por una mejor adaptación
al medio. En este sentido, la evolución de nuestra especie y su
continuidad parece querer garantizarse en primer lugar a partir de la
gran variabilidad genética que se produce en la reproducción de los
7.500 millones de individuos que la constituyen. Pero también, y
por otro, es la especie la que a su vez diseña, modela y transforma
el medio ambiente en el que habita y, en ese sentido, se ha impuesto
una organización económica y social fundamentada en la
competitividad, en el “egoísmo competitivo” como estrategia de
interacción predominante tanto entre los individuos entre sí como
entre las distintas culturas. Así, nuestras sociedades están
dominadas por sujetos adaptados a un régimen de competitividad, que
exige vencedores y vencidos, verdugos y víctimas, lo que corrobora
en gran medida la vinculación entre “competencia-violencia” con
la preeminencia de impulsos básicos de orden instintivo; y otra de
“cooperación-reflexión”, en la que prevalecen el ejercicio y
desarrollo de comportamientos de índole marcadamente cultural.
De
tal modo que mientras que la competitividad requiere en gran medida,
para la consecución de sus fines, de altas dosis de violencia y de
desprecio hacia los demás individuos la cooperación exige renuncia
o desprendimiento, comprensión del otro y con ello un ejercicio
continuado de alteridad.
Efectivamente
también se podrá argüir que se producen respuestas altruistas en
individuos en los que pueden predominar conductas egoístas, y ello
es así porque la conducta altruista se manifiesta también como una
respuesta automática ante situaciones de peligro por las que un individuo puede llegar a poner en riesgo su vida por salvar la de otro totalmente desconocido para él. También podemos
estimar que en ciertos casos puede resultar rentable sacrificarse (o
arriesgarse a perder la vida) por otros congéneres exclusivamente
pertenecientes al árbol familiar. Este fenómeno es conocido como la
“adaptación inclusiva”
(Hamilton, 1971). Pero si en nuestro análisis nos
retrotrajéramos al relato bíblico del génesis, en el que se asocia
el sedentarismo agrícola con Caín y a su hermano Abel con el
pastoreo itinerante, podriamos convenir que en nuestras pujantes
sociedades sedentarias se priman los comportamientos competitivos,
mientras que en aquellas otras trashumantes primaría el modelo
cooperativo.
En resumen,
el modelo adaptativo que prevalece mayoritariamente en nuestras
sociedades es el modelo del egoismo-competitivo, por el que se ejerce
la violencia como estrategia de dominio sobre el medio ambiente. Ese
es el sustrato base caracteriológico y comportamental sobre el que
se asientan las estrategias de organización económica y política
de nuestras sociedades, consituyéndose
desde aquel primer desdoblamiento bíblico a través de esa
dualidad. Por ello, detrás del poliedro cultural o ideológico
que manejemos siempre encontraremos individuos que se adaptan y
perfeccionan mayoritariamente bajo el signo Cainita, en un
vasto y generalizado sacrificio permanente por agradar
a cada Dios.
2 comentarios:
No parece que con la estrategia actual se esté perdiendo población, pero el análisis hay que hacerlo en una escala de tiempo evolutiva y a la supervivencia en un ecosistema (tanto da si es natural o artificial, si es en este planeta o en otro, es sólo supervivencia genética individual y colectiva). ¿Estarían los seres humanos de una raza dispuestos a que esta se extinguiera bajo la garantía de un futuro perfecto para el resto de razas?
Te recomiendo la lectura de http://www.matematicalia.net/index.php?option=com_content&task=view&id=252&Itemid=169
que lo disfrutes
Javier, quizá sea el triunfo del gen-cainita la respuesta al aumento de la población.
No creo que haya diferencias significativas genéticas al respecto entre las "distintas razas". Y no se trata de que una raza se sacrifique por otras...
Respecto al artículo que recomiendas sobre balbuceos mátemáticos, no creo que el castigo altruista fomente el comportamiento cooperativo...
Publicar un comentario