Consideraciones humanas sobre cuestiones inútiles, innecesarias e imperfectas de la profesión atea. Compartir lo efímero, testimoniar lo disoluto, aullar ante el silencio. Aulla! Aulla!

7/05/2013

CAINITAS Y ABELITAS



 Atendiendo a la conservación de la especie podríamos considerar en la conducta humana dos estrategias de comportamiento bien diferenciadas pero, a su vez, complementarias, las cuales se han asociado a aquellos rasgos que son dominados por el altruismo o por el egoísmo. Asi se podría distinguir entre, por un lado, una estrategia “abelita”, significada por aquellas respuestas dominadas por rasgos altruistas y por una marcada tendencia hacia la cooperación frente a las dificultades en el medio ambiente y, por otro, la estrategia “cainita”, dominada por rasgos egoístas, que frente a un medio ambiente adverso se fundamenta predominantemente en la competencia.

El dilema sobre si el altruismo existe realmente en la naturaleza o no se trata más que de un egoísmo disfrazado es un debate que se mantiene dentro de la biología evolutiva y de la etología desde hace mucho tiempo. En este sentido, además, tanto la pretendida vinculación genética del egoísmo, como aquella otra que asocia el altruismo a un tipo de comportamiento aprehendido, no son estrictamente verificables. Lo cierto es que en relación con las llamadas “especies sociales” el altruismo aparece como respuesta preferente utilizada para mantener a la especie. Es el caso de determinadas hormigas que abandonan la colonia antes de morir, un comportamiento similar al de los ancianos en determinadas tribus de Indios de Norte América, cuando al ser una carga difícil de sostener para el grupo en los duros inviernos se aislaban para morir en soledad.

 Por otro lado, en el ideario popular, suele asociarse comportamiento altruista y cooperativo con individuos de morfología o de carácter débil, mientras que los de comportamiento marcadamente egoísta se asocian con sujetos fuertes y por ende competitivos.

 Relacionando todas estas consideraciones anteriores podríamos distinguir esa posible especificidad en la que los “débiles-altruistas-colaborativos” pueden sacrificarse para conservar al grupo y potenciar su supervivencia, de aquella otra a la que asistimos con asiduidad, que es su aniquilación sistemática por parte de los “fuertes-egoístas-competitivos”, a fin de garantizar y sostener sus privilegios, lo que no debe confundirse con esa máxima que establece que la naturaleza se encarga siempre de seleccionar a los más fuertes para asegurar la continuidad de cada especie.

 Pero la naturaleza actuá genéticamente como una maquina de combinación y permutación constante, modificando en cada generación parte de la secuencia genética que arrastra, siendo el ambiente el que determinará, en cada caso y en última instancia, si esas variaciones genéticas serán perdurables por una mejor adaptación al medio. En este sentido, la evolución de nuestra especie y su continuidad parece querer garantizarse en primer lugar a partir de la gran variabilidad genética que se produce en la reproducción de los 7.500 millones de individuos que la constituyen. Pero también, y por otro, es la especie la que a su vez diseña, modela y transforma el medio ambiente en el que habita y, en ese sentido, se ha impuesto una organización económica y social fundamentada en la competitividad, en el “egoísmo competitivo” como estrategia de interacción predominante tanto entre los individuos entre sí como entre las distintas culturas. Así, nuestras sociedades están dominadas por sujetos adaptados a un régimen de competitividad, que exige vencedores y vencidos, verdugos y víctimas, lo que corrobora en gran medida la vinculación entre “competencia-violencia” con la preeminencia de impulsos básicos de orden instintivo; y otra de “cooperación-reflexión”, en la que prevalecen el ejercicio y desarrollo de comportamientos de índole marcadamente cultural. 

 De tal modo que mientras que la competitividad requiere en gran medida, para la consecución de sus fines, de altas dosis de violencia y de desprecio hacia los demás individuos la cooperación exige renuncia o desprendimiento, comprensión del otro y con ello un ejercicio continuado de alteridad.

 Efectivamente también se podrá argüir que se producen respuestas altruistas en individuos en los que pueden predominar conductas egoístas, y ello es así porque la conducta altruista se manifiesta también como una respuesta automática ante situaciones de peligro por las que un individuo puede llegar a poner en riesgo su vida por salvar la de otro totalmente desconocido para él. También podemos estimar que en ciertos casos puede resultar rentable sacrificarse (o arriesgarse a perder la vida) por otros congéneres exclusivamente pertenecientes al árbol familiar. Este fenómeno es conocido como la “adaptación inclusiva” (Hamilton, 1971). Pero si en nuestro análisis nos retrotrajéramos al relato bíblico del génesis, en el que se asocia el sedentarismo agrícola con Caín y a su hermano Abel con el pastoreo itinerante, podriamos convenir que en nuestras pujantes sociedades sedentarias se priman los comportamientos competitivos, mientras que en aquellas otras trashumantes primaría el modelo cooperativo.

 En resumen, el modelo adaptativo que prevalece mayoritariamente en nuestras sociedades es el modelo del egoismo-competitivo, por el que se ejerce la violencia como estrategia de dominio sobre el medio ambiente. Ese es el sustrato base caracteriológico y comportamental sobre el que se asientan las estrategias de organización económica y política de nuestras sociedades, consituyéndose desde aquel primer desdoblamiento bíblico a través de esa dualidad. Por ello, detrás del poliedro cultural o ideológico que manejemos siempre encontraremos individuos que se adaptan y perfeccionan mayoritariamente bajo el signo Cainita, en un vasto y generalizado sacrificio permanente por agradar a cada Dios.

2 comentarios:

Javier dijo...

No parece que con la estrategia actual se esté perdiendo población, pero el análisis hay que hacerlo en una escala de tiempo evolutiva y a la supervivencia en un ecosistema (tanto da si es natural o artificial, si es en este planeta o en otro, es sólo supervivencia genética individual y colectiva). ¿Estarían los seres humanos de una raza dispuestos a que esta se extinguiera bajo la garantía de un futuro perfecto para el resto de razas?
Te recomiendo la lectura de http://www.matematicalia.net/index.php?option=com_content&task=view&id=252&Itemid=169
que lo disfrutes

TRANSIDO dijo...

Javier, quizá sea el triunfo del gen-cainita la respuesta al aumento de la población.
No creo que haya diferencias significativas genéticas al respecto entre las "distintas razas". Y no se trata de que una raza se sacrifique por otras...
Respecto al artículo que recomiendas sobre balbuceos mátemáticos, no creo que el castigo altruista fomente el comportamiento cooperativo...